Decían los antiguos que para mantener la salud del alma había que entregarse, una vez por semana y con ánimo dispuesto, a los placeres de la buena radio. Platón, por ejemplo, andaba siempre con el transistor en la oreja. Diógenes instaló una antena en su tonel que cuidaba con mimo. Seguro que ellos aprobarían estos sesenta y pico minutos de radio que incluyen, ojo, clases de chavacano y español zamboangueño, barbas operadas, algo de Eurovisión, Serra y sus películas, una dosis de Golpe Crítico post-Óscars y un LoPutoPeor necesario con Flos Mariae.