Una madrugada aquí mi compadre Aranda descerrajó una patada voladora contra la persiana de lo que otrora había sido una Tipo, reconvertida entonces en una gestoría, una inmobiliaria o cualquier vaina de esas, y ya ni tan siquiera eso. Vengaba, de modo rudo y etílico, la memoria de una tienda de música, como hizo Sabina en ‘Y nos dieron las diez’ apedreando románticamente la sucursal del Banco Hispanoamericano que había fagocitado al bar del pueblo con mar, de después de un concierto.

En la Tipo curioseábamos más que comprábamos; investigábamos, vagabundeábamos y nos agenciábamos, de higos a brevas, discos de ocasión, saldos de no más allá de un euro. Eran leves apuestas de riesgo casi cero, así que el mérito es muy relativo. Entre esas gangas, sobresale la adquisición de ‘Pingüimatic’, disco en directo de Un pingüino en mi ascensor, banda de los 80 en pleno albor de la nueva ola madrileña, la demostración de cómo un Casiotone puede mantener una carrera musical durante 30 años; y subiendo. Mientras, la marca Tipo es ahora una franquicia de ‘urban wear’.

Por resumir: canciones de estructura pop, de torpe ejecución, rudimentarias y con unas letras imposibles entre la coña y el surrealismo. No hay que minusvalorar a los grupos de humor: suelen tener un abanico de temas mucho más amplio y ése es el perfecto trampolín para el ingenio que huye del lugar común. Al Pingüino le reconozco un imaginativo surtido de historias y una lírica propia. Esos valores contrapesan las sonrojantes carencias musicales. El Pingüino, trasunto del publicista y estudiante de derecho José Luis Moro, era un niñato pijo que se presentaba en directo aporreando un puto órgano portátil con ritmos.

En el disco en cuestión que nos atañe, Santiago Racaj se ocupaba de los pasajes guitarrísticos (sólo los más difíciles, como se apuntaba en los créditos). De un tiempo a esta parte, el productor Mario Gil (se acordarán: aquel calvo buque y siempre risueño que ejercía de dj en ‘El informal’, allá por los 90) le acompaña en directo, porque el grupo sigue vivo y coleando. Hace un par de años se presentó a Eurovisión y sigue girando por las Españas, explotando esa voz nasal que habla de todo: de las amas de casa estafadas por la publicidad (los jingles son una fijación en el repertorio: de hecho, el nombre del grupo procede de un anuncio de lanas), de un tórrido romance entre He-man y Barbie en los pasillos del Corte Inglés, de la esperanza de hacerse rico haciendo arqueología en el jardín, de la infidelidad marital con el vendedor a domicilio de Espasa-Calpe o de sitios que empiezan por la letra ‘u’.

La temática navegaba entre Siniestro Total, Los Nikis y Mamá Ladilla. Adjuntaba, además, cierta mala leche y una negación de lo políticamente correcto. Hoy quizás no se podría escribir una canción como ‘Tú me induces al mal’ o relatar el banquete de unos osos de Nueva York que dan buena cuenta de un niño (‘El sangriento final de Bobby Johnson’). Tampoco se podría titular un disco ‘Disfrutar con las desgracias ajenas’ ni hablar de una masacre vengativa a cargo de la cancerosa tercera edad (‘El balneario’).

Cuando quería, también mostraba ternura, sensibilidad y una frágil dosis de melancolía. ‘Espiando a mi vecina’ esconde una agridulce desazón sexual-vital y ‘La balada de Benito Carrizosa’ retrata la desolación de alguien que ha perdido su fortuna en el casino, el trabajo, el tabaco, la novia y su Golf GTI turbo-inyección pero que aún está contento porque le sigue quedando un disco del Pingüino. (Y todo ello, para más inri, después de haber tenido que ir a Melilla a hacer la mili. ¿El personaje es un álter ego quizás? En el año 89, José Luis Moro fue llamado a filas).

Poco después de aquella patada noctámbula, adquirí un desgastado pack de una discografía básica en el Cash-Converters. Al Pingüino hay que escucharle así: de segunda mano, devaluado, en oferta por no más de cien pesetas, robado, encontrado, manoseado o grabado por un amigo, con maneras cutres de mercadillo y nada flamantes. Ese Casiotone insoportable y entrañable no se merece más. Ni menos. Sé que El Pingüino es de esos artistas que le harían una canción al teletexto y eso me enternece.

raúl