No tergiversarás la realidad. Contrastarás todas las informaciones de manera rigurosa. Defenderás la independencia de tu medio de comunicación por encima, incluso, de los propietarios o de unos lectores contaminados ideológicamente. Bien podrían ser tres fundamentos esenciales del periodismo, consensuados en alguno de los sesudos encuentros de gurús digitales, editores de prensa internacional o columnistas estrella.

Pero resulta que la realidad en España es bien diferente: los grandes medios de comunicación han sucumbido a los atractivos del poder. Se han situado en el mismo carril de la autopista para adelantar sin piedad a todos aquellos pobres ciudadanos que a duras penas reciben una educación de calidad, tiene acceso a una vivienda digna o cobran más de mil euros. Los han excluido con premeditación y alevosía.

Nadie con experiencia en puestos de alta responsabilidad mediática se había atrevido a levantar la manta para juzgar las flaquezas del periodismo español. Hasta ahora. Sin entrar a debatir la rigurosidad o no de los pequeños detalles –la relación con el equipo directivo, el consejero delegado, los jefes de sección o los redactores-, David Jiménez dibuja en El Director un panorama desolador de El Mundo, fácilmente exportable a otros medios de comunicación.

 

 

Que Lucía Méndez, apodada La Digna en el libro, estalle en Twitter por la traición de “uno de los nuestros”, como diría Martin Scorsese, no es más que la confirmación del cáncer que sufre un periodismo español vendido a los grandes anunciantes y las administraciones políticas de turno. Matizo, más bien son los consejeros delegados de las empresas editoras los que se erigen como un brazo más del poder económico y político.

La cultura mediática española está muy acostumbrada a los favores, a aceptar presiones, precisamente porque los que deberían detenerlas son los primeros interesados en que prosperen. ¿Se imaginan a Arhtur G. Sulzberger indicando al director de The New York Times que no debe publicar una noticia porque eso perjudicaría a los intereses económicos o políticos del diario? Pues eso es el día a día de las redacciones periodísticas de nuestro país, desde las minúsculas hasta las más grandes.

Como bien relata David Jiménez y confirman otras voces del periodismo que intentan ser independientes, como Ignacio Escolar o Jesús Maraña, nuestro oficio requiere de una refundación profunda que incluya una rendición de cuentas por todos los pecados cometidos. No sólo aquellos obvios, los del compadreo con el poder, sino también aquellos que promocionan la mediocridad, las traiciones de palacio en el seno interno de los medios o las reticencias al cambio.

Ese es el verdadero valor de El Director, un libro valiente que pone los puntos sobre las íes, que seguro que tendrá sus interpretaciones interesadas pero que demuestra la necesidad de romper con la influencia de las grandes empresas y las administraciones públicas en los medios. Que demuestra la necesidad de liquidar también a editores como Mauricio Casals o Antonio Fernández-Galiano, que interponen sus intereses particulares a los generales de la ciudadanía. El periodismo debe girar su mirada hacia el público, buscar su comprensión y hacerlo corresponsable de su tan “utópica” independencia.

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