Pues ya está, ya he visto el fenómeno de la temporada, la revelación musical histórica del mes. Me he puesto delante de ‘Searching for sugar man’ y ojo, que iba sobre aviso de su limitado músculo artístico, pero aún así el asunto me tenía ganado de antemano. Había estado escuchando a Sixto Rodríguez los meses antes y, aunque no me dejara huella, su música me llevaba con gentileza a los mismos terrenos de Donovan o Cat Stevens. Bien merecía un documental y que yo me pusiera de su parte. Y, sin embargo, aquí me tienen con un mosqueo innegable.

La patraña se adivina pronto, con una reconstrucción que parece sacada de ‘Crímenes imperfectos’ o programas similares, en las que el productor Mike Theodore explica cómo descubrió a Rodríguez entre el humo y el gentío de un bar de mala muerte. Fue en el 69 y todo es demasiado mítico, demasiado icónico para ser verdad. Será porque no lo fue: Theodore ya estuvo tras el primer single de Rodriguez, ‘I’ll Slip Away’, un año antes.

Los documentales tienen licencia para magnificar y embellecer, me digo, sin tumbar todavía la propuesta. Al fin y al cabo se trata de contar bien una buena historia, de darle intríngulis narrativo. Luego llega la primera hipérbole: se nos dice que «salvo, quizá, Bob Dylan, no había nadie como Rodríguez». Hombre, digo yo que Donovan y Stevens, a los que Rodríguez remite sin pudor (y hace bien) no eran moco de pavo. Pero bueno, me respondo, se trata de crear contexto y vender la cuestión central. Hay que convencer al personal de que está ante la cima perdida del rock de autor norteamericano.

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No consigo justificar tanto que la película tenga una narrativa tan turbia, tan confusa, que sea tan ambigua con los tiempos. Entiendo que dosifican la información para avivar el relato detectivesco (ojito al escenón del tipo consultando un atlas, un hito documental) pero hay algo más, algo que sólo consigo identificar como torpeza o intención aviesa. Se nos entretiene durante media cinta con pistas absurdas y entrevistas oscuras, se explica regulín el impacto del músico en Sudáfrica y se utiliza a los supuestos protagonistas de la película, sus fans, tan sólo como comerciales de la grandeza de ese mito que  cuarenta minutos antes no conocíamos.

El documental sabe muy bien por dónde vive y muere: depende de esa presentación mítica del vagabundo incomprendido de inmenso talento, de una bisagra en la que se revela (¡spoiler de una historia real!) que sigue vivo y de un clímax final que aspira a epifanía y faraonismo. Les podrán decir que va de Sudáfrica, de la búsqueda de sus fans o de Rodríguez, pero ninguna de estas piezas se presenta con la suficiente claridad. No, el hilo principal es otro: la historia arquetípica del príncipe vagabundo, del patito feo, del donnadie que descubre ser el dueño de un imperio.

Qué más da que para eso se tenga que encajar la historia real a martillazos en un molde, perdiendo por el camino su verdadero interés. El viaje de Rodríguez no es el de «from zero to hero», sino el de un tipo que logró la gloria y pasó de ella, la volvió a lograr y volvió a pasar. Su misterio no es su desaparición, sino los motivos que tiene para querer fingirse desaparecido. ¿Por qué prefiere esconderse? Ahí tienen su historia.

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Y es que Sixto ya tuvo su momento de épica en Australia en 1979, donde agotó entradas en una gira de 16 conciertos y que repitió en 1981. En la película, se nos presenta el concierto sudafricano como la primera vez en que se ponía ante un público de más de dos filas; en la realidad, había tenido hasta 15.000 personas pendientes de él en su periplo australiano. Échenle un vistazo al libreto de ‘Alive’ (el vinilo editado con ese directo) y sus críticas, si no me creen. Alcanzó tal fama que en 1977 se lanzó en el continente un recopilatorio, reeditado en 1986. A muchos aussies aún les suena como música de sus padres: oscuro, pero no tanto.

A poco de comenzar ya me recordaba todo demasiado a ‘Forgotten Silver’ para poder ser verdad. A escasos minutos del final ya me veía delante de un remake de ‘Anvil’, con el clímax cambiado geográficamente pero calcado en discurso. La de los metaleros, al menos, justificaba sus trampas con una narrativa clara (un hilo único y a tirar) y mucho humor, siguiendo a sus protagonistas de cerca y contándonos su historia con el patetismo por delante. ‘Sugar man’ es lo mismo pero en opaco y místico, o sea, mucho menos molón.

La jugada no tiene más excusa que la de querer parecerse a un capítulo de ‘Extreme Makeover’ o un cásting de ‘Britain’s Got Talent’. Porque díganme la diferencia, más allá de la duración, entre el número de Paul Potts o Susan Boyle y el del pobre Sixto: talento menospreciado, momento de incertidumbre, arranque silenciador, actuación espectacular, ovación en pie de las de cuarto de hora. Parece escrito por el mismo guionista, oigan; como un ‘OT’ para un público que se considera por encima de ‘OT’, un pequeño capricho aspiracional burgués.

Con esta comparativa me recuerdo a mí mismo lo mucho que admiro, en el fondo, la capacidad de esos talent shows británicos para empaquetar épicas. Y me digo que por ahí me voy a reconciliar con ‘Searching for sugar man’, a través de esa lectura voy a saber llevarme bien con el aparatoso vestido que le han calzado a Rodríguez. Porque, como bien apunta el amigo Matthew Seddon, la música (o lo paramusical, diría yo) se alimenta de mitos y si no los hay, se construyen, y el pop es en sí mismo una mentira. Y la de ‘Sugar man’ es una mentira cautivadora, torpe pero reluciente, tan fascinante como frustrante.

Aunque poca gente sepa darle la vuelta al discurso como hace Seddon y la mayoría siga bombardeando con que «la historia es muy chula y además pasó de verdad», me digo que podemos ser amigos, que no es tan sólo el ‘Código Da Vinci’ de los documentales. Refleja unos moldes y unos conceptos que, como sociedad, estamos ansiosos por encontrar, una cara oculta que anhelamos descubrirle a la realidad. Y, aunque haya que omitir gran parte del viaje para que esa cara exista, merecerá la pena buscarla si en el camino escuchamos buenas tonadas y acabamos admirando a un muerto de hambre que vive por la música. Y cuando lo agotemos, seguiremos buscando mitos.

V the Wanderer