Tres canciones, 260. La elección de Raúl:

ANDRÉS CALAMARO – NO SON HORAS

Joe Blaney, un productor norteamericano rubio, fortote y bonachón, tiene, además de prestigio y un caché caro de grabación, fama de buen tipo. No es de aquellos que, a lo Phil Spector, zanjan la negociación sobre un detalle musical sacando la pistola en plena sesión. Joe tiene en su cartera de servicios como mezclador o ingeniero de sonido a Keith Richards, Prince, The Clash, Beastie Boys o Tom Waits. Al bueno de Blaney era complicado sacarle de quicio pero él, ducho en el rock español (fue productor de cabecera de Los Rodríguez), también tiene (tenía) a Calamaro entre sus clientes habituales. Le sufrió, además, en su momento más turbulento y porculero, en aquel disco excesivo que fue ‘Honestidad brutal’, de 37 canciones compuestas y grabadas entre Madrid, Nueva York y Buenos Aires, en un caos absoluto, tanto geográfico como sentimental. Dicen que Calamaro volcó el divorcio de su mujer en el disco y que tal fue la obsesión (maratonianas jornadas nocturnas de grabación) que todos los músicos que pasaron por los estudios en aquellos meses se acabaron separando. Eso da un poco igual porque forma parte de la leyenda más o menos amplificada, nunca clara del todo, porque también puede ayudar a vender el negocio.

Todo eso, en mayor o menor medida, lo sabíamos los más o menos calamarianos pero leyendo ‘La huida hacia delante de Andrés Calamaro’, el libro de Darío Manrique sobre aquel álbum en la imprescindible colección Lengua de Trapo, uno puede saber bien de qué estamos hablando. No imaginen bates de béisbol destrozando paneles de control, ni discusiones violentas sobre si doblar o no las guitarras en una mezcla. Es algo más intangible. Quédense mejor con el impagable testimonio de Joe Blaney, 15 años después, cuando el autor del libro se puso en contacto con él (y obteniendo respuesta vía mail sólo tras varios intentos). Hay que reproducirlo íntegro: “Lo siento, pero no quiero hablar de la grabación de ‘Honestidad brutal’. La creación de este álbum fue una experiencia horrible para mí, una pesadilla. Llevo tratando de olvidarlo desde entonces. No lo he escuchado desde el día que se masterizó. Antes de ese álbum, Andrés y yo teníamos una gran relación creativa y una fuerte camaradería, con respeto mutuo y confianza el uno en el otro. Todo eso fue aniquilado durante la producción de ‘Honestidad brutal’ y no hemos trabajado juntos desde entonces”.

joe-blaneyBlaney y Calamaro haciendo buenas migas en ‘Alta suciedad’, donde sí se entendieron

Detrás de eso hay un campo de batalla en la producción, donde el intratable Calamaro lo que hizo fue cambiar de arriba abajo algunas mezclas para desesperación de Blaney, ninguneado en aquella locura de grabación; al parecer, nada del otro mundo, pero a mí tal sinceridad (un terror incluso a oír el nombre del disco que raya lo cómico) me dejó perplejó y me causó, claro, la risa, sobre todo porque no se incide en los detalles y deja lugar a suculentas elipsis. ¿Cómo no imaginar a Calamaro en sus días endiosados y caprichosos llegando al estudio y al otro volverse pequeño en un rincón? ¿O acaso fantasear con Blaney aún marcado por aquello, retirado en un rancho yanqui dándose golpecitos con la palma de la mano en la cabeza en plena recaída de su terapia?. O a Blaney celebrando el final del suplicio como los monjes budistas festejan la marcha de Ace Ventura de aquel templo tibetano. O a Blaney enloqueciendo como los profesores de ‘Este chico es un demonio’, inmovilizado por el pavor a un reencuentro posterior.

Lo que pasa en una sala de grabación se queda ahí, dice la mítica rockera, pero a veces el trauma aún persiste en la psique atormentada de algún productor, luego un alma en pena obligada a vagar sin rumbo. Créanme que en este caso la cosa es seria. El ingeniero neoyorquino aún paga las consecuencias: hoy en día produce a Fito y Fitipaldis.