No disparen al pianista pero fusilen al responsable del sonido de la sala El Cau. Un micro en lamentable estado estuvo cerquita de cargarse el concierto de Josele Santiago. Lo deslució, en todo caso, con acoples y chasquidos de la muerte, y fue un mal menor. El ex de Los Enemigos vino solo, a defender como un soldado raso sus tres discos en solitario y el cuarto, en ciernes. Graba en enero, edita en marzo.

Valor a raudales y única supervivencia posible, para alguien que alguna vez enarboló, sin asomo de pretenderlo, la bandera de un rock marginal de masas. Josele, madrileño (malasañero de espíritu, bluesero y punkarra de corazón) afincado en Castelldefels, es ahora un superviviente, no sumido en la insatisfacción, a pesar de que a veces tenga que luchar contra los elementos. El primero: sus 45 años, 25 despachados en la música (para más señas, sus 17 discos publicados), que a estas alturas no dan para llevar una banda ni tan siquiera a Pablo Novoa acompañando a la guitarra eléctrica. Signos de los tiempos, podredumbre en la industria, más aún si no tienes (todavía) un disco que presentar (entonces sí se prevé una gira como Johnny Cash manda).

El segundo: el micro del demonio, que obligó al cantante a comenzar tres veces el concierto, hasta que los técnicos solucionaron el problema, en esperpéntica peripecia. Incluso inspiraba ternura el algo descolocado y trajeado Josele. “¿Qué hacemos? ¿Nos vamos a casa?”, decía. El tercero: un público tan concurrido como, a tramos, irrespetuoso; no mola nada decir a la gente lo que tiene que hacer, pero al menos se pide un poco de silencio: ahí delante no está el dj de turno pinchando zapatilla, sino un tío que da un concierto íntimo donde las letras, se supone, van a tener relevancia.

Josele, en el concierto de los despropósitos

Ante la adversidad, Josele no se disminuyó. Para eso están un puñado de buenas canciones, apoyadas en su lírica ruda, castiza, como de agricultor sensible, campechano y agridulce. Su impecable dominio con la guitarra acústica (aunque para el nuevo disco asegura que ha recuperado la eléctrica) se compenetra con esa voz grave que se desgañita, como de perro apaleado que aúlla, página de oro en eso que llamamos rock en castellano. Josele se carga las dés en los participios y usa palabras como ‘renegrío’ o ‘escojondriao’. Le canta a su perro Bernardo, a los bares que están a punto de cerrar o a su padre, al que le dedica, ahora que ya no está, una canción que en realidad no iba para él, aunque así lo creyera.

Es en esos temas de su primer disco donde más convence, sobre todo cuando se le va la olla y se marca algún solo, o deja que hierva su garganta con alguna frase, que alarga hasta entregar a cuentagotas pequeños clímaxs. No es fácil prescindir de los arreglos jazzeros que pueblan sus discos, ni del contrabajo, ni de esas atmósferas crecientes o del swing pegadizo. “Ésta habrá que imaginársela un poco”, dijo antes de abordar ‘Baile de los peces’. Josele, que se sabe superviviente, mantiene la ironía y el humor. “Si algún loco quiere poner mi dinero para grabar mi próximo disco…”, apuntó y se atrevió con un tema inédito (“va a ser un hit”, aseguró) y con ‘No es fácil ser verde’, una versión de Los Teleñecos de la breve época en que sobrevivió bajo el álter ego de Maestro Pocero.

Le dedicó una canción a la elite del deporte español, otra a una prima que tiene en Palma de Mallorca y, ya a la altura de los bises, con el público aún revoltoso, bordó ‘Desde el jergón’, el buque insignia de Los Enemigos. Muy a su favor habla el hecho de no renegar de aquella escuela espléndida que duró 17 años. No le queda otra: seguir buscando su sino en una industria musical cada vez más enrarecida (habita ahora Josele en El Volcán, un pequeño sello) y asumir sin dramatismos su parcela de público, con estilo y libertad, recuperando el pasado si hiciere falta, porque Los Enemigos no son fantasmas. Son, en todo caso, medallas que colgarse cuando le venga en gana.

raúl