Juguemos a Rafaella Carrà. Si fuera… Si yo pudiera encarnar un personaje de la galaxia musical, elegiría a Leonard Cohen. Lo digo sin pensarlo demasiado ni barajar muchas otras opciones; sabiendo que Bertín Osborne pugna en cerrada rivalidad por el puesto. O que Keith Richards, otro que anda cerca del podio, se lo ha tenido que pasar bien en su vida, pues algún cubata que otro habrá caído entre concierto y concierto.

De Cohen podría nombrarse su elegancia, sus sombreros, su porte, sus trajes, ese puñado de canciones redondas y emocionantes, el respeto que impone, bla, bla, bla. Pero lo que me atrae es lo vuelta de todo que está y siempre ha estado; y su desprecio hacia la música. Después de 15 años sin pisar un escenario, ha vuelto a salir de gira, no por la necesidad de sentir otra vez el calor del fan fiel, sino porque había que reponer las arcas, ya que su agente le ha estafado tal que 8,5 millones de los actuales dólares. Ha reconocido que está en la música sólo por dinero, pues él realmente es escritor pero la venta de sus libros, allá en los años 60, no le daba para vivir.

Admiro mucho ese perfil de desapego hacia lo que se supone que te ha dado el éxito y la gloria. Sudar de todo eso. Tomarse como un simple oficio lo que en teoría debería ser tu pasión, tu ansiada quimera conseguida, tu ‘gracias por este sueño’, el ‘yo me debo a mi público’, como una folclórica. Abstraerse con lo que otra gente se llena la boca. El escenario es una oficina y el amplificador un fax. La vocación ¿eso qué es lo que es?.

Cuando todos quieren ser estrellas del rock, pilotos de Fórmula Uno o futbolistas, hay personajes que nos traen la luz del contraste, diciendo: vale, esto no está mal pero a mí lo que me gusta es no hacer nada. A dos manos. Si Antonio Luque (Señor Chinarro) tiene pinta de funcionario, bien pueda compararse Cohen a Kimi Raikkonen, más preocupado en lograr que le cierren esta noche Pachá Helsinki para una fiesta privada que en saber si los mecánicos van a ajustar bien los Kers de su Ferrari en Interlagos. Ha dicho que esto de la F-1 ni fu ni fa.

¿Y qué jugador de fútbol decía que no le gustaba su trabajo? ¿Llorente y/o Batistuta? Para Guti el balompié tampoco se antoja una prioridad. Vinculo esa desidia quizás demasiado extrema con la posición intermedia saludable de relativizar el púlpito del escenario. No me gustan los gurús que intentan cambiar el mundo con discursos y canciones, ni que parezca que Bono (me pongo un poco asquerosamente demagogo) esté inventando la vacuna del Sida. Prefiero que los artistas pequen de cierto egoísmo. Mejor ir, cantar y volver, sabiéndose un bufón de escenario, en el buen sentido, sin que la labor se convierta en el coñazo de una cadena de montaje, a poder ser.

Y vuelvo a Cohen, rozando ya el borde de la paramusicalidad, para alabar su libertad, pincelada con un poco de ida de olla. Porque el canadiense se ordenó monje budista en 1996. Y Jikan Dharma El Silencioso, que así es como le bautizaron espiritualmente, se pasó un buen puñado de años en un monasterio antes de publicar un disco hace algún tiempo.

También flipo por cómo estos pájaros (desde el propio Cohen hasta Nacho Cano) van de la espiritualidad trascendental a lo carnal de pichabrava. Mucho karma y meditación pero cuando El Silencioso e Iggy Pop estaban en un estudio y vieron un anuncio que decía “mujer joven busca hombre con la mente de Leonard Cohen y el cuerpo de Iggy Pop”, el primero acabó quedando para ver si había tema. La cita resultó un fracaso: charla sesuda e interesantísima pero nada de sexo, ya que el cuerpo, o sea, Iggy Pop, no acudió. Me acuerdo de la frase: “Te recuerdo mamándomela sobre una cama deshecha”, como canta Cohen en ‘Chelsea Hotel #2’. Así que budista, pero no fundamentalista. Putas conversiones religiosas. Panda de vividores.

raúl