El otro día me emborraché y la tomé con la RAE. O eso dicen mis fuentes. Qué quieren que les diga, pero peor sería liarme a navajazos o encararme con seguratas rumanos que me partieran la cara por tres sitios y un hueso a elegir. Por otra parte, sé que la caraja hace aflorar los traumas que uno pueda esconder por ahí en su psique, así que la cosa es más severa de lo que yo me pensaba.

Ya es oficial, pues: la Real Academia de la Lengua Española me exaspera por su laxitud, su desconcertante relajación de costumbres, y lo hago saber, vocerío mediante si se tercia, a todo golfo que me encuentre de madrugada por las calles del ocio. La RAE, de un tiempo a esta parte, es una casa de putas. Lo digo, no como lingüista ni filólogo, pero sí como periodista que trabaja a diario con una misma materia prima, que tiene al diccionario ‘on line’ en favoritos y, sobre todo, que ha crecido viendo cómo el castellano se mantenía rígido sobre ciertos valores sagrados que ahora se me están desmantelando.

Sospecho que involuciono. Con los años se me olvidan las reglas que un día creí aprender a fuego; no es grave, porque por lo general acierto, pero no sé explicar por qué, o enseñar a los demás la normativa. Tampoco lo que está sucediendo facilita las cosas y no descarto, en breve, hacerme la picha un lío con según qué diatribas. Si a todo esto añade mi intolerancia a ciertos vicios, verán que soy un cascarrabias de cuidado y que me juego flamenco la etiqueta de la repelencia.

Material combustible para procurar una hoguerita la mar de intelectual

Se me llevan los demonios si veo una coma que separa sujeto y predicado, miro hosco y huraño si me topo con un ‘sobre todo’ junto (sobretodo junto, cojones, es una prenda de vestir) y deseo una muerte lenta y dolorosa al que le planta una tilde a ‘ti’, un acento supuestamente diacrítico cuando realmente no hay nada que ‘diacritizar’. Lo vamos dejando porque estamos liados, pero ahí V y yo emprenderemos cualquier tarde una limpieza social en esa línea, que puede acabar en holocausto por un mundo sin tilde en el ‘ti’, y así los que queden, los más fuertes, serán solos los que los escriban correctamente y, en enésima manifestación de la selección natural, heredarán la cualidad las sucesivas generaciones.

Por lo demás, todo bajo control. Creo que todos hacemos (hacéis) faltas, y no soy yo un purista, porque me gusta (nos gusta) sodomizar un pelín el lenguaje. Nos lo llevamos al callejón de atrás y allí le hacemos guarrerías con condón y sin trascendencia ni enamoramiento: nos inventamos motes, le ponemos un sufijo allá y un prefijo allí, alumbramos palabros o parimos un derivado bastardo; nos divertimos con la heterodoxia, en fin, sin mañana, como chiquillos, como puteros.

Pero claro, yo no soy la RAE, aunque ojalá me dieran un día la poltrona de la ‘ñ’ minúscula, y por lo tanto, ni limpio, ni fijo ni doy esplendor. Espero que lo hagan otros. Hasta hace un tiempo refunfuñaba cuando venía la ¿puta?RAE y, en su afán castellanizador, imponía ‘güisqui’ en lugar de ‘whisky’ o similares. No rabié. Admito, incluso, que en una reciente remesa de aceptación de neologismos aplaudí a los académicos cuando incorporaron ‘muslamen’ en el diccionario para solaz, por ejemplo, del aficionado al mundo chanante. Debilidad por esa terminación tenemos aquí, ya saben.

Acepto, si tengo el día tolerante, futilezas recientes como aniquilar la ‘ch’ y la ‘ll’, o rebautizar la ‘y’ como ‘ye’ en lugar de ‘i griega’, irrelevancias que en poco afectan mi día a día de escribano. Pero luego, como el profe enrollado que mira hacia otro lado para no palmar por faltas al alumno que alcanza el 5 raspado, van con la manga ancha y juegan al despiste. Para mí, las grafías son, como la educación o la sanidad, pilares del estado de bienestar. Y a estas alturas de la película no pueden venirnos con que ‘guión’ se escribe sin tilde porque de repente se ha vuelto monosílaba a efecto ortográficos o con que mejor ‘Catar’ que ‘Qatar’ porque resulta que desde ahora se elimina la q en las palabras con fonema ‘k’.

El último despropósito ha sido darle muerte al acento gráfico en el adverbio ‘solo’, una tilde diacrítica que servía para, en casos de ambigüedad, diferenciar la palabra de su uso como adjetivo. Lo mismo sucede con demostrativos (ésta o ésa, por ejemplo, y les calzo acentito de momento ‘sólo’ por joder), donde se impone prescindir de la tilde “incluso en casos de posibles equívocos” porque se resuelve por el contexto.

La pizarra que recoge y sintetiza las últimas perversiones de los académicos

Pero ¡atención!. La RAE, buenrollera y laxa, no condena al lector que emplee el acento, y ahí viene mi rabia por el poco rigor, por el ánimo de contentar a todos y hacer del chiringuito ortográfico casi una barra libre. Tengo la impresión de que todo vale, de que a la tercera que la cagues y cometas un fallo, podrás pedirle a la tita RAE que en otro desplante de permisividad acepte tu versión como correcta. Duele decirlo, pero respeto más al clip del Word que a lo que digan esos mareantes.

Otra cantar son esos consejeros que quieren ejercer de guía. Disparos ya en las piernas de los gurús de la Fundación del Español Urgente, una entelequia auspiciada por el BBVA que de vez en cuando se descuelga con sugerencias, como arropando a esos plumillas que, como yo, trabajan sin un libro de estilo conocido o no construido a salto de mata. Hasta en twitter están vigilantes exponiendo sus sacrilegios, engendros como ‘esprín’ (en lugar de sprint, o esprint) que hacen llorar al niño Jesús del periodismo deportivo. A mí, que soy más bien conservador en estos lares, tanta propuesta moderna, españolizante y pretendidamente apegada al lenguaje de la calle me enciende un poco.

España se va la mierda, sí, y la Eurozona se rompe, y la prima de riesgo no hace más que subir, pero a mí se me están dinamitando los cimientos de mi graduado escolar y nadie mueve un dedo.

raúl