Doctor y profesor de comunicación en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, Bernat López decidió aunar en un mismo proyecto sus dos grandes pasiones: la lectura y el ciclismo. Dio forma a Cultura Ciclista, una editorial modesta pero con proyección especializada en ciclismo de carretera que, sólo en parte, publica traducciones de clásicos en francés, inglés e italiano. Con él hablamos de esta aventura que nació en verano con la publicación de cuatro libros (ya van seis, y esto no ha hecho más que empezar) y que cada vez tiene más adeptos. Charlamos, faltaría más, de mitos, de periodismo, de historia, de carreras o de dopaje.

(Antes de lanzarle la primera pregunta y de darle al ‘on’ a la grabadora, Bernat, ya en una mesa de bar después de dar su clase en la universidad, se arranca con la conversación).

El ciclismo es el primer deporte de masas de la historia, mucho antes que el fútbol, sobre todo en el continente… bueno, en el Reino Unido también, con las pruebas de seis días. El ciclismo fue el primer deporte de asistencia masiva. Era un ciclismo de pista. A finales del siglo XIX, en las grandes ciudades se hacían reuniones de pista. Era un óvalo en un descampado y ponían a la gente a dar vueltas durante seis días. Y se apostaba dinero en las carreras. Llegaron a haber audiencias de decenas de miles de espectadores mirando aquellas pruebas. El libro (‘Inventando el ciclismo’) es la primera biografía de la historia de un deportista de elite. Se publicó en 1893. Literariamente no tiene nada. Es bastante naif pero desde el punto de vista del aficionado al ciclismo… yo flipé. Eso es la prehistoria. Corrían en biciclos. Charles Terront, el protagonista de la biografía, hizo gran parte de su carrera en biciclo, no en bicicleta, que llegó hacia el final, cuando él tenía treintaypico de años. Escribí un prólogo, una introducción de contextualización. Si no, el libro quedaba algo esmirriado. Además, lo hice para contextualizar muchas de las cosas que se explican en las memorias. Si no, no se entenderían.

O sea, que antes de eso no hay nada.

Es el libro de ciclismo más antiguo que he encontrado: 1892. Ahora tengo entre manos una reliquia, una joya, que es la autobiografía del primer campeón negro de la historia del ciclismo. Era un norteamericano que se llamaba Major Taylor. Es algo posterior, de principios del siglo XX. Era el más rápido del mundo y se hizo millonario compitiendo por todo el mundo: Australia, Europa… Era el primer atleta negro.

Y uno de los pocos que ha triunfado en el ciclismo.

El único, que yo sepa. Lo que pasa es que él hacía ciclismo de pista, sobre todo con esprints. Eran carreras de fondo en pista y muy populares, porque la gente apostaba.

Como en las carreras de caballos. 

Exacto. De hecho, los primeros velódromos eran hipódromos y las carreras se hacían ahí porque eran las pistas que había en ese momento, en Inglaterra. Después se construyeron pistas expresamente para bicicletas y fueron evolucionando. Algunas eran tan cortas y los corredores tenían que dar tantas vueltas que acababan mareados y vomitando. Eso lo explica Charles Terront en el libro. Imaginaos una pista de 100 metros de perímetro a la que tienes que dar mil vueltas.

La editorial se llama ‘Cultura Ciclista’. ¿Elegir el concepto ‘cultura’ es consciente?

Como os podéis imaginar, está hecho con toda la mala leche del mundo. La vocación de la editorial es fomentar la cultura del ciclismo, el conocimiento, divulgarlo en el sentido más amplio, pero el otro objetivo es acercar al ciclismo y a la cultura. Tradicionalmente, y sobre todo en los últimos años, el ciclismo ha sufrido una degradación en su imagen pública, por razones evidentes. Históricamente en España (en otros países no tanto), el ciclismo se había identificado siempre como un deporte de clases bajas, no ilustradas. El ciclista era un paleto, y de hecho es así. Muchos ciclistas, grandes campeones, eran así: le daban muy bien a los pedales pero eran prácticamente analfabetos, incultos. La alta cultura siempre le ha dado la espalda al deporte en general y al ciclismo en particular. En Francia, por ejemplo, hay una larga tradición de intelectuales, escritores, artistas o dramaturgos que se interesaron por el ciclismo, por el Tour de Francia. Roland Barthes, uno de los grandes intelectuales de Francia en el siglo XX, escribió un ensayo llamado ‘Mythologie en el que en un capítulo habla sobre el Tour. Había interés en el ciclismo como fenómeno estético, técnico, mítico, en tanto que generador de mitos. La intención es hacer este maridaje o fomentar esta simbiosis que aquí no se ha acabado de dar.

Charles Terront, el primer campeón ciclista, en la imagen que ilustra el libro ‘Inventando el ciclismo’

Hay una carencia de material.

Absolutamente. Es evidente. Si entras a Amazon en Francia hay 300 títulos y sólo de ciclismo de carretera, no de BTT. De momento, mi editorial es sólo ciclismo de carretera. Incluso en Italia hay muchísimos libros, centenares, desde biografías de cualquier corredor a ensayos o historias de carreras. Ahora tengo entre manos un libro de memorias de Alfredo Binda. Fue el primero en ganar cinco grandes vueltas: cinco Giros de Italia en los años 30. Ganaba hasta el punto de que los organizadores del Giro le pagaban para que no corriera. Está documentado.

Surrealista.

¡Le pagaban para que no corriera, porque aquello acababa aburriendo!. Es un libro-entrevista fascinante en el que va explicando su vida: fue corredor pero también director técnico o seleccionador nacional. En el ámbito hispanoparlante tenemos una cultura ciclista lamentable. Hay algún libro excelente de los periodistas Carlos Arribas, Sergi López-Egea y algún otro, pero son iniciativas puntuales. Libros que se descatalogan, que no se pueden encontrar… Si pones ‘ciclismo’ en Amazon o en Fnac te salen 10 ó 15 manuales de entrenamiento y 4 ó 5 libros de los periodistas mencionados… Esto es patético. Un país que tiene la tradición de presencia de grandes campeones… es una de las cuatro grandes potencias históricas del ciclismo: Bélgica, Italia, Francia y España. ¿Y por qué no decirlo? Me dio una pista desde el punto de vista de mercado. No hay que olvidar que una editorial es un negocio y como tal debe ser viable, a no ser que pague una institución. Es una pequeña empresa. Para que esto tire adelante tiene que haber mercado. Y el mercado está.

¿Hay demanda realmente?

Ese es otro tema. Estoy contento. Los libros salieron a principios de julio, coincidiendo con el Tour. Eran cuatro y ahora en noviembre salen dos más. De momento he cubierto gastos. Desde el punto de vista económico no me quejo pero sí lo hago en cuanto a volumen de ventas. En el negocio editorial, como en la prensa, la clave del sistema es la distribución: hacer llegar el libro a las librerías. Yo no tengo distribución porque no me quieren. Las distribuidoras no me quieren porque soy un editor nuevo y pequeño. Normalmente, ellas quieren ver cómo evoluciona. Si ven que la cosa se consolida y al cabo de un año sigue existiendo, entonces te cogen. Quieren filtrar, hacer una especie de selección natural. Editoriales salen como setas y son proyectos que duran un año, sacan un libro y cierran…

¿Entonces?

Lo que yo hago es vender solo a través de unas pocas librerías, y hacerlo sobre todo por Internet. Entonces tengo que mover el producto a través de redes sociales: twitter y facebook. Es la manera de visibilizar el producto. Las ventas son continuas pero modestas. La contrapartida es que todo el margen de distribución me lo quedo yo, con lo cual vendo poco pero gano mucho… gano mucho proporcionalmente al precio del libro. Eso me permite hacer las paces, no perder dinero. Con un poco de suerte, con estos dos libros que saldrán, una biografía de Marco Pantani y otra de Laurent Fignon, que se editarán en Navidad, una época muy buena para el mercado del libro, tengo confianza en que la cosa arranque y que en enero pueda haber ganado algo. No mucho, pero sí hacer un fondo de líquido que permita que la cosa siga adelante, y compensar la inversión inicial. Lo puse todo de mi bolsillo.

Lo haces todo: compras los derechos, traduces, maquetas…

Es Juan Palomo total. Negociación de derechos, traducción, encargo de prólogo. Ahora el libro de Fignon saldrá con un prólogo de Peio Ruiz Cabestany. ¿Vosotros lo llegasteis a conocer? ¡Mítico! Contacté con él, le pedí el prólogo y me dijo que sí. También maqueto yo. Menos imprimir, el resto lo hago yo. Es la clave de la viabilidad de todo esto. Si yo tuviese que subcontratar sería inviable. La fortuna que tengo es que por mi formación y mi trabajo en la universidad domino muchas técnicas de las que se necesitan. Afortunadamente, tengo cierta facilidad para los idiomas. Puedo traducir con bastante solvencia del francés, del inglés y del italiano. Son las lenguas más importantes en este ámbito. Mi primer trabajo, antes de acabar la carrera, fue en una editorial. Trabajé un año de técnico editorial. Cuando estudiaba, tuve una beca en el servicio de publicaciones de la UAB. Allí me formé y, 25 años después, aquel conocimiento me ha servido. Por ejemplo, sé maquetar un libro, y no es tan fácil.

De entrada, hay que tener buen gusto.

Mis libros no son perfectos pero todos me han dicho que son profesionales. Eso es muy importante. Un editor no puede salir con un libro de aspecto amateur, con errores elementales de compaginación. He cuidado mucho el diseño de cubierta. Son simples pero muy vistosas: una foto muy pensada y un diseño simple. He puesto encima de la mesa todas las cosas que sé hacer: escribo, maqueto, traduzco, tengo un dominio suficiente del castellano como para corregir, y la parte que más me está costando es la de marketing y distribución. Estoy aprendiendo sobre la marcha. Por ejemplo, estoy aprendiendo a tuitear.

Bernat López, entre bicis, con ‘Un hombre en fuga’, la biografía recién publicada de Marco Pantani

¿Cómo lo llevas?

No tenía ni facebook ni twitter, donde en cuatro meses he conseguido 900 seguidores. Y me consta que es una audiencia que me sigue porque veo que retuitean bastante. Tienes que tener una presencia constante, moviendo continuamente, si no la gente se descuelga. Cada día hago un tuit o dos. Otra cosa de la que estoy muy contento desde el punto de vista de marketing editorial es haber contactado con las dos revistas de ciclismo en España para ofrecerles contenido gratis. Les cedo un capítulo, ellos tienen un contenido de calidad que no tienen que pagar y yo obtengo difusión. Un capítulo del libro de Pantani se ha publicado en ‘Ciclismo a fondo’. Otra de las habilidades que he puesto en juego han sido las relaciones públicas, que no es mi ámbito, pero sí el de mucha gente con la que trabajo. Y después está el sentido común: cuando salieron los libros se los envié a cada uno de los directores de las revistas, gratis y con una nota presentándome. Siempre me he ocupado de hacer constar que soy profesor universitario, porque a día de hoy todavía da cierto status. No por fardar, sino simplemente por una cuestión de credibilidad.

¿Esta falta de material puede venir de la manera que tiene aquí la comunicación de hablar del deporte?

Es muy probable. El modelo español de cultura deportiva está muy basado en la prensa diaria. España es un caso único en el mundo: hay cuatro grandes diarios deportivos, más cuatro o cinco de ámbito regional. Además, la televisión y la prensa generalista llevan una gran cantidad de información deportiva. En cambio, en el mundo anglosajón no existen los periódicos deportivos. En Francia sí, pero hay uno: ‘L’Equipe’. Y en Italia creo que sólo hay uno: ‘La Gazzetta dello Sport’. En estos países las publicaciones mensuales o semanales tienen mucho más peso en la información deportiva. Eso hace que el lector esté más adaptado a textos más elaborados, más reflexivos, más literarios. Eso lo permite la periodicidad semanal o mensual: un tipo de periodismo menos de ‘aquí te pillo, aquí te mato’, que es el modelo de la prensa diaria, que vive del escándalo, de la bronca, del forofismo, y todo eso banaliza. El modelo de periodismo deportivo de España tiende a banalizar el deporte en general pero también el periodismo deportivo en sí. La prensa generalista se escapa un poco de ese escándalo del ‘Marca’ o del ‘As’, que viven básicamente de eso.

¿Hay más motivos?

En España no se lee. Comparado con los hábitos de lectura del mundo anglogermánico, estamos a años luz, tanto en el ámbito del deporte como en general. El índice de lectura ha ido subiendo pero estamos muy lejos de ellos, del Reino Unido, por ejemplo, y ya no digamos de Escandinavia, donde se lee 20 veces más: más prensa, más revistas, más libros… Aquí no hay esa tradición.

¿Ha habido algún experimento similar previo al tuyo?

Sí, encontramos algunas iniciativas. Mi editorial no es la primera de la historia. Durante unos años en el País Vasco hubo una editorial que se llamaba Dorleta, que es la patrona de los ciclistas vascos: Nuestra Señora de Dorleta. Pero acabó desapareciendo. Creo que no hizo un planteamiento muy ambicioso desde el punto de vista literario. No hay que olvidar que es ciclismo pero estamos fabricando libros. La persona que lee libros quiere una cierta calidad literaria, quiere disfrutar literariamente, estéticamente hablando, no sólo aprendiendo la vida de Charles Terront, sino gozar por el simple hecho de leer. Eso lo he tenido muy claro. Mi selección de títulos, además de tener un ojo en la comercialidad, tiene otro en la calidad literaria del producto. Debe tener unos mínimos, sin llegar a la pedantería ni al tiquismiquismo, se procura que el producto tenga una sustancia, un sostén literario más allá de las anécdotas y las historias.

Hablando de la comercialidad, ¿dos biografías tan potentes como son las de Fignon y Pantani pueden suponer un empujón?

Espero que sí. Llevo dos años pensando todo esto. No es algo que haya venido de nuevo. Todo esto se me ocurrió en Australia. Una de las decisiones que tomé fue no salir con un título, sino con cuatro a la vez. Era una declaración de intenciones: es una cosa seria, no un título y luego desaparezco del mapa. Es un golpe de puño metafórico sobre la mesa. También opté por que fueran títulos no muy comerciales. No quería hacer una gran inversión en pagar derechos. Sólo en imprenta me he dejado 4.000 euros de mi bolsillo. Con los recursos de esos cuatro libros iniciales, ya he podido pagar derechos de estos dos libros, que creo que irán muy bien. Incluso estoy un poco preocupado. Todo esto lo hago yo solo en mi tiempo libre, después de mi trabajo como profesor y en investigación. Hasta ahora me lo he podido combinar. Aproveché todo el verano para trabajar en esto, traduciendo los dos libros que salen ahora, pero sí la cosa coge mucha potencia… Estoy un poco acojonado, pero bueno… mejor morir de éxito que no de asco.

¿Sigues saliendo en bici?

Claro. ¡Soy subcampeón de España de ciclismo para periodistas! He quedado segundo este año y he sido campeón los dos años anteriores. Desde hace cuatro años se organiza en Huesca anualmente un campeonato que, además está homologado por la Federación. Tengo un maillot con la bandera de España y mi trofeo. Gané en 2010 y 2011, en la categoría de 40 años, porque claro, vienen chavales jóvenes que al esprint me ganan. Voy mucho en bici. Es un estilo de vida. Es más que una afición y va a más. Una de las cosas más bonitas de todo esto es que me estoy metiendo en el mundillo. He podido contactar con el director de la Vuelta a España, con muchos periodistas de ciclismo a los que seguía, con el director de ‘Ciclismo a fondo’, con Peio Ruiz Cabestany, con Perico Delgado… Todo eso me ha dado muchísima vidilla desde el punto de vista de alimentar la afición. Me abre muchas puertas y me está convirtiendo en alguien conocido, a nivel modesto. Saben quién eres y va muy bien para el negocio. Por ejemplo, a raíz de esto el año que viene publicaré un libro de una periodista que tiene mucho seguimiento. No puedo decir el nombre aún pero sé que el libro irá bien, tendrá éxito.

(Unos días después de la entrevista, Bernat lo desvela en su blog. Se trata de Ainara Hernando, periodista de ‘Ciclismo a fondo’, que en 2013 publicará con Cultura Ciclista el libro ‘Por amor al ciclismo’, un compendio de 20 historias sobre la otra cara de las estrellas del pelotón).

Bernat, en plena carrera, sobre la bici

¿Eres mitómano? ¿En esta etapa has conocido a referentes para ti?

Sí, sí, mucho. El gran alimento espiritual del deporte es la fabricación de mitos. Ya me conocéis y sabéis que soy una persona muy racional pero no me niego a cultivar esta mitomanía, sin llegar al forofismo desaforado. Me ha hecho mucha gracia intercambiarme mails con Pedro Delgado. Me ha hecho mucha ilusión que Peio Ruiz Cabestany escribiera el prólogo del libro de Fignon. O publicar el libro de Fignon, que para mí en los 80 fue un mito de juventud. O Pantani. No sólo no me niego a la mitomanía sino que en cierta manera la cultivo. Es una de las cosas que nos aporta el deporte: la capacidad de soñar, de hacer volar la imaginación, de tener referentes míticos. Es necesario. Es una forma de alimento espiritual. No sólo de pan vive el hombre. Sí, mitomanía a tope.

Si tuvieses que quedarte con algún ídolo…

Estoy muy marcado por la generación de los 80. Fue cuando yo me aficioné al ciclismo, a partir del 83. Me quedo con Hinault, Fignon, los italianos como Moser, los españoles como Delgado, Lejarreta, Peio, Ángel Arroyo. Cada uno está marcado por su época. Los del 70 están marcados por Ocaña, Merckx, Fuente, Van Impe. Yo no viví esto personalmente. Era muy pequeño, pero sí viví con más intensidad la década de los 80, mucho más que la de los 90.

Cuando en España hubo un ‘boom’.

Sí, evidentemente Induráin es un monstruo, pero no tiene esa dimensión mítica que se asocia con la infancia. Los mitos se forjan de niño y te acompañan toda la vida. En los 90 yo tenía veintipico. Es cuando eres adolescente cuando estás cosas te calan más.

¿Cómo has vivido lo que ha pasado con Armstrong?

Muy mal, pero no en el sentido mayoritario, sino desde una posición muy herética. Tengo unas opiniones muy políticamente incorrectas en relación al doping, que están perfectamente reflejadas en uno de los libros que he editado, ‘Un diablo llamado dopaje’. Es una impugnación perfectamente razonada del antidoping, de la ideología antidopaje y de las instituciones que lo promueven. Estoy totalmente de acuerdo con esa perspectiva. Por resumir: Armstrong, Contador o Rasmussen son las víctimas y no los verdugos. Son las víctimas de un sistema neoinquisitorial, basado en la negación de los derechos fundamentales de los deportistas, como el derecho a la intimidad. No hay ninguna causa en el mundo que justifique la negación de un derecho tan elemental y básico como ese. Eso revela el carácter integrista del antidoping: o blanco o negro, o limpio o sucio, purificación a cualquier precio, a sangre y fuego. Esto es inquisición pura y dura. Además, se dedica a perseguir lo que la gente hace con su cuerpo. A mí me puede gustar o no lo que tú haces con tu cuerpo. Si tú decides cortarte un brazo, a mí me sabrá muy mal pero no soy nadie para prohibirte u obligarte a que hagas una cosa u otra. Es un principio básico de la modernidad, una conquista que ha sido barrida por el antidopaje: el derecho a la intimidad y el derecho a hacer contigo mismo lo que te dé la gana. Lo estoy viviendo desde hace tiempo con mucha amargura y con el sentimiento de estar jugando a la contra. El corriente mayoritario es el que pide mano dura. Yo me sitúo frente a esa postura marcial y represiva. Reclamo lo básico: derechos fundamentales.

¿Por qué hay más mano dura en el ciclismo que en otros deportes?

Es un buen tema. Tengo varias hipótesis. Una de ellas es que el ciclismo, desde sus orígenes, ha sido un deporte profesional por antonomasia y por excelencia. Todo el resto de deportes, incluido el fútbol, tienen un pasado amateur. Los valores del amateurismo son: es más importante participar, no hacer trampas, la actitud de gentleman. En cambio, el boxeo y el ciclismo son deportes profesionales desde su nacimiento, aunque después haya habido en paralelo un mundo amateur y de aficionados. Este profesionalismo fundacional choca frontalmente con los valores del amateurismo, que son muy reaccionarios.

Rasmussen, en el Tour. El libro ‘El chivo expiatorio’ analiza su caso de dopaje.   Foto: Reuters

¿Por qué?

Aquí entraríamos en una reflexión muy larga pero son los valores de la aristocracia británica, que predicaba la práctica del deporte por gentlemanship. Era una forma de socializarse en las clases altas y era una forma muy exclusivista de practicar el deporte porque el obrero manual no se podía permitir el amateurismo. Si quería hacer deporte, se tenía que hacer profesional, pues no tenía recursos ni patrimonios para dedicarse al deporte de gentleman, de pijos. El amateurismo tiene un disfraz amable, con eso de la participación y la camaradería, pero en el fondo es una ideología reaccionaria y muy clasista. Una de las manifestaciones de este clasismo es el rechazo a la profesionalización, que implica el culto al rendimiento: lo más importante es ganar y rendir. La manera de llegar a ese rendimiento depende de cada uno, de cómo se espabile.

Y ahí entra la opción de doparse.

Y eso engloba a cualquier tecnología a tu alcance, incluida la biofarmacéutica. Al final, el objetivo único que justifica el profesionalismo es la ganancia económica, asociada a la victoria deportiva. Para mí, el antidopismo, que es un neologismo, es la ideología del antidopaje. Es un lobo con piel de cordero, un lobo que se dedica a retroceder 300 años en el tiempo en cuestiones fundamentales, avances de la modernidad que el antidopismo ha hecho desaparecer del mapa. Y alerta, porque cuando las barbas de tu vecino veas cortar… ¿Qué está pasando ahora? En los países más talibanes, como Dinamarca, el antidopismo se ha contagiado al deporte de base. Hay una ley que obliga a todos los que acuden a los gimnasios públicos a hacer fitnesss a someterse a controles antidoping. Tú vas al gimnasio a correr, a hacer natación o musculación, y estás obligado, firmando un documento, conforme a que si viene un agente de la agencia antidoping danesa, tienes que mear y dar sangre. Y si te enganchan, te echan dos años fuera, te expulsan del deporte.

¡Qué animalada! Si incluso con cafés puedes dar positivo…

La cafeína ya no está en la lista de sustancias prohibidas pero si te fumas un porro sí. El cannabis está en la lista y es una absurdidad, porque es un depresor del rendimiento, no un potenciador. Es una muestra más de este carácter moralista, puritano y reaccionario del antidopismo.

Hablamos de una cultura instalada y de políticas globales por parte de organismos e instituciones, ¿pero quiénes son los culpables de haber llegado hasta aquí?

Estoy intentando articular una teoría al respecto. El antidopismo es el fruto de la imposición de los valores anglogermánicos sobre las culturas latinas. Es una de las razones por las que el ciclismo ha sido tan castigado. El ciclismo es un deporte latino de nacimiento: aparece en Francia y se desarrolla hasta los 80 en Bélgica, Francia, Italia y España. Las grandes pruebas eran en esos cuatro países. A partir de los 80 hay una globalización del ciclismo, con la llegada de Greg LeMond y luego de Lance Armstrong. Vinieron los norteamericanos, los alemanes, los escandinavos, con Bjarne Riis, los ingleses, con Bradley Wiggins o los australianos, con Cadel Evans.

Fue una especie de mundialización.

Hasta el punto de que esta gente ha arrastrado los valores puritanos del protestantismo, que son hipócritas a más no poder, de un talibanismo extremo. Una de las causas de esta crisis permanente que vive el ciclismo es este ‘clash’ entre la cultura latina, mucho más tolerante en relación al alcohol o al consumo de sustancias euforizantes, y la protestante, con un sustrato puritano absolutamente intolerante con todo lo que sea tomar alguna sustancia para sentirte mejor, incluso en el ámbito de los medicamentos. Está el concepto del calvinismo farmacológico, una ideología muy extendida según la cual si tú te tomas un medicamento que no es estrictamente necesario porque te duela algo, estás pecando. Por ejemplo, pasa con los antidepresivos. Hay toda una corriente que dice que los antidepresivos son un pecado. Si tú estás deprimido, te jodes, o te vas a misa y Dios te salvará, o te encomiendas al pastor protestante. Todo este calvinismo es el que sustenta ideológicamente los argumentos de la limpieza del deporte… limpieza según su perspectiva, que es la que se ha acabado imponiendo.

Lance Armstrong, celebrando su séptima victoria en el Tour     Foto: EFE/archivo

Volviendo a Armstrong, las opiniones están muy divididas. La defensa argumenta que él nunca ha dado positivo en un control.

A mí lo que menos me importa es si se dopó o no. De hecho, si se dopó me parece lógico. Y me parece lógico que el mejor equipo del mundo tenga a los mejores en todo. Pasa en el fútbol y en todos los deportes: los mejores equipos, los que tienen más dinero, tienen a los mejores técnicos, los mejores entrenadores, los mejores médicos… La panoplia de ayudas que necesita una persona para ganar el Tour de Francia es enorme. Johan Bruyneel, que fue director de Armstrong durante muchos años, explica en un libro que para que Armstrong pudiera ganar el Tour tenía un equipo de 70 personas full time. El equipo US Postal y después Discovery, en total, tenía a 70 personas incluyendo corredores, masajistas, médicos, biomecánicos, psicólogos, directores deportivos… Es como en los castells: Armstrong era la ‘enxaneta’ de un deporte colectivo. Eso del ciclismo sin ayudas es la cosa más absurda que pueda haber. El deportista de elite sin ayuda se moriría literalmente y no hay nadie que rinda sin ayudas. Pretender que el deportista de elite no tenga ayudas es condenarlo a muerte, a una muerte física.

¿Sospechabas que había algo oscuro?

La trama de Armstrong no me sorprende. Cualquier aficionado con un poco de conocimiento y de insider, se podía imaginar que el US Postal tenía el mejor sistema de dopaje del mundo. A mí me parece lógico. Y no sólo el US Postal. Todos los equipos de elite tenían los medios más sofisticados. Es normal. Si tienes el mejor material y los mejores mecánicos, ¿por qué no puedes tener también los mejores médicos? Sería absurdo. Lo que pasa es que hemos vivido en una doble moral que de vez en cuando choca. La moral interna del ciclismo de elite es una y la pública es otra. Cuando la interna se pone en evidencia se produce una reacción química, una explosión, porque la moral pública no tolera los valores muy diferentes del mundillo del ciclismo profesional. La prueba es que las delaciones se han producido por presiones judiciales. No han delatado de ‘motu propio’, sino forzadas por el sistema judicial norteamericano, que por cierto también es muy inquisitorial. Eso del perjurio, de que te meten en la cárcel si no dices la verdad… todo eso me parece una aberración medieval. Entre los derechos del individuo, también está el derecho a mentir y por tanto es trabajo del sistema judicial investigar si eso es verdad o mentira. No meter a un tío en la cárcel por haber mentido… El ‘caso Armstrong’ es un capítulo más de una historia que continuará. Esto no se ha acabado.

Más allá de la construcción de mitos, ¿crees que hay una traducción del ciclismo a la ficción? ¿Hay presencia en la cultura? El boxeo, por ejemplo, tiene películas históricas.

Claro, ‘Toro Salvaje’, o ‘Million Dollar Baby’, de Clint Eastwood. Ciclismo en el cine no hay tanto pero sí que existen algunas películas muy buenas, como ‘Totò al Giro d’ Italia’ o ‘La bici de Guislain Lambert’, un film belga que es fabuloso. La literatura sí ha tenido más aproximación al ciclismo. En las artes plásticas, más a principio del siglo XX, cuando la bicicleta era un símbolo de modernidad. La bici es anterior al automóvil, fue el primer símbolo del nuevo siglo, con el famoso cuadro de Ramon Casas en el tándem.

¿Cuáles son para ti los lugares más sagrados del ciclismo?

Los de la mitología que ha creado el Tour y en segunda instancia el Giro. Los franceses y los belgas lo han sabido hacer muy bien. Para mí el símbolo más claro de esto es el pavés de la París-Roubaix. Esas carreteras adoquinadas son una reliquia del pasado. Estuvieron a punto de desaparecer pero gracias a la prueba se han preservado y se declararon patrimonio colectivo. Esas carreteras no están asfaltadas y son una máquina de destrozar coches. Pero los vecinos se han fastidiado a cambio del lujo de tener una carrera que les pone en el mapa mundial una vez al año.

¿Recuerdas alguna etapa mítica que te marcara, algún momento de revelación?

Si tenemos que seguir el método freudiano de la primera imagen que te viene a la cabeza, y con esto me contradigo un poco, me acuerdo del día en que Induráin se descolgó en Les Arcs, en el Tour de 1996. Fue el día en que le destronaron y aquelló resultó un shock. Después de cinco años de dominio imperial, ver en directo caer al ídolo fue impactante.

V y raúl

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