Vamos a aceptarlo ya: un día, no muy lejano, querremos a las máquinas. Y no hablo de la devoción idiota que muchos tienen por sus productos Apple: las querremos como a nuestros amigos, familiares y parejas. No las confundiremos con personas reales ni se ganarán nuestro amor mediante engaños; sabremos a qué (¿a quién?) estamos amando. Hasta hace poco les hubiera dicho que no, que eso nunca pasaría, que pertenece al terreno de la ficción, que todos tenemos las cosas muy claras por mucho que nos gusten ‘Her’ o ‘Cortocircuito’. Una máquina es una máquina y un ser humano, un ser humano, y el amor es para los segundos. Eso les hubiera dicho y eso creía. Hasta que vi que no pasaría el test de Baird.

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Recuerden: hubo cementerios de Tamagotchi.

Inspirada por el test de Turing (por favor, ignoren la película), Freedom Baird, académica del MIT, propuso una prueba para detectar la credibilidad que atribuimos a las emociones de una entidad programada. Buscaba encontrar «bajo qué circunstancias una criatura se considera lo suficientemente viva para que la gente experimente un dilema ético al molestarla». El método es bien sencillo, ha de sostener usted cabeza abajo el mayor tiempo posible tres cosas: una muñeca Barbie, un Furby y un jerbo vivo. Los extremos están claros: nadie tiene problemas con Barbie y su molesta sonrisa, nadie querrá siquiera voltear al roedor. Pero ¿qué pasa con el Furby? En cuanto lo giramos, empieza a quejarse, a lamentarse y a decirnos que está asustado. ¿Podrían ustedes ignorarlo y mantenerlo cabeza abajo? ¿Podrían hacer daño fríamente a algo que no está vivo? ¿Y si ese robot les pide clemencia? ¿Y si, además, les dice que les quiere?

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«Ahora sé por qué lloráis…»

Eso es lo que Turing (por favor, ignoren la película) no supo adelantar. La inteligencia artificial no nos tomará la delantera cuando consiga engañarnos, cuando no la distingamos de una inteligencia real, sino cuando creamos que además de pensar, siente. Cuando creamos que nos quiere y a su vez la queramos. Sherry Turkle, experta en interacciones humano-ordenador, llama a esto el «momento robótico». Bien podría decirse que ya estamos en él. Para los que criamos Tamagotchis, charlamos con Minerva o Cleverbot o educamos Nintendogs, la afirmación nos parecerá tanto una exageración integrada como una obviedad innegable. No es que hayamos confundido a seres artificiales con seres vivos, es que los hemos considerado ya, como define Turkle, «lo suficientemente vivos». Miren a los niños cuidando sus Pou. Investiguen sobre robots de compañía en residencias de ancianos. Mentiras lo suficientemente vivas para que les dejemos llenar nuestros huecos.

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Este robot (derecha) sonría cuando se le acerca un humano (izquierda).

El secreto de lo «suficientemente vivo» estaba en que nos necesitaran. Olviden esas IAs frías, omniscientes, superiores y piensen en seres con necesidades emocionales. Menos «Westworld» y más el niño de «Inteligencia Artificial», menos «Terminator» y más «Chappie». Aunque intelectuales como Elon Musk y Stephen Hawking (por favor, ignoren la película) se han puesto apocalípticos y han dicho que la IA provocará nuestra extinción, aunque lleguemos a demostrar que eso es verdad, nada podrá detener la revolución de las máquinas cuando Skynet nos diga «te quiero». Ahora mismo hay en laboratorios robots que sonríen al detectar un humano, que expresan dolor gestual y verbalmente, que muestran placer cuando tocamos sus pieles blandas y suaves. Somos animales llenos de neuronas espejo y mecanismos de proyección, mentes complejas que intentan navegar en la empatía y la alteridad, y con eso nos podemos hacer trampas al solitario.

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«- Siri, ¿eres Samantha?
– No, sólo soy otro truco de márketing que Apple le ha copiado a mentes mejores.»

Intuyo que en el fondo todo esto siempre ha estado ahí. Hagan la prueba: revienten un globo, luego cojan otro, píntenle una sencilla cara (dos puntos, una sonrisa) e intenten hacer lo mismo. Piensen en la relación personal que tienen con sus personajes de ficción favoritos (el protagonista de su novela, serie, película, cómic o videojuego más querido). Recuerden que hay tipos en internet afirmando que se han casado con mujeres de ficción («waifu«, las llaman) y mujeres cuidando bebés Reborn como si fueran sus hijos reales. Ya nos hemos emocionado con Wall·E, R2D2, Samantha en «Her» y Ava en «Ex Machina» (por favor, no ignoren la película) y todavía no los tenemos en casa. Cuando lleguen, no pasaremos el test de Baird y los querremos como a uno más de la familia.

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Ava, su autoconsciencia y su consciencia de la consciencia de los otros. Todo fácil.

Queremos querer y queremos sentirnos queridos, como rezan el «Último Fragmento» de Raymond Carver o el «Penúltimo Anhelo» de Nacho Vegas; la verdad y la realidad («aquello que no desaparece cuando dejo de creer en ello», la definía K. Dick) vienen en segundo lugar. El amor tiene atajos y cortocircuitos, toma caminos retorcidos y no entiende de ficciones o metafísicas, lo aceptamos y entregamos sin importar de dónde venga, si lo amado está vivo o «suficientemente vivo». Decidan ustedes si esto les asusta o no.

Tres Canciones, 263. La elección de V

CUTS – ‘BUNSEN BURNER’

‘Ex Machina‘ es el debut en la dirección de Alex Garland y eso, en una industria directocéntrica, significa que muchos ya se lo pueden empezar a tomar en serio. Es, además, la película en la que Garland más se ha volcado (¿cómo evitamos eso de «más personal»?) y una cinta solidísima que nos hará volver a ella y discutirla una y otra vez. Volvemos al humano artificial, a Frankenstein, a Prometeo, sí, pero es que este tema queda lejos de agotarse. Pueden hacer la cadena con ‘Metropolis’, ‘Blade Runner’, ‘Never Let Me Go’, ‘Ghost in the Shell’, ‘Her’, ‘Moon’ y los trabajos de Asimov y no habrá un eslabón que no aporte nada.

‘Ex Machina’, además de ser una PeliBien más que clara, tiene una banda sonora potentísima firmada por Geoff Barrow (el de Portishead) y su apadrinado Cuts. Un cebollazo de hipnosis, de inquietud mecánica, de paranoia emocional, perfecto para ponérselo de fondo y dudar de nuestros propios límites mientras hacemos nuestras tareas cotidianas.

@VtheWanderer