Es de dominio público que a Madonna la vieron repostando gasolina en la provincia de Burgos y que Steve Jobs ya está relajado y feliz en la isla con Michael Jackson y Kurt Cobain. Parodio, pero créanse ahora al granadino que dé testimonio de cómo Joe Strummer, líder de The Clash, cerraba bares y componía en el Albaicín, mirando la Alhambra. Se instaló el icono punk en la ciudad de Lorca y Morente.

En plena movida granadina (la retahíla de grupos históricos comienza con Los Ángeles y sigue con todo lo demás, underground incluido) Strummer se fue a la falda de Sierra Nevada y se encerró en una pensión a escribir. Por la noche bebía ginebra y perseguía a las chicas. O eso cuentan. Como Hemingway corriendo en los Sanfermines. Como Ozil veraneando en Torredembarra. Como Jim Morrison y los suyos explorando Almería en furgoneta. Ya se sabe, la descontextualización o los mundos posibles resquebrajados. Como esa leyenda urbana en la que Juan Carlos I ‘el campechano’ pincha con su moto y tú, que vas circulando tranquilamente, te bajas del coche a ayudarle a cambiar la rueda.

La cosa es que ando yo estos días descubriendo a The Clash, casi obsesionado con una canción. La pinchó en La Ventana Jaime Urrutia y yo, ignorante de su existencia, me quedé absorto: por la temática, por la conexión de universos (véase punk y memoria histórica) por la simpleza, por la ternura. Se llama ‘Spanish bombs’ y son The Clash hablando de la Guerra Civil española, homenajeando de aquella manera a los revolucionarios y luchadores de la libertad que combatieron con el Frente Popular.

Strummer echándose un cigarrito. Al fondo, la Alhambra

No doy crédito. ¡Leches!: del London Calling al ‘no pasarán’. Y me fascina. Hacía años que no me pasaba esto con una canción. Gasto rápido el exiguo cupo de escuchas que me ofrece Spotify. La pongo en youtube, en grooveshark, descubro que la tengo por ahí en mp3 y ahora no dejo de escucharla. Me siento ese escuchante compulsivo que una vez etiquetó Withor. Y mira que es simple: un espanglish rudimentario, envuelto en un punk blandito. La relaciono, rápido, con ‘Spanish Caravan’, de The Doors o con los tiernos problemas idiomáticos de Willie Deville.

La letra es cómicamente enigmática. Aquí unos retazos: ‘leave the vendanna open’, ‘black cars of Guardia Civil’ (ininteligible la dicción de esto último), ‘my senorita’s rose’, así como desperdigada por ahí, sin venir a cuento, la palabra ‘mandolina’ o el estribillo absurdo: ‘Spanish bombs, yo te quierro y finito, yo te querda, oh mi corazón’. ¡Pero bueno! ¿Es un tema sobre bombardeos y tiroteos y trincheras y dramas en la Granada del 39 o es una canción de amor? ¿Es Aute o Carlos Baute, carajo? Da igual, lo importante es que ‘Graná’, piedra angular en la geografía sentimental de este santo y seña del punk británico, se colocaba pujante en el mapa, a través del mejor disco de rock de los años 80.

Días después y sin recuperarme de esos entrañables punterazos al diccionario, me veo en el cementerio pergeñando una crónica de Todos los Santos que huya ni que sea cero coma de los lugares comunes y en esas, en un garbeo por el memorial democrático que homenajea a los caídos de la República, me encuentro con un veterano de guerra. Apacible, sosegado, con décadas de sabiduría en sus ojos. El anciano, de 94 años, me salva un artículo plano con la enésima batallita, clásica pero igualmente suculenta: su superviviencia en primera línea de combate, la retirada de los republicanos que él vivió de cerca, su penuria en un campo de concentración y su cuello, salvado ‘in extremis’ de ser rebanado únicamente porque a algún capo de los nacionales le pareció que tenía cara de buena persona.

Me quedo con ganas de mentarle al señor a The Clash y a Strummer, que anduvo en esa Granada por donde el viejo estuvo concentrado después de viajes en aglomerados e inmundos vagones de tren. Me quedo con ganas de dinamitar la rigidez del camposanto enchufando ahí ‘Spanish bombs’, en punkarra ofrenda a esos 700 y pico nombres de represaliados del franquismo que lucen en esta fosa común.

No creo que Strummer tuviera mucha idea de la Guerra Civil. No sé, no me lo imagino leyendo ‘Poeta en Nueva York’. Dejó, sin embargo, una notoria huella en Granada. Produjo discos de 091, se empapó del embrujo flamenco en las Cuevas del Sacromonte, esas por donde a Jota, el líder de Los Planetas, se le ve a menudo últimamente. Cuentan, además, que se emperró en encontrar la tumba de Lorca (¡se fue a comprar palas a una ferretería para desenterrar al poeta!) hasta que le hicieron desistir de su locura y se limitó a fumarse un porro en unos olivos donde Ian Gibson sitúa el lugar en el que fue fusilado. “Federico, va por usted, maestro”, dicen que dijo, y se quedó el mesías punki mirando la puesta de sol enamorado de aquella tarde, de la quietud, del silencioso griterío de los muertos.

Quiero creer que en aquel lugar, donde ahora se levanta un parque, resuena aún el castellano ortopédico de Strummer, muerto en 2002, o un trocito del doble ‘London Calling’ en plan psicofonía. Una iniciativa en Facebook pide bautizar una calle o una plaza con su nombre o el de su banda (preparen los ‘hoolifans’ destornillador y pasamontañas; tenga listas el alcalde varias placas de repuesto). Casi hay consenso en el ayuntamiento: sólo el PP se opone a ello, pero recuerden que todo es posible en Granada.

raúl