Tres canciones, 252

La elección de Withor

JOSEPH FONSECA – EL CABALLITO DE PALO

(Nota del autor: La presente recomendación es muy importante para mí. Permítanme, por lo tanto, que haga una serie de consideraciones previas, a fin de evitar los posibles malentendidos que pudieran producirse. En primer lugar, quiero dejar claro que a mí la salsa, la bachata, el merengue, el cha-cha, el reggaeton y cualquier otro estilo que pueda agruparse bajo la etiqueta ‘pachanga’ me produce arcadas. En realidad, me pasa con cualquier expresión musical que esté pensada de manera casi exclusiva para bailar (podría añadir, por lo tanto, las sevillanas o el techno, para que vean que el espectro es vasto). Yo estoy hecho para escuchar música, no para bailarla. Llámenme rancio, pero suficientes problemas tengo en la discoteca para coordinar mi brazo y mi cabeza para llevarme la cerveza a la boca como para pensar en movimientos más osados a la hora de mover el esqueleto.

En segundo lugar, me gustaría puntualizar que todo esto lo apunto desde el más absoluto respeto, y sin ningún tipo de superioridad moral (o al menos eso pretendo). Es fácil, jodidamente fácil, apuntarse al carro de la música clásica, el jazz o el rock americano de los 60 y despreciar los estilos más populares. A mí la mayoría de la música ‘comercial’ (y perdonen la etiqueta, por todas las connotaciones falsas que conlleva) me parece mierda, pero no desde un punto de vista arrogante, sino estrictamente por lo que me transmite. En este sentido, debo reconocer que no soy justo, porque tengo manía a la pachanga, no por la música, sino por lo paramusical (la imagen que se proyecta, la forzada y falsa exaltación sexual, etcétera). Los prejuicios, pues, están ahí. El prisma bajo el que valoro la pachanga viene condicionado por todos ellos. No puedo evitarlo, así que la única salida digna para mí es reconocerlo y aceptarlo. También tengo en cuenta que no hay que poner en el mismo saco la salsa de Tito Puente y el reggaeton de Don Omar. Pero, las cosas como son, no me moverán de mi asiento. 

pachangaaa

Teniendo todo esto en cuenta, cierro el paréntesis y procedo a la recomendación, que nace de una aburrida noche en una discoteca tarraconense en la que sólo ponían pachanga, hasta que el amigo Joseph Fonseca y su martilleante ‘pacata pacata pacata pacata’ vinieron a salvarme la velada, ganando puntos para convertirse en una de las principales excepciones a todo lo anteriormente citado):

Madera que me dio palo
Y palo me dio palito
Mira como me he quedado
Montado en el caballíto

Pacata pacata
Pacata pacata
Pacata pacata
Pacata pacata a caballito de palo

¡Temazo! ¡Qué chingón! Merenguito bueno ahí, joder.