El día antes de ver un Villarreal B-CF Reus, de Segunda División B (al final, empate a uno, con los visitantes jugando con tres menos) nos citamos en el centro de Castellón con Enrique Ballester, para rebajarnos aún más en la catacumba balompédica, y hablar de la crudeza de Tercera, del periodismo más perro o de que no pasa un día sin que piense de alguien que no tiene ni puta idea de fútbol. Hablamos, sobre todo, del Castellón y su ‘Infrafútbol’, el libro sobre el club que ha publicado en la colección ‘Hooligans ilustrados’, del sello ‘Libros del KO’, y que se presenta así, para abrir boca: «Infrafútbol es el hallazgo de una pasión que te mata lentamente. El horror vacui en cada córner. La luz pastosa y tenue de los segundos tiempos. Los bocadillos de fritanga. El sabor metálico de las latas de cerveza. Infrafútbol es aprender de qué va la vida ahí fuera: de aprovechar con toda la crueldad posible los errores ajenos, de susurrar lindas amenazas a oídos inocentes. De exhibir los tacos y afilar los codos. De matar para no ser matado. Infrafútbol es la verdad en chándal y zapatos».

-Dices que se publican muchos libros de fútbol. Y vas y escribes uno. ¿Por qué?

-En la vida uno se va convirtiendo en lo que va odiando. Es un paso más en ese camino hacia la autodestrucción. Me refiero a que aquí hemos pasado de que hubiera un desierto editorial en la cuestión futbolística, recordando siempre tres o cuatro libros míticos porque no había mucho más, a todo lo contrario: algunas editoriales hacen una literatura de ‘fast food book’, debuta un chico en el Madrid y a los seis meses sale su biografía. Uno se pregunta qué tiene que contar un chaval a los 20 años de vida… Si tengo que elegir entre lo de antes y lo de ahora, prefiero esto, porque también es verdad que hay libros que toman el fútbol como punto de partida para explicar otras cosas. Eso sí me parece más interesante. De jovencito, me fui de vacaciones a Londres, caí en una librería y me extrañó ver que hubiera una sección que fuera ‘deportes’. No es que la leyenda del Manchester United tuviera una biografía, sino que cualquier equipo de Tercera o de Cuarta producía una literatura propia. Estamos caminando hacia eso pero, como en todo, en ese trayecto hay que saber elegir.

-¿Notas una especie de nueva corriente de textos más literarios en el periodismo deportivo, o incluso de intelectuales que también se lanzan a escribir sobre fútbol?

-Si hablamos de un nivel mayoritario, no mucho. Si miras ‘Marca’, ‘As’, ‘Sport’ o ‘Mundo Deportivo’, las crónicas en papel son cada vez más cortas, salvo la del cronista estrella, o poco más. Pero sí que veo, sobre todo entre la gente joven, que se quiere huir un poco del estereotipo del periodista gañán que vende, pero tampoco podemos caer en el error de tratar de intelectualizar en exceso algo que en el fondo es simplemente un juego. Estamos llegando a un punto en el que a partir de un saque de banda se intenta explicar el conflicto de los Balcanes, llevándolo al extremo. El equilibrio es lo interesante. ¿Qué busco yo?. Busco que alguien me cuente su punto de vista, que me expliquen por qué han pasado las cosas que ya veo en la ficha del partido, en los datos; ya sé los goles, en qué minuto han sido… La crónica te permite cierta licencias, no sé si de literatura, pero sí de subjetividad. Siempre ha habido grandes cronistas en el fútbol, igual que en los toros. Creo que eso nunca se ha perdido del todo. Sí que se ha hecho más visible el periodismo de tópico, de ‘Punto Pelota’. Siempre salen jóvenes que tienen una manera distinta de verlo y de hacerlo. Otra cosa distinta es que los grandes medios apuesten por ellos. Sí que encuentran refugio en publicaciones propias, revistas digitales, etcétera. Es lo más fácil.

 -¿El error está en dirigirse demasiado al hincha, al fan?

-No lo sé, no me atrevo a decir error o no error. También hay una demanda de periodismo de bufanda. Muchos buscan eso, están satisfechos así y no quieren nada más. Lo acertado es que haya una oferta amplia para que cada uno sepa elegir. Es difícil, porque todos los carteles luminosos te llevan a consumir un tipo de periodismo, pero el que quiere otra cosa ahora mismo la encuentra en España.

 -¿Cómo se produce ese contacto con ‘Libros del KO’ y cómo nace la propuesta del libro?

-Yo era fan antes que nada. Me acuerdo de la primera tanda de ‘Hooligans Ilustrados’, con Enric González, Manuel Jabois, Antonio Luque o Ramón Lobo. Me llamó la atención, sobre todo por Enric González, del que soy muy fan. Me pedí todos de golpe y descubrí que molaba. Es un libro que se lee muy rápido y un formato que da pie a muchas cosas. Dio la casualidad de que Joan, mi compañero de redacción, había estudiado en Getafe con Emilio, uno de los editores. Tardé tiempo en descubrirlo, y eso que yo le había hablado de la colección a él. Una noche vino Emilio a un pub en el que yo estaba medio borracho, pero no me lo presentó como ‘el de libros del KO’, sino como alguien que tenía un blog de fútbol. Yo no hice mucho caso. Esa noche empezamos a hablar de José Luis Perales, y ahí surgió la magia. Hubo cierta conexión. Pasaron los meses, y envié un mail proponiendo hacer un libro del Castellón, a pesar de que era un equipo que estaba en Tercera División, un mercado pequeño, y sólo habían salido clubes grandes. Me dijeron que empezara a escribir y que ya veríamos. Les gustó y ahí empezó todo el proceso, de editar y ver por dónde podíamos ir.

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-Después hasta Enric González te ha llegado a nombrar en algunas de sus columnas recientes. 

-Sí, eso me hizo especial ilusión. Me gusta mucho desde siempre. ‘Historias del Calcio’ es referencia absoluta, un ejemplo de eso que explicábamos de a través del fútbol contar más cosas. Ahí hay artículos que describen perfectamente la sociedad italiana a todos sus niveles. Yo llevo diez años escribiendo en un periódico local-regional. Con ‘Infrafútbol’ sí he notado que me ha leído más gente de fuera de tu ámbito. Que un libro en principio pensado para que empatizara con gente de Castellón o con una experiencia similar a la tuya llegue a otras generaciones o a otros países o ciudades, primero sorprende. Luego ves que tiene sentido. En ‘Infrafútbol’ se habla de la infancia, y todos hemos sido niños; todos o casi todos hemos querido ser futbolistas. Muchos periodistas se sienten identificados en esa especie de desencanto que uno experimenta cuando conoce el fútbol de cerca y ve que no todo es tan bonito. Se habla un poco de ese desgarro que uno siente cuando se hace mayor y ve que esos sueños de ser astronauta o futbolista lo normal es no cumplirlos, sino que lo normal es ser feo, perder o como mucho empatar. Es ese desgarro de cuando te haces padre y ves que no le podrás dar a tu hija la misma vida que a ti te dieron tus padres. Son puntos en común. Partiendo de lo local se explican cosas universales. Por eso hay gente de otra edad que ha conectado con el libro.

-Puede haber gente que se identifique también con ese masoquismo o ese suplicio de seguir a equipos pequeños. ¿No has pensado nunca ‘estoy harto’, ‘lo dejo ya’ o ‘¿qué coño hago aquí en este campo?’. 

-Eso lo piensas muchas veces, pero en el fondo me sigo sintiendo afortunado. Yo era un hincha de un equipo que de pequeñito quería ser periodista pero que a los 20 o 21 años había desestimado prácticamente la idea. Pero nunca había perdido la necesidad de salir del campo y hablar con mis amigos de qué malo es este o qué bueno es el otro. Empecé a escribir crónicas en una página web de aficionados. El director de mi periódico, el Levante de Castelló, me envió un mail preguntándome si quería escribir con ellos. Yo me iba de Erasmus. Escribí un año columnas desde Suecia y al volver empecé. Tan jovencito, yo tenía mi trabajo soñado. Me pagaban por ir al fútbol y escribir las crónicas de mi equipo. No podía pedir más. Aun hoy en la miseria absoluta de un domingo en el que te metes tres horas de coche, vas a Sant Vicent del Raspeig y pierdes contra el peor equipo del mundo, tienes que volver, escribir la crónica y acabas a la una de la mañana, incluso así, sigo teniendo la ilusión de que es lo que me sigue gustando. Más allá de dar noticias, hacer reportajes o entrevistas, lo que me gusta es ir al campo y hacer una crónica de un partido. Es lo que me llena, lo básico. Sí vives momentos duros, estos años, porque ves a gente sufrir. Aquí ha habido problemas graves de impagos, de empleados humildes, de jugadores de Tercera que viven de eso; te llega el dolor de la afición al ver que su equipo cae de Segunda B a Tercera, en un contexto de mentiras, de tensión, muy cainita. Pero no me atrevo a quejarme. Soy afortunado. He nacido aquí, mi hija es de aquí. Me moriría feliz siendo un viejecito que ha estado escribiendo 50 años del Castellón, como el típico periodista italiano que está toda la vida con un equipo. Jamás he tenido la ambición de salir fuera, de forzar para irme, pero también te digo que si estuviéramos en Primera, mejor (risas).

-¿Estudiaste Periodismo?

-No. Siempre había querido. En las primeras redacciones del cole, cuando te preguntaban qué querías ser, ya empecé a decir que quería ser periodista. Eso quedó ahí. A los 17 años pasé un verano en una radio de aquí. Fue una experiencia un poco traumática y dije que no quería tener esa vida. Entonces me matriculé en Humanidades, que es una carrera que se llama así, no sé por qué. Yo había descartado ser periodista, pero claro, eso vino después. Primero fue: ‘Ven y escribe del Castellón’. Luego te toca hacer otras muchas cosas. Me gustaría escribir de política de vez en cuando, pero de momento no me dejan. Si me preguntas si veo imprescindible estudiar Periodismo… mis periodistas de ahora favoritos tampoco han acabado la carrera. Yo no he acabado ni la mía, está ahí como una tarea pendiente para cuando mi hija sea mayor tener la fuerza moral para decirle que estudie. Después de estar muchos años recibiendo estudiantes en prácticas, veo que es un oficio que se aprende con la práctica. No te va a ir mal, pero hay una cadena montada un poco inexplicable, con un gremio que tiene una tasa altísima de paro, con una precariedad salvaje. En mi ciudad, si no hay más profesores de Periodismo en la universidad que periodistas trabajando en medios, faltará poco. Hay una farsa montada que se perpetúa. Si tuviera 17 años, no estudiaría Periodismo pero tampoco Humanidades.

-¿Eres de los que se formaron leyendo periódicos?

-Siempre. Mis padres me castigaban sin comprar el ‘Marca’ cuando tenía cinco o seis años. Tuve la gran suerte de que un primo mayor abrió un kiosko y me pasaba las tardes allí. Empezaba por el periódico que me gustaba y acababa leyendo ‘El caso’, con esas noticias de que aparece una mujer en Albacete con ocho pies. Me encantaba. Es fundamental. Agradezco que muchos estudiantes de Periodismo me enviaran mensajes diciendo que hacía mucho que no leían un libro así. Si tú te quieres dedicar a una profesión en la que la palabra es el elemento clave, es básico leer mucho y escribir. Puedes leer mucho, pero hasta que no escribes no vas a aprender. Desde el ejemplo práctico se aprende más que de la teoría.

-¿Para qué te sirve el humor a la hora de escribir?

-Es una herramienta que cada vez uso más. Me estoy bufonizando un poco. Ya casi no sé escribir sin soltar una parida, y eso me empieza a preocupar. El humor es un refugio para el drama del Castellón, y para cualquier drama. Muchas películas que me interesan son una mezcla de comedia y tragedia, que es la vida. Creo que es algo que a veces falta en el fútbol. Se da mucha trascendencia a todo, con ese vocabulario bélico. A veces nos pasamos y es sólo un juego. Hay cosas graciosas y otras que no lo son. El humor me interesa sobre todo en las columnas. Evidentemente, en una crónica no vas a estar contando chistes, pero la columna sí te da pie para aligerar. Es un recurso muy válido.

-Hablas mucho de la infancia, como esa etapa en la que sucede todo. ¿Aquel recuerdo de niño en el que estabas en la bañera y tu padre te decía que había subido el Castellón a Primera es tu primera memoria futbolística?

-Creo que el primero viene de antes, del autobús de la guardería. No sé por qué las cuidadoras me preguntaban los resultados de la jornada del día anterior. Me acuerdo de decir algo así como ‘El Cádiz ha perdido’, me vienen flashes así, con tres o cuatro años. El primer recuerdo del Castellón sí que es ese que aparece en el libro, aunque luego me han contado que estuve en Castalia antes, en la inauguración del campo y en un partido de la selección. El otro día vi el vídeo y había gente como Lobo Carrasco, y me di cuenta de lo viejo que era ya. Sí que el primer momento en el que tuve consciencia de que había un equipo en mi ciudad y que era importante que subiera fue ese, en el que estaba en la bañera merendando un sandwich de chocolate blanco. Ese ascenso convirtió al Castellón en un asunto de rutina en el colegio. Aparece en los cromos de Primera, hablamos del partido de cada semana, viene el Madrid, viene el Barça…. para un niño de cinco o seis años es un factor importante. Todo te marca. Yo fui un niño feliz. Panero dice que en la infancia se vive y luego se sobrevive. Con el Castellón, en mi caso, es un poco eso. Vivimos la infancia intensamente pensando que eso era normal. Luego en muchos casos tenemos un languidecer de recuerdos, añorando. Somos viejóvenes, viejos prematuros, hablando de los 70 y los 80 como si fuera nuestra época. Es lo que nos ha tocado vivir.

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-¿Por qué crees que el Castellón simboliza la resistencia?

-Es un poco exagerado, pero el Castellón está en un momento en el que tiene que exagerar su relato. El Castellón era un club cualquiera, de una provincia de España, que ha tenido mucho sentimiento provinciano. Estamos entre Catalunya y Valencia. No ha habido una identidad muy clara hasta hace poco. En Castalia había banderas catalanas en un fondo y banderas españolas en el otro lado. Nunca he visto una bandera autonómica, y sí que había de Castellón como provincia. Una vez pierdes ese relato de club hegemónico de la provincia, porque el Villarreal se lo lleva por delante a nivel político, deportivo y económico, se queda un poco ahí en tierra de nadie. En un momento con crisis a todos los niveles, también hubo una de identidad en la ciudad, hasta que, casi como contestación, los chavales del instituto empiezan a ver al Castellón como un símbolo, en esa España de ‘Deportes Cuatro’, de Messi y Cristiano, Barça y Madrid. Ven que el Castellón les da algo que los demás no les da. Eso es lo que hace interesante al club, ese relato único de resistencia, que si pasara en una ciudad de Italia me interesaría: que un equipo que a base de dinero supera al histórico, que se queda ahí al borde de la desaparición. Aun así, en los institutos hay tráficos de carnet, los chavales llenan los fondos, y son del Castellón porque es su equipo, no porque sea bueno ni malo. Saben que es una mierda, pero es su mierda. Eso me parece muy literario. Es un discurso que el club debería potenciar y explotar como marca. Lo que hizo el club el año pasado con esa ola de jóvenes fue subir los precios, echarlos de Castalia y denunciarlos incluso por insultos. No sé si habrá otra oportunidad. Se han cargado en buena medida eso. Es básico que para su supervivencia, para crear un estado de opinión en la ciudad, para que los políticos se sumen, potenciar esa idea del Castellón como símbolo identitario de la ciudad.

-También dices que el Villarreal le ha arrebatado al Castellón el discurso del pobre. En España sí que hay esa percepción, pero aquí no. 

-Claro, uno es pobre o rico en función de con quién se compare. Nosotros somos ricos comparados con alguna gente. El Villarreal tiene un departamento de comunicación formidable. Maneja estupendamente el marketing social. Ellos, cuando compiten contra el Valencia o el Sevilla, ya no hablo de Atlético, Barça o Madrid, lo hacen en una posición de desventaja, aun teniendo en cuenta siempre que es el club de una de las familias más ricas de España. El Villarreal sí hace eso que yo reclamo al Castellón de construir un relato de club y venderlo. Es algo que Enric González comenta también a menudo: el Barça construyó un relato que, aunque tenga contradicciones, está asumido, con Vázquez Montalbán primero, y luego más gente. Equipos como el Castellón o el Valencia no han sabido adaptarse a ese lenguaje corporativo que exige ahora cualquier empresa que necesita un relato. Se está creando un escalón entre los clubes que lo tienen y los que no. El Atlético lo tiene, con su historia revisitada del pupas, el Madrid lo tiene, con ‘mi relato es ganar aunque luego no gane’, y el Barça tres cuartos de lo mismo, con lo del ‘ejército desarmado de Catalunya’. El Castellón tiene que hacerlo a su escala. Dentro de la desgracia, ha tenido la suerte de que ha habido un elemento diferenciador al lado que lo ha convertido en un club especial.

-Hablamos casi de un tema sociocultural, o de imaginario colectivo. 

-Y es una oportunidad que se debe aprovechar. Sobre todo porque toda esa ola de fútbol popular, de odio al fútbol moderno, de reivindicar el deporte de antes, está en el Castellón. Tiene la historia, sus cromos en blanco y negro, sus mitos de los 40 y los 70, de antes de la guerra y después, sus momentos de éxito, y es lo que tiene que potenciar, es lo que le distingue de la competencia geográfica más cercana. Luego también se puede hablar de lo que yo digo ‘odio ambiguo al fútbol antiguo’. Los jóvenes tienden a idealizar aquel fútbol, pero entonces a lo mejor te rompías la rodilla y no volvías a jugar nunca. A los jugadores se les engañaba con los contratos, con derechos de retención, que firmaban y luego no podían irse de un sitio a otro, los presidentes eran unos caciques, no había derechos laborales de los jugadores. En el fútbol moderno hay muchas cosas que odiar, pero no es necesario decir que antes era mejor, porque casi nunca lo era. No hay que caer en la trampa.

-Hay mucho postureo en la defensa de esos valores. 

-Sí, como en todo, pero también hay gente que lo siente de verdad, que piensa que el fútbol puede ser un elemento más dentro del cambio real de la sociedad. Hay clubes de accionariado popular en los que la hinchada no sólo es clientela que va al campo sino que se involucra en el gobierno de la entidad. Es otra manera de hacer. Es algo minoritario ahora mismo. Igual que antes hemos hablado de literatura, que en otros países sí tenían antes, también ha pasado a nivel de aficionados. Todo el mundo tiene claro que la AFE es el sindicato de los jugadores, que la Federación rige las categorías desde la Liga para abajo y que la LFP es el conglomerado de clubes profesionales, pero poca gente sabe que la FASFE es la Federación de Accionistas y Socios del Fútbol Español, y que a su vez está englobada en un marco europeo que sí tiene muchas más fuerza en reivindicaciones conjuntas de aficionados. Se tiene mucho más en cuenta que aquí. En España cada vez hay más proyectos fallidos de sociedades anónimas deportivas y eso lleva a los pequeños accionistas y a los aficionados a movilizarse y preguntar y reclamar cosas. Hay mucho camino por delante, pero puede ser una vía en el futuro. Interesa que no quede en el postureo de ponerte un parche de ‘no al fútbol moderno’ y luego estar abonado a Movistar Plus, que yo estoy abonado el primero, que conste. La vida es media verdad tras otra y supongo que es lógico que el fútbol también lo sea.

-¿Hasta qué punto la situación del Castellón es fruto de la codicia de una sociedad anónima?

-El Castellón es un paradigma de los problemas de la SAD. La idea no tiene por qué ser mala pero aquí se dieron una serie de condicionantes que la han convertido en nefasta. Cuando le tocaba hacer la conversión obligatoria, en el año 1991, el capital social se calculaba haciendo media de los últimos dos presupuestos. Es justo cuando el Castellón está en Primera. Es un presupuesto alto e irreal de lo que era el club. Cuando salen a la venta las acciones, el número de las que caen a aficionados en un porcentaje bajísimo. Aquí siempre hemos tenido amplias mayorías accionariales de una persona, dos, o una empresa, que han hecho lo que les ha dado la gana, con poco control y con bastante complicidad política con el propietario del momento. Mientras el club cae desangrado de Segunda a Tercera, en el consejo de administración hay un político del partido que gobernaba y que ahora sigue siendo senador. Dentro de una causa en los juzgados, con decenas de imputados, ese señor no lo está. Aquí, cualquier iniciativa popular se ha topado con la realidad fría de una sociedad anónima deportiva. Con pocas acciones, tienes poco margen de maniobra. La afición ha presionado a las instituciones para buscar un inversor como ha pasado en Zaragoza o Elche. Es verdad que el modelo anterior de clubes no funcionaba bien, pero los datos indican que con las sociedades anónimas los datos de las deudas se han multiplicado, y sobre todo se ha perdido la conciencia de poder decidir. El aficionado tiene difícil poder influir.

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-A la hora de escribir, ¿te genera conflicto la separación hincha/periodista?

-No, es algo que tienes que tener muy claro. La bufanda te la dejas en casa. Haber pisado antes la grada, haber crecido ahí, sí que te hace conocer más qué quiere la afición del equipo, qué tipo de juego o de jugadores les gusta más… Pero al final, si pecas de algo, es de exigente. He escrito crónicas del Castellón y del Villarreal y para mí, como periodista, es lo mismo. Ves un partido y lo cuentas lo mejor que sabes. Hay un punto subjetivo, pero más de interpretación del juego que de posicionarte. El cronista no mete goles ni gana partidos, aunque haya periodistas que no piensen lo mismo.

-Luego está el lector que te afea que no metas más caña, o al revés. 

-Cada afición es un mundo. Si algo me han dicho del Castellón es: ‘No los defiendas tanto’. Te piden más gasolina. A veces me ven uno más, porque vengo de la grada, y allí volveré cuando esto acabe. Y además ya saben que no tengo ni puta idea de fútbol…

-Hay mucho sectarismo. En Tarragona, por ejemplo, se ve raro que el que cubre al Nàstic tenga que ir un día a escribir sobre el Reus. Aparecen muchos recelos. 

-Aquí también pasa. Soy consciente, y no me molesta, de que tengo la etiqueta del Castellón. Pero no creo que cuando escribía del Villarreal jamás pudieran decir nada, ni unos ni otros. Al revés. Una de mis crónicas favoritas es la del descenso del Villarreal. Mi primer párrafo fue un poco premonitorio. Fue un descenso a raíz de una carambola muy cruel. Fernando (presidente y máximo accionista) y su hermano Juan Roig bajaron al césped a compartir el dolor con los aficionados. Me pareció una estampa muy potente. Escribí que si eran capaces de canalizar ese dolor y convertirlo en un punto de arranque común iban a volver más fuertes. Al Villarreal le faltaba ese punto de drama para saber sufrir y competir, como hacen ahora. En el año de Segunda, toda aquella gente en la adversidad se sentía orgullosa de su equipo, más que cuando El Madrigal era una plaza de disfrute. Yo lo vi desde el primer momento, y por eso me gusta esa crónica, quizás por saber lo que era sufrir.

-Dices que la vida del periodista de tu generación es una farsa. 

-Sí, porque creo que en la universidad, como en las películas clásicas, se da una visión irreal del oficio. Cada vez más gente pasa por él sin más objetivo que no molestar a quien no se debe molestar. En el libro cuento que la verdad del periodismo está más cerca de bajar la persiana del periódico de madrugada después de haber perdido un partido que de las charlas grandilocuentes sobre el futuro del periodismo. Que esa es otra. Nadie sabe cuál es el futuro pero todo el mundo da charlas sobre ello. Me canso de ver gente joven con ilusión y con ganas que vienen al diario a pasar el verano y a las dos semanas preguntan: ‘Madre mía, ¿esto es siempre así?’. Y dices: ‘Sí, y a veces peor’. Me imagino que pasará en otros oficios. Uno entra en Económicas queriendo fundar Facebook y luego estás en un banco engañando a abuelos, y con suerte.

-Uno se siente identificado con ese miedo que cuentas: después de escribir cuatro o cinco páginas sobre un partido sales de la redacción sin estar seguro siquiera de haber puesto bien el resultado. 

-Hay mucha gente que se ha identificado con eso. Hay una escena de ‘The Wire’, de la última temporada. El periodista, ya muy tarde, en casa, llama al cierre preguntando si ha puesto bien un nombre o algo así. Eso me pasa a mí, cuando llego a casa y horas después, viendo la NBA, pienso: ‘¿He puesto bien el nombre del rival?’. Y no duermes tranquilo. También tienes esa sensación de hastío, supongo que inevitable. Con Iván, el compañero con el que suelo cerrar deportes los domingos, cuando nos vamos por la noche, empezamos a fantasear con ideas de negocios, como importar negros de África, niños, y llevar allí a abuelos, o alguna genialidad absurda que nos saque esto. Allí en África los niños no tienen abuelos y les gustaría. Tú llevas viejos allí, ahorras en pensiones, y traes aquí a gente joven que cotiza (risas).

-¿Qué es lo más raro que has hecho por el fútbol o por el Castellón?

-Lo más raro es que mi mujer se hiciera socia del Castellón, porque en su familia no hay ninguna tradición futbolística. Tener un novio futbolero era como lo más bajo. Empezó a venir al campo y me dio una visión muy graciosa. Se fijaba en cosas que para mí pasaban desapercibidas. Alguien observador y ajeno, que ve el fútbol como quien pisa la luna, sí que cae en ellas. A lo mejor a mí me parece normal irme a Haro con el coche, volver, pagarme la noche y perder dinero por hacer la crónica ‘in situ’. Habrá a quien le parezca rarísimo. Sí que he hecho cosas extrañas: en la luna de miel acabar viendo partidos de Tercera inglesa, ir a Cuenca con ella medio engañada de fin de semana romántico porque coincide con un amistoso de pretemporada… Y todas las supersticiones: esta noche cuando me vaya de fiesta mearé en los urinarios de la derecha porque el Castellón juega fuera de casa y el de la derecha es el equipo de fuera; son cosas que no funcionan pero sigues haciendo.

-El pensamiento mágico. 

-Sí, eso lo decía Martínez de Pisón en el libro de ‘Hooligans ilustrados’ del Zaragoza, creo que a raíz del gol de Nayim. Esa es otra. Siempre hay una esperanza que te hace seguir, para tener un gol de Nayim, de acostarte cada noche pensando en cómo será el gol del ascenso, de ponerle a tu hijo el nombre del que ha marcado ese gol. El año pasado había un jugador que se llamaba Chuqui, y pensaba en el dilema que iba a tener yo. Aunque lleves muchas temporadas, cada una es diferente. Vuelves a empezar pensando en tener la oportunidad de que venga un gol de Nayim, como símbolo de una hazaña inesperada que recuerdas toda la vida. El Castellón tendrá su gol de Nayim. Eso es lo que te hace seguir.

-¿La filia por un equipo pequeño hay que llevarla en silencio o con pudor?. Lo digo por el episodio de Erasmus, en el que estás en una noche mágica de nuevas amistades, embriagadora, mirando el cielo desde un tejado, y cuando todos se duermen bajo las estrellas acabas bajando para ver en el ordenador cómo ha quedado el Castellón.

-Sí, pero es algo que se ha superado. Cada vez hay más ‘intelectuales’  a los que nos les da vergüenza decir que son futboleros y sufren con la irracionalidad del fútbol. Pero sí que te encuentras prejuicios. Yo también escribo mucho de música, sobre festivales. Y hay gente que aún ve la parte más gañana del fútbol. Pasa en otras disciplinas. Mi mujer ha estudiado Bellas Artes y conozco a compañeros que son igual de garrulos que pueda ser un delantero centro. A Jabois le decían: ‘No tienes pinta de ser del Madrid’. Yo tengo pinta de ver series raras de televisión y de leer mucho. Todo mentira.

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-El libro tiene algunos componentes generacionales: hablas del ‘Olympic Gold’ de la Master System o del adverbio solo, como una convicción que hemos tenido durante mucho tiempo y se nos desmonta. ¿Te ha llegado ‘feedback’ sobre todo ello?

-Sí que hay un rollo generacional. Yo sabía que el libro iba a funcionar en mi generación. Pero lo que me ha gustado más es salir de Castalia y que un señor mayor te dé las gracias por escribir del Castellón. Mi mayor logro como escritor hasta la fecha ha sido un chaval que me escribió por Twitter para decirme que estaba leyendo mi libro en clase, en lugar de atender a la profesora. Ese es el buen camino en la vida (risas). Infrafútbol sí que tiene cosas de generación, como el PC Fútbol, fechas, nombres, momentos. Cada generación tiene su Master System, sus cambios en la RAE… Es eso de ‘explica tu aldea y explicarás el mundo’.

-¿Te gustan aventuras como ‘Panenka’ o ‘Líbero’?

-Sí, cada país de Europa tienen sus revistas similares. He colaborado con ‘Panenka’ alguna vez. No es una revista perfecta pero creo que tiene cosas muy interesantes. Tiene ese punto básico de no tratar a sus lectores como idiotas. Hay una sección que me gusta mucho, ‘El último cromo’. Es un poco irregular, hay números mejores y peores, pero siempre hay algo interesante. Es una oferta necesaria.

-Dices que no acaba el día sin que pienses de alguien que no tiene ni puta idea de fútbol. ¿Te ha pasado eso hoy?

-(Piensa). Hoyyy… sí.

-Antes de empezar esta entrevista, espero. 

-Sí, es inevitable si entras a Twitter o si lees prensa. Y además hablando con Luca (el camarero del bar en el que estamos), que es italiano y del Milán. Ya hemos estado hablando de la Europa League de ayer, y cuando me ha dicho no-sé-qué de Higuaín…. he pensado: ‘¿Dónde vas?’. Es que es la puta vida, es así. No entiendo pasar un día sin pensar eso de alguien, y sin que alguien lo piense de mí, evidentemente. Una de las cosas buenas que tiene el fútbol es que cualquiera puede dar la opinión. Es un juego. Nadie lo admite pero hay un factor suerte tan importante… Todo el mundo tiene razón y a la vez nadie la tiene. Cabe todo. Por eso es tan importante cómo lo cuentas. Es mejor que una crónica te haya aportado algo en cuestión de disfrute que que te haya enseñado algo táctico o técnico, que a lo mejor no es así. Lo que te permanece es si has disfrutado leyendo.

-Para acabar, te vamos a pedir que nos recomiendes tres canciones, por cualquier motivo. 

-Tres de ahora. Una canción de Belako, que es un grupo vasco. La canción se llama ‘Track sei’ y es muy bonita. Me gusta mucho el nuevo disco de Triángulo de Amor Bizarro. Me quedo con la canción ‘Luz del alba’. Y me gusta mucho un grupo de Barcelona que se llama Odio París. Es música que a lo mejor dentro de un mes no me gusta, pero que en esta era inmediata de quemar canciones, me quedo con ellas. Al escuchar esos tres discos pensé: ‘Los llego a pillar en los 90 y estoy seis meses feliz escuchándolos porque no tengo otros’. Me da rabia que se haya perdido ese concepto de elegir bien al comprar un disco, porque igual estabas medio año sin comprarte otro. Son grupos de ruido. Me gusta el noise y el shoegaze.

-¿De Los Planetas ya te has quitado?

-Me había quitado. Sé que Los Planetas tienen sus limitaciones, aunque yo soy muy fan. Pero los vi en el FIB. El rollo de verlos allí, por primera vez desde que fui padre, con mi mujer, fue súper emocionante. Empezaron a tocar canciones de ‘Super 8’ y de ‘Una semana en el motor de un autobús’. Estar ahí, diciendo ‘esta es mi mierda’, con mi mujer, en Benicàssim, en mi festival, con ellos ahí, con esos hijos de puta que seguían haciéndolo bien… me llegó. Me estaba quitando, pero ahí me di cuenta de que me había convertido en mi madre, si viviera Nino Bravo y ella fuera a verlo. Es transformarse, como hemos dicho al principio, en lo que odias. Te das cuenta de que tus grupos favoritos ya no son del momento. Es esa apología de la nostalgia que tanto vende y de la que se nutren todos los festivales ahora. Pero sí fue un concierto muy especial. No lloré porque soy un tipo duro (risas).

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Fotografías: ACF