Una ciudad como Dios manda no puede ir por el mundo sin una canción que ejerza la función de himno popular. Los grandes núcleos de población, máquinas de conglomerar talento y con una alta capacidad de atracción, lo tienen sencillo: la mayoría de grandes metrópolis pueden presumir de protagonizar como mínimo una gran canción. La envergadura de la oferta musical, sin embargo, esconde un aspecto negativo, y es que es difícil que todos los habitantes de una urbe de vastas dimensiones se pongan de acuerdo en escoger un único himno urbano que los represente de una manera aproximativa. Las identidades se diluyen al ritmo de distintos cánticos. Las capitales pierden así el que debería ser el gran baluarte de este tipo de composiciones populares: su condición de elemento vertebrador de la colectividad.

Dentro del territorio español, Barcelona es una de las grandes afortunadas. Por una parte goza de un himno elegante y épico, que permite mirar a los demás por encima del hombro, con Freddie Mercury y Montserrat Caballé poniéndonos a todos los pelos de punta; por la otra, es la estrella de un canto pachanguero de Los Manolos, de camisas abiertas y bailoteos olímpicos con cigarros y cerveza bajo la luz del Sol. Dos bandas sonoras para dos realidades totalmente distintas que sin embargo caminan sobre un mismo asfalto. En el caso de Madrid, curiosamente, la mejor visión de la ciudad la ha aportado Joaquín Sabina, un jiennense que ha sido capaz de loar como nadie las virtudes (y especialmente los defectos) de la capital española. ‘Pongamos que hablo de Madrid’ (mi favorita es la versión de Porretas) y ‘Yo me bajo en Atocha’ son, cada una en su estilo, insuperables.

Por poner sólo algunos ejemplos, de las miles de canciones dedicadas a Londres ‘London calling’ es la más representativa (hasta resultar cansina). ‘New York, New York’ de Sinatra es un tótem inamovible (si bien en mi modesta opinión, ‘New York I love but you’re bringing me down’ de LCD Sondsystem es el auténtico himno ya que la supera con creces en emoción e intensidad). Y así podríamos seguir hasta el fin de los tiempos, porque los homenajes musicales a las grandes urbes son interminables.

Por eso me resulta más interesante investigar los himnos urbanos surgidos en ciudades pequeñas, las que no siempre aparecen en los mapas del tiempo, las que sólo los alumnos más avanzados de la clase saben situar geográficamente. Estos núcleos urbanos de menos de 150.000 habitantes, estas modestas amalgamas de vida no disponen de tantos grupos  con ansías de componer la canción definitiva que defina para siempre a su ciudad. De ahí que las pocas que aparezcan resulten más interesantes. Ismael Serrano y Luar na Lubre dedicaron ‘Chove en Santiago‘ a Santiago de Compostela (95.000 habitantes), y qué decir de la mítica ‘Camino Soria‘ de Gabinete Galigari, quizás la carta de presentación más famosa de la urbe castellana (40.000 habitantes). Y aunque Albacete sea algo más grande (170.000 habitantes), no querría dejar pasar la popular ‘Una vieja y un viejo van a Albacete’, siendo quizás el gran regalo que ha hecho al mundo la ciudad manchega (junto a las navajas y a Iniesta).

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En el caso de Tarragona, la ciudad de los inercios, contamos con un binomio difícil de superar ya que nuestros dos himnos inquebrantables funcionan como caras opuestas de una moneda. ‘Murallas de Tarragona’ es un bello canto de Bernardo Ríos a nuestra historia y patrimonio romano, una oda blanca y bucólica que describe a ritmo de organillo una ciudad que pese al paso de los siglos sigue conservando algunos de los elementos que la convirtieron en capital imperial. En las antípodas se sitúa ‘Tarragona m’esborrona’, la canción-emblema de Els Pets que dibuja una urbe oscura y peligrosa, sucia y abandonada, un reflejo de lo que representaba para la juventud de la época (principios de los noventa) una población que no había dado el salto a la modernidad y nadaba sin rumbo en aguas estancadas.

El último gran himno urbano de ciudad pequeña que ha aparecido en nuestras vidas ha sido ‘Huesca, la capital mundial‘, una parodia a ritmo de rap con dos maderfakers de andar por casa (ojito, que son ni más ni menos que dos talentos como @alvarocarmona y @capo) que reivindica con un gran sentido del humor (y muchos tacos) la pequeñez y sencillez de Huesca (52.000 habitantes). Y sí, hay mucho choteo detrás, pero tampoco les falta razón. En Huesca, como en Nueva York, Londres, Barcelona o Tokio, también tienen un Bershka o un Mango (y un Ikea cerquita), pero en esas gigantescas metrópolis no existe ese cielo azul sin contaminar, ni esa coqueta catedral, ni dos raperos tan cachondos. Y por encima de todo, jamás de los jamases tendrán un himno tan molón como este.

Tres canciones, 279. La elección de Withor

ELS PETS – ‘TARRAGONA M’ESBORRONA’

@adriwithor