«África tiene un aura especial y la tersura de un sueño infantil. África es también literaria, quizás el más literario de todos los continentes. Desde luego ha sido el sueño tangible de muchos hombres durante muchos siglos y su halo de ensoñación sigue sin apagarse».

No hay mejor forma de describir el misticismo que rodea África que con las palabras de Javier Reverte, autor de una magnífica trilogía experimental, viajera e histórica sobre el continente a nuestros pies. Influido por esta versión aventurera del mito africano, a uno no le queda más remedio que prepararse para vivir una aventura hacia lo desconocido, cuando se dispone a hacer la maleta que le transportará hacia Dakar, situada en el punto más occidental de África. La ciudad es el último referente de los horrores vividos por miles de esclavos negros, que a lo largo de varios siglos traspasaron el magno océano para construir una supuesta democracia liberal y libertaria. Y se preguntaran, ¿Qué se le ha perdido a un miembro de la Inercia en un país como Senegal?

Mi particular sueño con este continente había tenido una breve cata en Marruecos, frontera subliminal hacia el África negra. Ya tenía ganas de adentrarme en ella. Y la oportunidad surgió al poder ser testigo del ‘Dakar Vis-à-Vis’, la sexta edición de un festival musical, organizado por Casa de África, en colaboración con la Embajada de España, el Ministerio de Cultura senegalés, Cultura Dakar y Aula Cervantes, que tiene como objetivo descubrir nuevos talentos del continente para ofrecerles la oportunidad de realizar una gira por España. Una quincena de programadores de festivales como Pirineos Sur, Etnosur, La Mar de Músicas, Imagina Funk, Al Rumbo, Fuerteventura en Música, África Vive-Cultura Inquieta Getafe o Mumes Tenerife debían escoger 12 artistas, de un total de 140 presentados, para escucharlos y analizarlos en directo, durante tres noches seguidas. De ellos, dos serían los elegidos.

Con seis ediciones a su espalda, el ‘Vis-à-Vis’ ya ha pasado por países como Zanzíbar, Cabo Verde, Etiopía, Sudáfrica y Senegal (esta era la segunda vez), y ha descubierto grandes talentos de la música africana, como la cantante Njaaya, el grupo de hip-hop Da Brains, BCUC, Jagwa o OY, una formación liderada por Joy Frempong, junto con el batería suizo Lleluja-Ha, que pudimos disfrutar en la última edición del Imagina Funk (Torres, Jaén, 10 y 11 de julio). El viaje estaba organizado por Doctor Zhivago, una productora encabezada por el madrileño Pachi Espinosa, todo un personaje de la farándula musical, maestro del humor, y mánager, entre otros, de Julieta Venegas y Diego El Cigala. Recibía, además, el apoyo sobre el terreno del músico Sidi Samb, de Etnik Group, encargado de toda la logística que uno se pueda imaginar.

Pero no sólo de programadores se nutre el viaje, también de un representante de la SGAE -patrocinadora de la excursión junto con la compañía aérea Binter- y de diversos periodistas canarios de la televisión autonómica y de Televisión Española, encargados, por primera vez, de captar la esencia de esta original idea. Unas veinticinco personas, dispuestas a disfrutar de una experiencia única. Ya al aterrizar en el aeropuerto se percibe un aroma diferente, el de la contaminación, el caos, el desorden. El de la miseria que gobierna gran parte de África. El de los vendedores de tarjetas de teléfonos móviles. El de los taxistas que gritan con esperanza de conseguir un cliente. El del los sonidos que gobiernan con locura. El del mito africano roto.

DSC_0004Una callejuela cualquiera de Dakar.

Por suerte, Sidi Samb nos rescata, acompañado de unos conductores que se convierten,  ya, en nuestra sombra. Montamos en unos furgonetas blancas, viejunas pero amplias, con cinturones que revelan la tristeza por no haber sido nunca utilizados, con asientos raídos pero cómodos. Al final le acabas cogiendo cariño a este vehículo de motor, convertido, con las horas, en una metáfora del desenfreno, y si me apuran, del choque de civilizaciones consentido. El occidental acepta su papel de poder respecto a cualquier acción -gastronómica, turística, alcohólica, nocturna, diurna, amistosa, comercial etc.- y el africano se conforma con obedecer para convencer a un individuo que es concebido como una especie de billete con patas. Evidentemente, si uno se asentara en Dakar para vivir, la relación sería diferente. Pero no es el caso.

Los programadores se alojaran en el hotel Casa Mara, abierto por la española Mara de Cabo y con un patio interior muy andaluz. Este espacio servirá para los encuentros posteriores con los artistas y sus representantes. Los periodistas y otros invitados nos desplazamos hacia el centro de Dakar, para desembarcar en un Novotel. Un alojamiento de lujo que se halla justo en el centro financiero de la capital de Senegal, si es que se concibe como tal. A su lado, una mole blanca que alberga el Banco Central de los Estados de África Occidental, gobernador de las monedas de Benín, Burkina Faso, Costa de Marfil, Guinea Bisau, Mali, Níger, Senegal y Togo. Media hora para acicalarnos -eran ya las 11 de la noche del miércoles 4 de marzo- y disfrutar de la noche africana.

Rápidamente, la furgoneta se introduce por una vía costera, que deja al descubierto la dureza de la línea de mar en contraposición con las lujosas mansiones de los embajadores y ricachuelos del país y el extranjero. Enfilamos un pequeño montículo, y de repente, aparece una gran escultura: es el monumento al Renacimiento Africano, de 49 metros de altura, inaugurado en 2010 y una supuesta metáfora de la independencia de Senegal con respecto a Francia, el 4 de abril de 1960. La estatua fue diseñada por el senegalés Pierre Goudiaby y levantada por una empresa norcoreana -de ahí las grandes similitudes con las megalómanas construcciones a los líderes de Corea del Norte. Además, ha recibido muchas críticas por el posicionamiento de la mujer, subordinada al hombre, y la carnaza que enseña, en un país mayoritariamente musulmán (el 80% de la población). Eso sí, Senegal da la sensación de tolerancia religiosa.

monumento El monumento en cuestión impresiona.

De repente, de la carretera surgen unas luces. Las furgonetas de turistas se agolpan en la cuneta. Bajamos y observamos una línea de garitos que rayan el ambiente de club de alterne. Nos adentramos en uno y nos agenciamos unas cervezas marca Flag, que nos acompañaran continuamente durante los cuatro días siguientes. Subo las escaleras hacia una terraza que se mueve entre lo estándar y lo tradicional africano, sin ningún otro objetivo que departir y compartir con los compañeros de viaje la experiencia que nos espera. Pero no pasa ni un minuto cuando noto que una mano me estira la americana verde por detrás y me abduce. Empieza el festival. Elipsis.

Son las 10 de la mañana, mi cuerpo apenas ha descansado un par de horas, pero tengo las suficientes fuerzas como para bajar al comedor del hotel para nutrirme de pastas y frutas. Aún no había empezado, oficialmente, el festival ‘Vis-à-Vis’, pero ya había saboreado el embrujo de una noche africana. Definitivamente, el mito literario descrito por Reverte se hacía añicos. Así lo comentamos en el interior del centro francés de Dakar, uno de los pocos edificios del centro de la ciudad que mantiene el estilo colonial. El resto son construcciones de cemento bueno, a medio hacer, desgastadas, sucias y con un escaso gusto estético. Pero no crean que lo feo no tiene su encanto. Pasear por Dakar y sus mercados es adentrarse en una realidad paralela a la habitual que atrae por exótica y desconocida.

La primera noche del festival se desarrolló en la sala Just4U y su enorme patio lleno de palmeras. Alineados en mesas, disfrutamos de la gastronomía del país, sorprendentemente excelente, por la naturalidad con que cocinan alimentos básicos, como la carne, el pescado o las legumbres. Sí, alguna que otra especie, pero no hasta el punto de amargar los sabores. Los cinco jóvenes de Siley Band abrieron el apetito musical. Ciertamente, supieron a poco. La batería y los metales salvaron una actuación irregular, que apunta maneras pero que no es sólida. El siguiente en aparecer fue Baboulaye Kora Folla, un tipo que me había entusiasmado en las escuchas previas al viaje, dado su virtuosismo con la Kora, un instrumento tradicional del África Occidental. No decepcionó, aunque pareció demasiado vacío y solitario como para enfrentarse a la masa de cualquier festival español de músicas del mundo.

El encargado de levantar el ambiente fue Matador y su rap dialogado en wolof (lengua oficial de Senegal). El tipo desprende fuerza en el escenario y entrelaza ritmos electrónicos con otros más tradicionales. Más de uno se animó a seguir las letras, aunque fuera ininteligibles. Cerró la noche uno de los grupos más asentados en el panorama musical senegalés. Takeifa ya advirtió desde un principio que no estaban allí para ganar el festival, entre otras cosas, porque ya son bastante conocidos en España y Europa y su elección quebrantaría con los principios fundamentales de apoyo a nuevos talentos (de hecho, ya participaron en la primera edición del ‘Vis-à-vis’ en Senegal, en 2010). Sin embargo, el grupo se apuntó a la selección como apoyo a la iniciativa, para divertir. Y vaya si lo consiguieron. Lo bordan en escena. Todo es compacto; la voz, la guitarra eléctrica, la batería, la percusión y el bajo, en manos de una joven albina.

Tras las actuaciones, nos desplazamos a Charly’s, un garito con piscina y pista de discoteca, que acabaría siendo base de operaciones nocturna. Poco antes de las 3, una hora prudente, nos recogimos al sobre. Al día siguiente me esperaba una espectacular excursión a la isla de Gorée, un entorno paradisíaco a pocos kilómetros del puerto de Dakar, que mantiene el aroma colonial para recordar los horrores que se produjeron en su interior. Un museo rinde homenaje a todos aquellos esclavos que fueron torturados y ninguneados en la isla, para después lanzarlos a la deriva del océano y de la hipocresía racista norteamericana. El arte gobierna Gorée. Sus habitantes moldean cualquier residuo a su antojo. El mar es tranquilo y azul, la arena, blanquísima. Todo parece puro. Pero ese purismo se desmorona al comprobar la necesidad de vender al turista. La isla vive de visitas, así como sus restaurantes. En uno de ellos nos deleitamos, acompañados de un senegalés que viste una txapela vasca.

DSC_0030Playita buena en Gorée.

DSC_0091El senegalés vasco, con un servidor, Joaquín (un payés de Huesca) y Julio, todo un experimentado de la noche musical.

La tarde transcurre con un paseo por el caos de Dakar, más ordenado y menos agobiante que el de Katmandú, y una bonita siesta. Un moderno local, el Must, acogería la segunda tanda de actuaciones. Quizá la más estelar y contundente. El pop criollo de Enma Maurice encandila con facilidad, pero tampoco deslumbra. Sí que lo hace Noumoucounda Cissoko, a la postre ganador del festival por aclamación. Él imprime a la kora una musicalidad que rompe los esquemas de lo tradicional. Le acompañan unos músicos solventes en la percusión, la batería y la guitarra. Cissoko contagia al público y los programadores con su optimismo rítmico y demuestra que es capaz de mover a su antojo los traseros de la masa. El clímax de sus canciones es simplemente desgarrador.

DSC04872_1Noumoucounda Cissoko, vestido de azul, nos deleita con la Kora.

Con el público metido en vereda, le tocó el turno a los chicos de Fuk N Kuk, que lejos de amedrentarse, se salieron. Rap reivindicativo, antigubernamental, crítico con el apego de los jóvenes hacia las drogas, el alcohol y la delincuencia. Todo eso y más. El grupo ataja la evidente distancia del lenguaje con una fuerte musicalidad en los versos. De origen humilde y difícil, algunos de sus miembros son auténticos ejemplos de superación personal. Como también lo es Pape Niang, alias el Jimmy Brown africano, el último en discordia. El tipo no sólo es ciego (sí, todos pensamos en Stevie Wonder), sino que además es tartamudo. Niang consigue una voz espectacular en el escenario, vestido de negro, tocando la batería y la harmónica, y versionando temas de los grandes del jazz. Quizá faltó algún que otro tema original para que los programadores lo tuvieran más en cuenta en la terna de posibles ganadores.

De nuevo, nos desplazamos al Charly’s. Esta vez con algunas copas de más y con intención de farandulear. La americana verde vuelve a salir a escena. Elipsis. Tras el exceso, el sábado despierto en Casa Mara, dispuesto a escuchar a los artistas que han actuado el día anterior y van a hacerlo esa misma noche, así como sus representantes. En la charla, los proyectos musicales cobran sentido y se define, con más claridad, cual es la disponibilidad de los grupos, los miembros que se desplazarían a España y los precios de cada uno. Se trata de fijar, de antemano, cuáles serán las condiciones de la gira en caso de ser elegidos. El ‘Vis-à-Vis’ acoge festivales grandes, que programaran a los dos ganadores, y otros más pequeños, que sólo se pueden permitir a un artista o grupo. Por lo tanto, la elección es una mezcla, no sólo de intereses artísticos, sino económicos y de producción.

DSC04747Los programadores escuchan a los grupos y sus representantes.

La última jornada musical fue la de las mujeres. Pareció especialmente preparada para celebrar el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. El Doutta Seck es una especie de palacete con toques coloniales, con una pista de tierra que albergó un gran escenario musical. Un escenario, sin embargo, que pecó por tener un sonido más sucio que en días anteriores. Este condicionante no influyó en la actuación de Women Groove Project, un grupo de jóvenes féminas acompañadas a la kora por el propio Cissoko (una de sus sobrinas es impulsora de la formación). Los temas pop, con toques electrónicos y acústicos, suenan bien, pero se quedan a medio camino. Se esperaba un paso hacia delante en la actuación que no se produjo.

Quién si convenció por su voz fue Aída Samb, del sello del mítico Youssou Ndour. Con una legión de fans tatareando sus canciones, la joven senegalesa demostró una alta capacidad para moldear los ritmos musicales a través de las cuerdas vocales. Su voz es tan deslumbrante que empequeñece la música que la acompaña. Un punto negativo, el de las melodías poperas, que Samb debería pulir para encandilar del todo al público de los festivales que la verán en España. Porque los programadores la consideraron como segunda ganadora. Carlou D también lo pudo haber sido, pero como Takeifa, ya tiene carrera echa en nuestro país, incluso representante. Tras un desgarrador tema intimista dedicado a su madre, el senegalés fue creciendo a pasos agigantados, hasta ofrecer una actuación rockera absorbente.

DSC05337Aída Samb derrocha voz por doquier, aunque en esta imagen tenga la boca cerrada.

Ante la ausencia de Médoune et l’Orchestra Torodo, que llegaban con la etiqueta de banda africana de salsa, Sidi Samb cerró la última velada, tras días de gran esfuerzo en la producción y organización del viaje. Le acompañaron en el escenario una decena de percusionistas del barrio de la Medina de Dakar, que visitamos el domingo por la tarde, pocas horas antes de volver hacia España. El barrio desembarca en las playas de los pescadores, famosas por acoger los mercados de pescado fresco, provenientes de los cayucos que se adentran, cada mañana, en las fauces del océano. Una especie de Tsukiji japonés, pero con menor frenetismo.

Al pasear por el interior de la Medina, el primer barrio que se creó en la ciudad a inicios del siglo XX, descubro lo que parece ser la auténtica áfrica negra, alejada del agobio turístico. Los niños corretean por doquier alrededor de una pelota, las niñas saltan a la comba, un grupo de jovenzuelos disputa unas partidas al futbolín (acabamos siendo partícipes), los adultos mueven el esqueleto alrededor de cajones y guitarras, los ancianos yacen en los portales de entrada a sus casas, como alicaídos, esperando ya el final, y unas espectaculares ilustraciones gobiernan la estética de las fachadas. La alegría de una vida sencilla contrasta con la pesadumbre de las limitaciones económicas y sociales. Los más pequeños alucinan cuando se ven reflejados en las lentes fotográficas.

DSC_0127Pescado fresquísimo de las costas de Dakar.

DSC_0167Buen ambiente en el barrio de la Medina de Dakar.

Finiquitada esta espectacular experiencia, uno ya piensa en la siguiente parada, prevista en Costa de Marfil, en 2016. Para el occidental, resulta evidente que el continente africano goza de una textura única y especial. Nos abstrae, nos desinhibe, nos hechiza, pero ya no por el misticismo que rodea sus historias y leyendas, sino por una realidad que destapa nuestras propias contradicciones. Nuestra comodidad frente a la escasez alimentaria. La contaminación y el caos frente a nuestro orden. El imperio de lo financiero frente a la tradición moral. La fugacidad del tiempo frente a la percepción pausada del mismo. La creación de necesidades superficiales frente a la simplicidad vital. África es, a la vez, lo que nos gustaría ser y lo que no.