«He venido a ver a los sin papeles estos», asegura riéndose un borracho muy cascado, un sábado a las siete de la tarde. Esto es La Traviesa, el garito de Torredembarra donde parece que se detuvo el tiempo hace 40 años. Esto sabe a búnker descastado con referencias a la psicodelia y al hippismo, a local romántico empapado de rock, de costa oeste, de bluegrass, country o funky. La caseta es de madera, todo rezuma autenticidad: desde las lámparas indias hasta los vinilos y los cuadros, pasando por la terracita de fuera. «El jardín de los olivos nos protege de la realidad», se definen ellos bromeando y luciendo 35 años de reivindicación de la música californiana.

Pero esta vez vengo buscando otra cosa: un sonido más austral, en concreto la esencia del rock argentino o de algo que se le venga pareciendo. Los ‘sin papeles’ a los que se refería el borracho pureta del principio son Sin Documentos, una banda recién nacida de versiones de Andrés Calamaro y Los Rodríguez. Un mail nos alertó de la existencia del dúo de Torredembarra y suscitó más curiosidad que otra cosa por ver el experimento con toda la cautela del mundo: versionar la voz nasal más señera de los últimos tiempos en la canción hispana puede derrapar en parodia, así que hay peligro.

CIMG6134

Empieza el show y parece que la cosa es digna. Canta y toca el piano un argentino. La voz chirría algo, porque no se acaba de ubicar en el registro, pero aun así consigue cumplir. La guitarra se luce, y ya es mucho, porque lidia a caballo entre la rítmica de Julián Infante y la solista de Ariel Rot, y el desafío es de órdago. El espectáculo, muy para fans, resulta bastante entrañable, juguetón, bonito, curioso, con la intrascendencia de ver tocar unas canciones espléndidas de cerca, y con la satisfacción de que no acabe siendo una cosa muy de karaoke. El concierto arranca poniendo en valor ‘Mi enfermedad’. «Y ahora, después de una de Los Rodríguez, una de Calamaro. ¿Ya habéis visto qué variedad de repertorio tenemos?», hace coña el cantante.

«Nunca toqué con Keith Richards, pero sí con Julián Infante. Nunca se lo dije, porque se lo habría creído», dijo Calamaro un día. Yo a él le vi en plan masivo en el Palau Sant Jordi, pero claro, no le encuentro por aquí en La Traviesa. Como mucho alcanzo a ver al actor Fermí Fernández en la barra, y al montón de pintazas que revolotean por aquí. Mucha chupa de cuero y pelambreras canosas e irredentas, rockeros genuinos que protestan ante el sabor pop del repertorio y que piden la rabia punkoide de ‘Palabras más, palabras menos’. Mónica y yo rebajamos una década la media de edad. Nos hace mucha gracia compartir platea con un perro que va y viene y circula entre las piernas con la libertad del propietario. Hasta se cuela el can tras la barra y estamos por pedirle que se tire una caña.

El público se va animando ante la entrega de los músicos, que van seleccionando entre tres décadas de carrera. Suenan banderas como ‘Flaca’ o ‘Diez años después’, pero también apuestas más insólitas como ‘Los aviones’ o ‘Mi quebranto’, y me imagino la tarea bíblica de tener que elegir canciones entre un repertorio de centenares de temas. Hasta se atreven como buenamente pueden con la exigentísima ‘Estadio Azteca’ y sus aires aflamencados o con una balada de alto voltaje emocional como ‘Crímenes perfectos’. Todo parece un ensayo (apenas llevan unas semanas con el proyecto) entre amigos, un divertimento homenajeador y sin pretensiones que consigue precisamente eso: entretener.

CIMG6135

El perro sigue entrando y saliendo a su antojo, como haciendo recados del jardín al interior, driblando piernas entre el serrín del suelo. Otro borracho (hay que mantenerse alerta para que no se nos acople) canturrea como puede el estribillo surfero de ‘Mucho mejor’, y el local se anima cuando el teclista agarra la guitarra y se marca la ‘Milonga del marinero y el capitán’, y uno no puede sino imaginarse la historia que cuenta la canción en un lugar parecido a este, con esos personajes que sólo logran la plenitud en el ecosistema de un bar de madrugada y de los que, sin darnos cuenta, nos vamos alejando a cada fin de semana que pasa. Supongo que para bien.

Es normal, en este recital acústico, echar en falta la crudeza eléctrica en ‘El día de la mujer mundial’ o ‘Paloma’, canciones que aquí cojean, porque en su ADN original guardan la abrasiva huella de las sesiones en el disco doble ‘Honestidad brutal’. Pero uno no puede comparar. Mejor, como hacen los presentes, es dejarse llevar, cantar un poquito, danzar al ritmo de rumba-rock, tararear, pedir otro bis, abrazar a este sucedáneo de Calamaro más asequible y para todos los públicos, aunque intuyo al dúo fan de hasta los más destartalados tracks del argentino, fantaseando con que se atrevan con las pistas más abruptas de ‘El salmón’.

A Mónica, no sé si por la cosa placebo de saberse en un entorno algo silvestre, le pica el cuerpo y se rasca en busca de chinches o algo. El concierto, esmerado, amable y sin objetivos firmes, un poco concebido para sondear, acaba lanzado, persiguiendo el hit fácil y con el personal eufórico a punto de encaramarse a la noche de sábado que empieza. Se va la tarde primaveral y no hemos visto por La Traviesa a Calamaro y su matorral de pelo. Apenas, a golpe de cover distendido en este pliegue del espacio-tiempo, nos hemos acercado a sus obras cumbres, de las que él ahora anda aún lejos, muy lejos. No le queda tiempo: está en twitter publicando fotos de su ex desnuda.

raúl