Nos lo dijo Naneh, de Especialistas Secundarios, fuera de micros: «es que Antony and the Johnsons parece que se burle de los gays». Llego a casa con demasiadas ganas de desperdiciar mi energía en alguna pamplina y me enchufo un directo suyo en YouTube, ‘Hope There’s Someone’ a todo trapo y en vena como si no hubiera mañana. Al mismo tiempo, Kratos, el espartano más viril de los videojuegos, me mira muy serio desde la caja del ‘God of War: Chains of Olympus’. Contrastón.

El inglés me llamó la atención con su primer disco, en cuya portada salía una especie de Dr. Manhattan gordo, y me medio enganchó (confieso) con ‘I Am A Bird Now’. A mí me motivaban ‘Bird Guhl’, ‘Spiralling’ y alguna otra; seguro que ‘Hope There’s Someone’ sonó en algún spot de la tele. Qué vozaca, qué modulación. Poco importaba la afectación del tipo o que se pareciera al hijo aquel de los reyes de Fraggle Rock (no sé si esto lo dijo ya Quico Alsedo): el asunto tenía aires de seriedad y respeto.

Cuando la Expo de Zaragoza (eventazo), hasta me planteé ir al concierto, fíjense si el cantante tenía empaque. Qué cosa, qué acto, ir allí a escuchar sus gorgoritos. Incluso el teclado tonto del final de ‘Hope There’s Someone’ parecía digno de escucharse con cara circunspecta. Ay, la inocencia de otros tiempos. Luego la Caballé emo sacó otro disco (a saber cómo se llamaba) y la primera escucha se me atragantó como un lápiz cruzado. Todo era piano estridente, voz melosa, cambios bruscos de tempo, vibrato en plan sensibilísimo. Y me dio por recuperar los dos compactos anteriores, y me regañé, «joder, cómo coño me planteaba yo ir a ver esto durante dos horas». Antony, el respetadísimo héroe hecho a sí mismo, había caído.

Luego Raúl me convirtió en «especiadicto» y se armó el Belén. Ese final recurrente en el que dos personajes masculinos empiezan a tirarse los trastos y Antony suaviza el ambiente la terminaron de joder. Oigo el primer compás y ya me entra la risa floja. Qué bonito es el amor.

De Kratos me gusta su simplicidad iracunda, esa furia animal y humanísima (no exclusiva, me atrevo a aventurar, del género masculino). Durante cinco juegos el cafre se ha dedicado a machacar a toda figura mitológica que se le ha puesto por delante. Kratos no es bueno con las primeras impresiones: ser que conoce, ser que golpea. Inteligencia social, diríamos. Eso es ‘God of War’: una revisión de la mitologia griega sucia, hiperviolenta, con una búsqueda constante del shock cantidad de preadolescente. Me encanta.

Siempre que Kratos sale a escena suena una simplicísima frase musical, pesada, golpeada, musculosa. Música que suda. El espartano va en taparrabos y marca fibras: creo que a Antony le gustaría. El asunto con Kratos, el Fantasma de Esparta, es que a medida que la saga progresa y sube su nivel de furia, los creadores buscan alienar al jugador. Empiezan a pasarse tanto de frenada que nos dejan atrás, y lo que antes nos divertía pasa ahora a parecer desmedido. Pero seguimos teniendo que guiarle en su venganza: para el final de la saga, Kratos ha convertido en pulpa a medio Olimpo y nosotros contemplamos con malsano júbilo y horror.

Su sed de venganza e impulso violento le arrastran a una suerte de tragedia no explícita; esa que se manifiesta cuando momentos antes del combate final se le obliga a revivir todas sus atrocidades. ¿De verdad merecían los dioses todo eso? ¿No estará siendo el héroe, acaso, pelín caprichoso? Antony, con esas caras de penaza, esa sensibilidad de llorar con jarrones de flores, es la perfecta autoparodia del hombre blandengue que decía el Fary, de la sensiblería. Pero, ¿y Kratos? ¿No es acaso, en su descontrol, la perfecta parodia de la rabia varonil e hipertrofiada? ¿No es, con esa banda sonora escatológica, la sublimación cachonda de la épica viril?

Los que se pelean se desean.

Por eso, en un momento tonto, comienzo a imaginarme el duelo entre estos dos opuestos; veo al espartano indignado ante los humillantes sollozos del gigante bonachón, gritándole con fiereza mientras el otro pone cara de puchero. Kratos machaca un poco a Antony, le estampa alguna columna jónica, dórica o corintia en el lomo y los varoniles coros suben en intensidad. Y Antony, ojos llorosos, se pone al piano y ablanda el corazón del Fantasma con una bella tonada, y un bonito beso homoerótico pone fin a la historia. Y luego se van juntos a comer Fraggles.

V the Wanderer