Con David Trueba (Madrid, 1969) las entrevistas deberían ser sectoriales y monotemáticas, habida cuenta su diversidad de tareas y oficios: guionista, escritor, director de cine, periodista o autor de documentales. Aquí picoteamos de un poco de todo, y hasta da tiempo de hablar de Rafael Azcona, la columna de opinión, la madurez o el Atlético de Simeone. Trueba se embarca en proyectos de todo tipo, desde los grandes que coleccionan Goyas (‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’) hasta los modestos, más lejos de los focos. En esa liga figura su reciente ‘Lo malo que nos pasa’, un documental sobre el músico Francisco Nixon, o la serie ‘¿Qué fue de Jorge Sanz?’. Ahora sigue presentando ‘Blitz’, su cuarta novela.

¿Qué te trae por Tarragona?

Debo decir que también tiene que ver en parte con gente de Tarragona, que me pedía que viniera, que me decía que nunca había presentado una novela en Tarragona. Había estado un par de veces, e incluso había rodado un día, con ‘Soldados de Salamina’. Cuando estábamos en Girona, bajamos al puerto a rodar una escena. He venido, un año después de salir ‘Blitz’, pero yo vengo a hablar de todo… a mí me gusta hablar de todo. Yo soy de los de ‘no he venido aquí a hablar de mi libro’ (risas), sino de lo que sea. No tengo ese egoísmo promocional en mi vida, lo he superado ya.

Pero hay que hablar un poco de ‘Blitz’, de tu última novela. ¿Estás contento con la vida que ha tenido el libro?

Sí, muy satisfecho. Ahora empiezan a salir las traducciones, en Francia, Italia, Portugal, Brasil. Es verdad que tú ya estás trabajando en otras cosas, pero mientras los libros o las películas siguen vivos tú hablas muy a gusto de ellos. ‘Blitz’ ha sido una muy buena aventura.

¿Has notado algún cambio en cuanto a recepción, a gustos, a crítica, a inputs que te han llegado?

(Piensa). Diría que no. El punto quizás de inflexión en mi carrera literaria se produjo con ‘Saber perder’. En las dos primeras novelas, que funcionaron bien y tuvieron su reconocimiento, había una sospecha general, como una especie de prejuicio ante el hecho de que yo también me dedicara al cine. Eso hacía que en el mundo literario te recibieran con más prevención. A partir de ‘Saber perder’ eso se venció. También los prejuicios están ahí por algo y tienes que pelear contra ellos, no frustrarte, y entender por qué la gente los tiene. Desde aquel momento mucha gente percibió que había una carrera novelística y literaria, expresada con toda su honestidad y claridad, que te podía gustar o no, pero que era la que yo quería sostener al lado de mis películas. La gente lo aceptó y el libro fue muy bien, incluso fue premio de la crítica. Con ‘Blitz’ he tenido la sensación de que el prejuicio estaba vencido, había una recepción más natural.

La aceptación ha sido buena.

Dividiríamos los aspectos en lo que se llama recepción crítica, luego estarían las ventas, que también son un baremo importante para medir, y después están las opiniones que te llegan. En los tres casos ha estado muy bien. Fue el segundo libro más vendido en castellano en Sant Jordi, lo que me sorprendió mucho, porque salen muchos libros casi para ser vendidos en ese día. Se ha defendido bien.

No sé si con ‘Saber perder’ detectas un giro también hacia la madurez, tanto en temáticas como en las tramas, y hasta en el tono. 

No, lo que ocurre es que yo me hago más mayor. Siempre he intentado que todas las cosas que yo hiciera fueran retrato de mi momento, del instante que vives, de tu modo de ver el mundo. Si eres honesto con esa perspectiva, lo normal es que vayas cambiando también tu sensibilidad. Lo que yo no quiero es seguir escribiendo ‘Cuatro amigos’ año tras año. Eso está hecho, está hecho en el momento en que debía hacerse y ahora la novela tiene que tratar de lo que en ese momento observas o te preocupa. No percibo madurez ni no madurez. No considero la madurez una virtud, sino una consecuencia de cumplir años. Tampoco he sido nunca inmaduro. Es más, mis amigos siempre me han dicho que tenía un cierto espíritu de viejo prematuro, entonces, de alguna manera me siento más contento porque ya no es prematuro (risas)… entendiendo vejez como un elogio.

¿Te sigue llegando cierta mitificación de ‘Cuatro amigos’, de gente a la que aquel libro le marcara casi de un modo generacional?

Sí, es que es un libro que para mucha gente es catártico, más que mitificado. Les gustó, se reconocieron, se sigue leyendo muchísimo… Es un libro que fue un éxito en Italia. Cuando voy allí a presentar una película la gente me dice ‘el escritor de Quattro Amici‘. Allí se vendieron 80.000 ejemplares, que para un escritor español está fuera del alcance. Pero eso tampoco hace que yo me sienta como obligado a hablar de él. Está, existe y me encanta que siga vivo. Hay una edad para ese libro, para leerlo también y para disfrutarlo. Que se te acerque gente para decirte algo es el mayor elogio. Seguramente es con la novela con la que me han pasado cosas más estrafalarias, de gente rarísima que lo ha leído. De pronto estás tomando una caña en un bar en Ibiza y no te dejan pagar y resulta que para una camarera es su libro favorito. Esto pasa pocas veces pero es así, y ese libro lo ha provocado. Tampoco lo considero como algo invencible en mi vida.

trueba.jpgLluís Milián / Diari de Tarragona

En ‘Blitz’ querías hablar del paso del tiempo, de las edades, de los conflictos que eso genera. 

Claro, hay un enfrentamiento entre la mirada sobre el amor, la soledad, el deseo, desde los 30 años que tiene el protagonista a los 60 y pocos que tiene la otra protagonista: cómo se enfrentan a los mismos asuntos personas en diferentes edades. Es un elemento interesante para retratar. Todos tenemos como palabras dentro de nosotros que tienen un significado: amor, soledad, compañía, deseo, muerte, vida, tiempo. Pero esas palabras que parece que para todo el mundo signifiquen lo mismo, varían completamente según dónde tú estés situado en tu proceso vital.

¿Cuál es tu primer recuerdo literario?

Es un recuerdo un poco raro… Es el entierro de Franco en la tele. Un amigo de mi hermanos mayores me había regalado ‘El principito’. Yo aún no iba al colegio, no sabía leer. Pero como el libro tenía algún dibujo, era breve y alguno de mis hermanos iba leyendo, yo tenía la sensación como de jugar a leer. Y recuerdo eso: Franco muriéndose y ‘El principito’, como mis dos esferas en las que me he movido siempre: el mundo literario, la fantasía, y la cruda realidad de España (risas). Cruda siempre, la realidad siempre es cruda. Para cocinarla necesitas el paso del tiempo.

¿Para qué te sirve escribir?

Seguramente, en algunos momentos, para alcanzar la felicidad, la plenitud, la sensación de que estás vivo. Sentiría que me falta algo. Fíjate: hoy hace un día estupendo, hace un sol maravilloso, hace frío, una ciudad preciosa… Pero siento que si no escribiera me encontraría mal, habría algo fallido dentro de mí. Ha sido una manera de realizarme, eso que dice la gente de sentirse realizado… A mí me pasa escribiendo. Luego, lo que pase con los lectores, lo que te dice la gente… eso son accidentes. La realización tuya es escribir. Lo que suceda luego con lo que escribes ya no está en tu mano, por desgracia. Eso está fuera del alcance. En cambio, la acción de escribir es tuya, es personal, y para mí ha sido fundamental. Después, la literatura en general para mí ha sido un salvavidas. Siempre lo recomiendo para la gente. Para mí y para mucha gente la cultura es el paracaídas. La vida tiene muchas caídas. El hecho de haber disfrutado de la música, del cine, de la literatura o del arte se extiende como un paracaídas para hacer que esa bajada a los infiernos sea más lenta.

¿Sientes eso de que una canción te arregla el día, o el mes, o ves una película que te lleva a decir: ‘Esto me está salvando la vida’?.

Lo he comentado muchas veces y se ve cuando muere algún cantante importante. Te das cuenta de la potencia que el recuerdo de sus canciones tiene en la gente. Muere David Bowie y se para el mundo. De pronto, la gente hace un recuento de lo que significan algunas canciones en su trayectoria vital, y eso es muy bonito. Lo mejor que alguien puede dar a los demás es algo que se convierta en el mobiliario de su mundo interior, íntimo. No está hecho de mesas, vasos, camas y platos, sino de rincones creados casi siempre por la sensibilidad. Ahí la gente se siente en su casa. Las canciones, los libros o las películas son la patria… la casa, mejor que la patria. Nuestra casa está amueblada con una canción de Bob Dylan, con una película de tal… y cada una es diferente, porque le llegó en un momento distinto. Unos la relacionan a sus historias sentimentales, otros a la pérdida de alguien… Eso es hermoso.

Te manejas bien en el tono tragicómico: explicar cosas trascendentes pero con distancia y dosis más o menos marcadas de humor.

No es un mérito mío, es un mérito de la vida. Si tú te paras en un escalón a ver la vida pasar, vas a ver comedia y tragedia. En cuanto estés diez minutos en una calle de tu ciudad vas a ver las dos cosas. Mi actitud con respecto a la escritura y al cine siempre ha sido, a tu manera, retratar lo que ves, y lo que yo he visto ha sido comedia y tragedia. No se me ocurre que alguien que quiera retratar la vida real sólo haga uno de los dos géneros, me parece que estaría haciendo trampa. Puedes estar festejando y pasándotelo bien, divertiéndote con tus amigos, volviendo a casa de madrugada, y cuando abres la puerta de casa hay una mala noticia. Esa combinación es muy intrigante de cómo nos volvemos locos, cómo podemos asumir ambas cosas, el placer y el dolor. Los asumimos de una manera natural. Sabemos que están ahí, que nos están acechando y van a caer sobre nosotros.

A la hora de afrontar cine o literatura, una vez tienes la historia, ¿cómo es la elección del soporte? ¿Cómo es ese proceso?

Antes de que la historia esté completa, ha surgido el formato que va a tener. A veces incluso con la idea misma original, o con los personajes, que ya vienen asociados a un modo de ser. Me pasa mucho que a lo mejor no llego a escribir una cosa hasta tres o cuatro años después de haber tenido la idea ya esencial, y sin embargo en el momento de tenerla ya sabía que iba a ser una novela o una película. Eso no quiere decir que no pueda haber un traslado de una a otra más adelante, pero ya siempre sería un ejercicio de adaptación. En mi caso es muy natural. Se me cruza una historia y mi cabeza dice: ‘Esta historia, para una película’. Está como muy marcado. No he tenido nunca la sensación de tener una idea y decir: ‘¿Qué hago?’. Venía asociado, y puede ser raro, pero a mí me parece natural. Al final, una idea es indivisible del formato en el que se encuentra. En mis películas, la idea sería distinta si fuera para una novela. Y al revés.

Tampoco te marcas una alternancia, porque eso sería forzar.

Yo no marco las alternancias, sino que vienen dadas. No me he sentado en mi mesa de trabajo y he dicho: ‘Ahora toca novela’. Reconozco que alguna vez lo he hecho y he dicho que después de una batalla como una película tocaba una novela. Cuando he querido imponerlo yo se me han rebelado las historias. De alguna manera, es como si tú tuvieras una especie de pequeña puerta por la que dejaras salir tus obsesiones. No siempre tú marcas el orden de salida. Es como si estuvieran aglomeradas tres o cuaro ideas queriendo salir y por mucho que te pongas en la puerta, hay veces en que una empuja y empuja y se impone a las demás.

Es como si tú no decidieras sobre ti mismo, sobre tu obra. 

A veces me he sentado a escribir una novela y no ha salido porque no estaba madura, y terminó saliendo otro proyecto. De hecho, ‘Blitz’ es una novela que se adelanta, también por su tamaño más pequeño, a otra que es la que tendría que haber sido la cuarta y que supongo que será la quinta. La estaba escribiendo, la tenía clarísima, más o menos encaminada hacia el final, y de pronto surgió la idea de ‘Blitz’ y ella misma hizo que parara la otra novela, la guardara en un cajón y me pusiera con esta. Eso no me había pasado. Si tengo una película en la cabeza, en general, hasta que no la hago y la termino, no puedo ponerme con otra. Esta es la primera vez que sucede, es como que se abrió paso, y también tenía la contundencia de ser breve, de tenerla como muy completa en tu cabeza rápido, sin tener que elaborarla mucho.

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¿Te desnudas más en los libros que en las películas, por el hecho de ser un trabajo puramente tuyo, quizás más solitario?

Puede ser. Hablas más en primera persona, aunque el libro no sea en primera persona. Hay algo de comunicación con el lector muy directa. No hay intermediarios. Puede ser que eso haga que la desnudez sea mayor pero, en general, creo que en mis películas me he desnudado bastante. Se ve bastante mi alma, lo que yo pienso del mundo, que al final es lo que estás todo el rato tapando. De hecho, me molesta mucho en las películas y en los libros cuando no percibo el alma de quien lo está haciendo, su sensibilidad, aunque no esté presente pero sí diluida.

Son casi ejercicios de estilo, pulcros, bien hechos pero sin corazón.

Me gusta sentir el aliento de quien está detrás, intuir por qué está haciendo eso, sus razones, su necesidad. A veces veo libros que en ese momento son muy elogiados porque pertenecen a una moda o son muy brillantes, y para mí les falta ese poso de sinceridad que tienen a veces obras más imperfectas pero hechas muy desde la autenticidad. Pero eso es muy difícil de medir desde fuera, es casi un ejercicio de espectador que vislumbra. Me gustaría que los que leen mis novelas o ven mis películas sí percibieran eso, que me vieran como un tío que hace lo que quiere, que no está pendiente del río de la moda, que va a lo suyo, te pueda gustar o no.

¿Notas más libertad en la escritura que en el cine?

No, en el cine he tratado de trabajar en la libertad total, pero es verdad que requiere un equipo y una explicación de lo que buscas, introducir muchas personas en tu misma búsqueda. Eso no limita tu libertad, la condiciona. También es verdad que cuando hago los guiones parto de la libertad total de una novela. Entonces, la gente que se acerca a trabajar ya tiene un material hecho con la misma libertad y en general suelen sumarse. Ha habido algún caso en el que ha costado más involucrar a alguien, pero casi siempre me he encontrado a gente que se asocia con mi proyecto y me han ayudado a tirarlo adelante. No me cohartaba la libertad, sino que me daba aún más fuerza.

Da la impresión de que siempre te has sabido rodear de gente interesante, con cierto olfato para disfrutarla y aprender de ella.

También me ha tocado, como a todos, aguantar a pesados (risas)… Sí, he tenido atracción y he tenido yo la curiosidad por acercarme a la gente interesante. Entiendo que en la vida hay gente que tiene mucho interés, lo que hay que hacer es escucharla. No puedes ir a sentarte a una mesa con gente interesante y ponerte a hablar tú. Quizás ellos han percibido en mí a alguien que escuchaba, con cierta sensibilidad, y eso también les ha hecho abrirse más. Era obvio que mucha gente tiene talento. Lo importante es si tú estás predispuesto para escuchar. Siempre he estado muy abierto a la gente que tiene algo que contar. No es un mérito. También he tenido suerte de que se cruzaran en mi vida personas interesantes. Si prestas atención, verás a mucha gente con una experiencia vital o profesional que contar.

Supongo que en ese grupo entra Fernando Fernán Gómez. ¿Qué tenía? ¿Por qué te generaba esa admiración?

Es uno de esos casos muy obvios. Era muy raro que alguien estuviera con Fernando media hora y no quedara absolutamente deslumbrado por su forma de ser, de hablar, por unos elementos un poco teatrales, pero con una esencia de una inteligencia muy fina. Vivimos en un mundo donde hay mucha gente repitiendo tópicos, cosas que han oído, que han escuchado, que han imaginado que son de esa manera porque lo han oído… Él de todo hacía una interpretación personal, sin prejuicios, dispuesto a analizar todo, por pequeño que sea, para analizar si es así o no. Te sorprendía siempre. Cuando todo el mundo en una mesa estaba repitiendo tres tópicos, él cogía, le daba la vuelta y además te hacía reír. Era muy divertido.

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Llegateis a crear como una cuadrilla en torno a él, un círculo de gente y amigos para confraternizar.

Creo que él también disfrutaba mucho de cierto núcleo de gente joven que, en un momento dado, él sabía que era imposible que hubieran estado alrededor suyo si no se hubiera dedicado a una profesión como la de actor, director de cine o escritor. Son oficios donde constantemente hay un cruce generacional muy interesante. Él, en lugar de buscar que todos le hicieran un monumento y subirse encima, era una persona que repartía mucho juego. A los pocos que le compartimos tanto, nos hacía sentir importantes. Él se abría y contaba, pero si tú ibas a Fernando diciéndole ‘cuéntame, cuéntame anécdotas de tal’, se cerraba en banda. No quería exhibirse. Eso llegaba luego. Cuando tú soltabas tus cartas, él entonces soltaba alguna. Me he encontrado a mucha gente que es muy de ‘ya verás, voy a deslumbrar a este joven, le voy a contar mis anécdotas reunidas’. Él no era en absoluto así. De hecho, en alguna ocasión le he llevado a alguna cena donde él ha percibido que alguien venía como de espectador y ha sido incluso un poco cerrado. Como le pidieras la exhibición… No era un circo; ahora bien, cuando tenía confianza y estaba a gusto, eran fuegos artificiales.

Hasta el punto de rodar aquella película-conversación con él.

Nosotros hicimos ‘La silla de Fernando’, que es una maravilla de película, por él, porque sale él, cuando salíamos de las cenas a las cinco y las seis de la mañana y decíamos: ‘Joder, esto es irreproducible, este tío es brillante, es muy bueno’. Eso nos llevó a Luis Alegre y a mí a intentar filmarlo, y lo conseguimos, en uno de los retos más duros de nuestra vida, porque no parecía que fuera a prestarse.

Otro de esos personajes que te rodeó fue el guionista Rafael Azcona.

Con Rafael llegué a tener incluso más intimidad personal. Con Fernando la teníamos a nuestra manera, pero siempre nos veíamos más en grupo, en cenas, siempre éramos mínimo cuatro o cinco. En cambio, con Azcona sí he tenido muchas sobremesas solos los dos. Era un hombre duro, simpático pero difícil. Era una persona con mucha determinación en lo que a él le gustaba y lo que no. Enjuiciaba mucho las cosas y era muy duro para detectar las imposturas… y el cine tiene muchas. Tenía incluso un punto de amargura en algunas ocasiones.

¿Qué aprendiste de él, te daba consejos?

A mí me enseñó muchísimo a ponerte en una posición de auténtico riesgo, de decir ‘yo apuesto por este número y hay que apostar con todas sus consecuencias’, incluso frente a la incomprensión de los demás. Era bastante duro en eso, no buscaba el aplauso. Al mismo tiempo, tenía una visión del cine muy reducida. Sí tenía como una especie de mandamientos, de ‘esto no’, ‘lo otro no’… Tenía una cosa muy graciosa. Él siempre te preguntaba: ‘¿Qué andas haciendo, qué tienes entre manos?’. Le contabas, y él te animaba muchísimo. Te decía: ‘Fenomenal, eso está muy bien, tienes que hacerlo’. Tres o cuatro horas después, te podía machacar. Te decía: ‘Por cierto, eso que me has contado antes yo no lo veo, no lo veo… ¡ahora tú estás queriendo ser Iñárritu!’ (risas). O el que estuviera de moda en ese momento. Te machacaba y te ibas a casa hundido. Tenía esas dos caras, pero era un tipo estupendo y alguien brillante en la conversación, en la distancia corta. Siempre llegaba a la sabiduría haciéndote reír. Eso es algo que aprecio mucho. No era petulante, era muy divertido. Azcona era muy gracioso.

También era un pozo de anécdotas, de situaciones y relatos.

Todo se reducía a una historia. Te decía: ‘Hace años me pasó a mí una cosa…’. En el fondo, el formato de la Biblia y las parábolas de Jesucristo es una modalidad dialéctica muy interesante. De alguna manera, casi siempre el aprendizaje de las personas se produce por medio de parábolas. Imagínate que tú estás preguntando algo, que no sabes hacer con no-sé-qué. En vez de decirte: ‘Lo que tienes que hacer es tal…’, y darte un consejo abstracto, él te decía: ‘Yo tenía un compañero de clase que…’. Y te explicaba una historia maravillosa. Era como la parábola del buen samaritano. Ahí está todo mejor contado que lo que luego inventa la Conferencia Episcopal.

Y de ahí hacía los guiones. Tiraba de la realidad y no le hacía falta inventarse nada.

Siempre. Yo le elogiaba mucho y le decía: ‘Tú inventaste tal escena en ‘El cochecito’. Y él respondía: ‘Que no, que no. Eso fue un tío en Logroño que yo había conocido…’. Siempre trataba de quitarse todo mérito. Él me decía que no había inventado nada: ‘Todo lo más disparatado que veas en una película mía se lo he visto hacer a alguien, o me han contado que lo hacía alguien’. De hecho, con Berlanga él hacía una cosa estupenda: se iban a escribir a una cafetería de El Corte Inglés, en la calle Alberto Aguilera, en Madrid. A la última planta iban mucho señoras por la mañana, que era el único momento en el que las famosas amas de casa podían permitirse estar en El Corte Inglés. Azcona y Berlanga ponían la oreja porque decían que esas señoras contaban las historias más fascinantes del universo.

¡Vaya lugar para inspirarse!

Azcona me decía: ‘Todo eso que dice la gente que hemos inventado Berlanga y yo… ¡nada, nada!, ¡en absoluto!. ¡Eran unas señoras que iban a El Corte Inglés!. Empezaban a contar que habían invitado a unos pobres a casa por Navidad, y que no sabían ni comportarse ni nada, una suciedad total’. Es un poco lo del Parlamento que decía el otro día Pilar Cernuda: ‘Hemos invitado a unos pobres al Congreso y oye, ¡qué mal huelen!’. O lo que dijo Celia Villalobos de las rastas. ¿No se dan cuenta?. Se está volviendo a reproducir ‘Plácido’. Estos tíos son como esas señoras de los barrios altos de Madrid diciendo imbecilidades en la mesa camilla. Ahora la mesa camilla ya no es en El Corte Inglés, sino en la tele, con Mariló Montero, pero el proceso es exactamente igual. Dicen las mismas chorradas y tienen el mismo desprecio a eso que contó Fernán Gómez que le dijo una señora una vez: ‘Mira, Fernando, nosotros somos los importantes, y luego está la chusma’. Ese desprecio a la chusma es maravilloso porque ahí está el calado de casi todo lo que Azcona escribía.

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Ahora, una de televisión. ¿Qué recuerdo tienes de ‘El peor programa de la semana’? ¿Aquella censura te acabó llevando a la literatura?

Me invitó a la literatura, porque nos echaron y fue una bendición. Yo en ese momento tenía la novela ‘Abierto toda la noche’ escrita en mi casa, y de pronto alguien la había encontrado en una carpeta y me animó a sacarla. Al quedarme sin trabajo me pude dedicar a reescribirla. En eso he sido muy afortunado: siempre que me han echado de un trabajo ha sido para bien.

Tienes una columna en ‘El País’, donde partías de la televisión como excusa para hablar de todo un poco. ¿Qué te aporta el periodismo?

Ahora me han cambiado de sección y ya no es tan dependiente de la televisión. La columna es una especie de ejercicio que está muy bien porque hace que también te liberes. A veces ves películas o lees libros que intentan transmitir una opinión demasiado urgente sobre el mundo. Yo creo que tienen que tener un poso: entre que tú haces un libro o una película y que se estrena y que le llega a alguien pueden pasar años. Todo lo que es fruto de la ocasión tiene menos valor. En cambio, la columna sí es producto del momento, de tratar de analizar algo concreto, buscar otra perspectiva, de bajar a unos de su pedestal y a otros subirlos. Es compensatorio.

A la hora de abordar el género de opinión, ¿reflexionas mucho sobre qué estrategia seguir, el estilo, por dónde ir?

En España se ha practicado mucho un tipo de columna periodística que es lo que yo llamo ‘la cultura del yo’: ‘yo’ por encima de los demás, ‘yo’ desprecio a los demás, ‘yo’ soy más importante que cualquiera que dirija una empresa o un partido… A mí siempre me ha gustado más otra cosa: intentar trasladar el punto de vista que en ese momento está adoptado; cuando parece que la opinión pública no tiene más remedio que opinar esto, tú puedes decir ‘bueno, también podríamos pensar esto’. Sería aportar otra mirilla para ver la realidad. Yo estudié periodismo, así que para mí es un trabajo muy agradable.

Vamos, para acabar, con algo de fútbol. Como colchonero, ¿qué te parece el Atlético de Simeone?

He sido siempre muy escéptico con el Atlético de Simeone, porque no me gusta cómo juega, el modo de jugar no es el mío, pero tengo que reconocer que ha conseguido una motivación y un grado de que el equipo reme en la misma dirección y de que cambien jugadores y todos tengan como una especie de identificación que hacía tiempo que no se veía. Está muy bien. Simeone es un gran motivador. No consideraría que el juego es brillante pero es eficaz y el club lleva muchos años disputándole a los equipos más grandes y con más dinero no el reinado pero sí todo. A mí me alegra, porque siempre he sido defensor de los equipos pequeños. He tenido siempre una cierta manía al Barcelona y al Madrid por grandes. Les he reconocido las épocas en las que han jugado muy bien, pero siempre me molestaba. Prefiero que gane el Rayo Vallecano a que lo haga el Madrid. Y también disfruto cuando el Celta le gana al Barça. Luego, cuando salen fuera y juegan con equipos extranjeros, salvo que haya amigos míos entrenándolos, prefiero que ganen. En eso soy un poco patriota, pero es mi único rasgo de patriotismo (risas).

Es interesante el dilema entre la eficacia y la brillantez.

A mí siempre me gustó del Atlético lo que tenía de imprevisible. Era un equipo muy artístico. En la época en la que me hice aficionado, era un equipo que no ganaba casi nunca pero siempre tenía destellos artísticos y jugadores muy artistas, un poco de cara a la galería, improductivos. Eso lo ha perdido. Ahora es un equipo muy estajanovista, de braceros, no demasiado brillante pero eficaz. Y cuando la eficacia es repetida año tras año hay que reconocerlo. Simeone lo ha hecho muy bien.

¿Qué te parece el juego de este Barça actual, esa evolución de la época de Guardiola?

Luis Enrique ha sacrificado una cosa para obtener una ventaja: perder el control del juego, el centro del campo, a favor de la contundencia. Creo que la inteligencia está en ver qué jugadores tienes. En la época de Guardiola no existían Luis Suárez ni Neymar; de hecho, eso más bien era una carencia. En cambio, existía un medio del campo imbatible: Busquets, Xavi, Iniesta. Con esos mimbres, jugaron lo mejor que se podía jugar. Ahora juegan de una manera menos científica. Renuncian muchas veces al control del balón e incluso al juego creativo pero son de una contundencia brutal. Luis Suárez y Neymar son claves, son los que han inclinado la balanza a que ya no se construya el juego. El juego es tirar una pelota a esos dos y a Messi, y los tres sacan oro.

¿Te quedas con aquel juego o con el de ahora?

A mí también me gustaba más la trenza del Barça de antes, me parecía un barroquismo maravilloso. Me gustaba mucho esa cosa de que se le cerraran los equipos atrás como única defensa. A efectos prácticos, era malo, porque es mejor que se te abran, te dejen huecos… ¡pero era tan bonito ver que los equipos grandes como el Inter o el Madrid venían a jugar y se metían ocho atrás!. Venían derrotados de salida, aunque luego ganaran el partido. ¡Venían de rodillas!. Lo que yo viví con Mourinho fue una de las fiestas que debieron celebrar los barcelonistas de una forma increíble. Ir al Bernabéu y que el Madrid se defendiera con ocho era maravilloso. El Bernabéu tradicionalmente acogotaba a todos los equipos pero especialmente al Barça. Iban todos aterrados. De pronto, viví cuatro años en los que parecía que la consigna del Madrid era ‘que no me metan más de dos’. Era muy bonito, aunque reconozco que ahora son todavía más eficaces. Luis Enrique lo ha hecho muy bien.