‘¡JO, QUÉ NOCHE!’ (‘AFTER HOURS’, MARTIN SCORSESE, 1985)

Así, a lo bruto: mi película favorita de Scorsese. Una bomba positrónica que descubrí de pequeño de manera un poco antianecdótica: vi un avance en La2 y, ya con diez u once años, me cautivaron su nocturnidad y su promesa de mil aventuras urbanas. Le pedí a mi madre que me la grabara (la emitían de madrugada, como debe ser) y me dio un poco largas; luego supe que la había confundido con un partido de hockey nocturno (esos títulos traducidos y/o esa vocalización infantil). A lo mejor quería esperar para verla ella antes, pero prefiero quedarme con la historia del título. Tragué saliva y decepción y esperé a tiempos mejores, hasta que un día encontré un VHS con la grabación en su interior. Cambio de opinión de mi progenitora, capricho al niño y descubrimiento de una película para toda la vida, ¡ay, si no fuera por nuestras madres!

Es una comedia hosca, de las de pasarlo fatal y no reírse nada. Y lo consigue de maravilla. Ahora la vergüenza ajena es casi un subgénero de la comedia y tiene entradas de mucho postín como ‘Peep Show’ o ‘The Office’, pero pónganse en los 80: no era fácil levantar una película de la que uno querría salirse si no fuera porque no puede dejar de mirarla. No sé si se entendió, no sé si se entiende ahora (hace unos años Garci, en su tertulia de fumadores, se empeñaba en que había envejecido hasta quedar en fósil), pero tampoco me importa. He aquí una cima de la narrativa del bochorno, del patetismo cotidiano que todos (y eso es lo que nos asusta) encerramos a pocos milímetros bajo nuestras pieles.

AFTERHOURS33

Arranca turbia, con mucha soledad y tres tazas de muermazo, se pone fea y luego va de la incomodidad al estupor para acabar en la pesadilla humana. Dicen que el guión es como un reflejo de Kafka en los bajos fondos, y lo compro. Aquí ni siquiera hace falta la irrupción de una coordenada fantástica para que todo se vuelva irreal. ¡Qué putas las pasa Griffin Dune! ¡Qué memorable es el desfile de extraños que le hacen la noche imposible! ¡Qué cojonuda y molesta es la banda sonora de Howard Shore!

De todos los Nueva Yorks que me alimentó el cine en los 80 y 90, el de esta cinta es el que más me cautivó (y es decir mucho). Las calles vacías, habitadas por vidas estrambóticas, únicas, incompletas. A veces hostiles. Hay otros inframundos, pero ya saben, en éste. Cada vez que viajo busco ese lado absurdo y escondido de las ciudades pero (por suerte) nunca me lo encuentro tan de bruces como el sufrido Dune.