V: Un acto de una hora con un tipo ante un fondo vacío, vomitando su corriente de conciencia a violentos borbotones. Joder, la idea de eso. No suena a éxito de público. Sin embargo, Miguel Noguera es capaz de llenar una sala de Tarragona, incluido ese lateral que nunca se abre, y dejar fuera a un público ansioso al que alguien en taquillas promete que «volverá, visto el llenazo». Sin puesta en escena, sin atrezzo, sin apenas recorrer el espacio. Con una presencia y una dicción contenida, con una furia mal domada que amenaza con matarnos en cualquier momento de un ataque de humor.
Raúl: Andamos en esa etapa de echarle etiquetas a lo raro: esto es posthumor o el Ferran Adrià de la risa (leemos por ahí), con esa pátina modernilla y alternativa, muy del arte contemporáneo. ¿Te gusta? Bien. ¿No te gusta? Bien también. Es mejor escribir una tesis sobre este invento raro que es el ‘ultrashow’ que atreverse con una crónica imposible. Le echamos un tiento previo al ‘fenómeno Noguera’ vía youtube o tele (ahí Buenafuente echó un cable). Responde a algo indefinible que va a romper con lo establecido, con lo esperable de una persona que se planta sola en un escenario y habla. Excéntrico, delirante y absurdo, sí, aunque eso viene luego. Nosotros, de entrada, abrazamos el menor amago que invite a romper con cualquier cosa parecida al manidísimo monólogo.
V: El monólogo, anunciaba el sabio, ha muerto. Los chistes de toda la vida dejaron de servir y se los vistió de standup, con una narrativa que los hilara, con un costumbrismo y una complicidad forzada que los hiciera parecer menos bochornosos. Morralla innecesaria, recursos que en los mejores casos (no se engañen, hay buenos monologuistas, pese al hartazgo) se relegan a una esquina del discurso. Noguera da un paso más y destruye todo ese montaje, en una suerte de tesis-antítesis-síntesis, y lo que queda tras poner y quitar no es el chiste, sino algo mucho más desconcertante, más primitivo. Quedan las ideas, conceptos inexplicables que se enquistan en nuestras mentes hasta tocar las neuronas de la risa.
Raúl: Noguera desgrana una a una sus ideas (una selección casi aleatoria, decidida a última hora, de los centenares que tiene). Van de lo grotesco a lo escatológico, pasando por lo cabrón, lo violento, lo chocante, lo desasosegante, lo incómodo. Una expresión reposada, antiescénica, liberada a veces con latigazos de histeria verbal, y esa lluvia de conceptos delirantes muy flujo de la conciencia mantuvieron al público siempre riendo. Ojo: no con esa media sonrisa postmoderna sino con carcajadas a mandíbula batiente. De repente habla calmo y luego asesta un grito, un inicio airado (ese vehemente “¡joder!” de arranque ya tan marca de la casa) del concepto que está a punto de escenificar.
V: El ‘Ultrashow’ (una hora de Noguera rebañándose las sinapsis) no tiene contexto ni lo espera. Se caga y se mea en el contexto, con perdón. Aquí la cosa va de romper el hilo, de quemar los puentes y devolver las ideas que hacen risa a lo primigenio, a lo gutural. Funciona a base de verborrea, de arrebatos y de rematar con ausencias de remates; no está lejos de los maestros Faemino y Cansado. Noguera no tiene diégesis ni cuarta pared ni pollas en vinagre. Se desdobla en varias personalidades psicóticas: el humorista en su trabajo, el crítico o espectador escéptico que apunta las dobleces del espectáculo («ha perdido el concepto del Ultrashow») y hasta lo rechaza («no te creo, Noguera») y, por último, el analista que va comentando los avances («éste es el momento que más me gusta», «qué anticlimático sería acabar así»). Hay otros Nogueras, pero todos están en su puto mundo.
Ahí tienen, enterito, un ‘Ultrashow’ de primera.
Raúl: Entre tanto vaivén mental, casi una intimidación delirante, lanza conceptos aislados, sin trama ni nexo, que exploran en lo cotidiano pero de una manera absurda, y así teje un espectáculo que puede exasperar a muchos y enamorar a otros, desfilando por la fina línea entre el genio y el farsante. Facílismo que Noguera no guste y que el ‘Ultrashow’ sea visto como una tomadura de pelo. Aquí algunas ideas del espectáculo, descontextualizadas, desligadas de todo, como son en su origen: «La idea de que un niño se quite años. De en vez de decir que tiene cuatro, diga que tiene dos». Más: «La idea de que Telma Ortiz, mientras es perseguida por la prensa, se pare y diga que ha visto al Yeti en Barcelona». Y otra: «Vais a un país extranjero y ofrecen operaciones con los mejores cirujanos y las mejoras técnicas por un euro. ¿No os operaríais aunque estuvierais sanos?».
V: Además del absurdo como tono y como tema, en el que ya hemos insistido, el canario tiene otras inquietudes escondidas entre berrido y berrido. Le fascinan, por ejemplo, los gatos (y nos enamora con esa historia del gato que sólo piensa en una cosa, haga lo que haga: petarlo). También flipa aplicando la hiperlógica y el sobreanálisis a lo cotidiano, a lo vulgar. No reniega de lo escatológico (¡qué va!). Le preocupan la mezquindad y la idiotez; construye personajes mezquinos e idiotas contra los que arremete con indignación sentida, como unos hombres de paja para crímenes imposibles. Se enfada a sí mismo y juraría que lo disfruta, el muy cabrón.
Raúl: De lo mezquino a la escalada de crueldad que juega con la ternura: la idea de esa señora que baja con el gato (otra vez, los mininos) ilusionada a una fiesta y acaban matándolo una panda de borrachos. A veces el material tiene un toque onírico. ¿La idea de unos señores ancianos que quedan para hacerse pajas cubanas no parece acaso nacida de una pesadilla? Su repertorio tiene mucho de experimental, de cargarse varias lógicas a un tiempo. Indescifrable, brillante, invendible pero muy comprable. El amigo Oriol, también entre el público, define luego: “Ionesco y Beckett habrían disfrutado mucho aquí”. Y me vincula al ‘Ultrashow’ con, en parte, la tradición de la dramaturgia del absurdo.
Foto: J. Ballester
V: De eso va precisamente el humor puro, de la imagen (mental o real) tontísima, que hace reír sólo con tenerla delante. Como cuando nosotros, en los tiempos de la carrera, nos boicoteábamos en las clases susurrando «imagina que se abre la puerta y entra Leslie Nielsen todo entrajado» o «imagina a Chewbacca aquí levantando la mano». Todo lo demás viene luego, y aunque Noguera no teme recurrir ocasionalmente al regag o el running gag, lo suyo es cafre, mínimo, directo, una deconstrucción de ésas. En el fondo, de elitismos nada: esto es tontería inadulterada, inyección de humor sin piedad al ventrículo izquierdo.
Raúl: Al final, habrá que festejar el ‘sold out’, el éxito notable de algo excéntrico y difícil de digerir. A veces nos asaltan las dudas del target, de que algo es demasiado punki o personal o estrambótico para que llegue a más gente. He aquí un buen ejemplo para contradecir eso: hay público para este tipo de performance de naturaleza rara. Noguera, toda una revolución de la risa, es una pata más de esos humores inquietos que alguna vez podríamos calificar de ‘culto’ y que merecen cierta visibilidad y una pervivencia digna junto a lo ‘mainstream’. Los humores de la inmensa minoría.
raúl y V the Wanderer