Tres canciones, 253. La elección de V:

SONNY RODHES – THE BALLAD OF SERENITY

Me aburren y desesperan los movimientos fan obsesivos, los mitoplastas y talifanes, pero si no fuera así den por seguro que me calzaría un abrigo marrón y saldría a la calle a reivindicar la figura del cowboy espacial. Que viva ‘Firefly’, que viva ‘Serenity’, que vivan la frontera de la (nueva) civilización y los largos viajes por el espacio oscuro.

Ser fan de ‘Firefly’ comporta, además, un componente combativo que duplica la reivindicación: es imposible hablar de ella sin contar lo de su cancelación prematura y sin airear esperanzas de un regreso heroico. ‘Firefly’ fue fulminada por la Fox después de una primera temporada breve (14 capítulos) y consiguió echar un cierre digno con ‘Serenity’, una película financiada por la Universal pocos años después. Es un buen recorrido pero no lo que Joss Whedon (su creadr) tenía en mente, y mucho menos lo que sus devotos pedían.

Han pasado casi diez años desde el último vuelo de la Serenity. Sus creadores están ya en otras cosas y la serie tiene al fin el reconocimiento que merecía, pero los fanes siguen librando una batalla perdida y pidiendo el regreso a la mínima que se les pregunta. En un tiempo en que vuelven ‘Twin Peaks’ o ‘Arrested Development’, la esperanza es facil de alimentar- Por una vez me parece bien: ¿qué mejor forma de prolongar una serie sobre, precisamente, la rebeldía de los perdedores que no aceptando la derrota?

La herida de la cancelación es una cuestión inevitable en todo texto sobre ‘Firefly’, pero ya que nos la hemos quitado de encima, vayamos a lo que importa: la obra de Whedon y Tim Minear, aunque breve, es todo un universo completo, con unos arcos claros y cerrados aunque sea de modo oblicuo, lleno de personajes carismáticos, perfectamente trazados, con un equilibrio asombroso entre la aventura, la melancolía, la amargura y el humor. Gracias a ello la obra consigue tener vida propia e ir más allá de dos sospechas hasta cierto punto justificadas: la de aprovechar el burdo truco de mezclar dos géneros dispares, el western y la ciencia-ficción, como reclamo, y la de tomarle esa idea a una obra mayor, ‘Cowboy Bebop’. Estas sombras desaparecen al poco de atrevernos con el capítulo piloto, en cuanto naturalizamos a la pandilla protagonista y sus desventuras al margen de la ley.

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Me gusta que ‘Firefly’ sea un bien escaso. El conjunto es compacto, cada capítulo es un tesoro y sus líneas se resuelven sin agotarse, repetirse o saltar metafóricos tiburones. Todo es directo y lacónico, todo está lleno de sugerencias e invita a soñar más aventuras y a quedarse enganchado al misterio de sus protagonistas. Claro que todos queremos ver más aventuras de la Serenity, igual que queremos ver más vuelos de la Bebop, pero en el fondo sabemos que preferimos imaginarlas a verlas. Protégeme de lo que deseo y todo eso. Porque, admitámoslo, a sus tripulaciones ya no les quedan muchos más lugares a los que ir. No hay puertos definitivos en un viaje a ninguna parte como éste, no hay más refugio para los fugitivos y los derrotados que el propio viaje y no existe ninguna Ítaca al final del trayecto.

‘Firefly’, como ‘Bebop’ (en eso también se parecen), nos deja asomarnos a vidas imperfectas e incompletas, nos deja curiosear lo justo en sus orígenes, motivos y rincones oscuros y luego nos devuelve a nuestro propio viaje, indudablemente cambiados, enriquecidos por las pequeñas conquistas de los que están condenados al fracaso y pese a ello no se rinden. A veces los viajes más cortos son los que más perduran.

Por ello, cada dos por tres me enchufo ‘The ballad of Serenity’ y, mientras me dejo llevar por sus añoranzas, recuerdo aquello que decía el filósofo Mark Rowlands (a quien no dejo de citar) de que sólo la rebeldía, aun cuando la victoria es imposible, es lo único que nos puede redimir. No hace falta que ‘Firefly’ vuelva, de todos modos ya no podréis quitarnos el cielo.