Don Camilo, o CJC, o Cela: le escribo esto recién llegado de la Alcarria, ese lugar que usted tan bien se pateó y que con tanto belleza convirtió en letras. He improvisado un viaje fugaz con R., redactor de esta web desde la que me dirijo a usted, siguiendo los pasos que trazó en sus libros hace ya 75 y 25 años. Y lo hemos hecho porque, en parte, como dice Rebecca Solnit en su ‘Historia del caminar’, recorrer un camino es desvelar la historia de los que lo han recorrido antes.

En tierras alcarreñas, don Camilo, he encontrado ese paisaje y paisanaje que con tanto cariño describió usted en ‘Viaje a la Alcarria’ y ‘Nuevo viaje a la Alcarria’. He buscado sus marcas (en forma de placas conmemorativas o de recuerdos vivos; ¡aún me nombraron cuando se perdió usted en globo!) y repasado sus pequeñas gestas casi con interés mitómano. Conocemos el mundo, antes de conocerlo, por los viajes de otros. Por la literatura, por el cine, por la televisión o los juegos. De forma más modesta, por las narraciones de los que nos rodean. Yo encontré la Alcarria por usted, y con usted conocí al viejo vagabundo y su burro Gorrión, a don Mónico, al Rata.

Otro día hablaremos (no usted y yo, usted hace tiempo que falta de entre nosotros, sino con los lectores) del placer de la narrativa de viajes. Leer para viajar a los viajes de otros, acompañar a Cherry, Dickens o mi admirado Javier Reverte. O de la familiaridad con espacios lejanos gracias a las pantallas: ¿qué cinéfilo no siente en Nueva York su segundo hogar? Visitamos lugares cargados de significado, precisamente, por sus visitantes anteriores. Ahí tiene el Camino de Santiago, por citar ejemplo. ¡Qué emoción ver las placas en el lugar de nacimiento de Jules Verne, en Nantes, o de George Orwell, en Londres! De este modo convertimos sitios en símbolos y encadenamos narraciones. Viaje sobre viaje sobre viaje.

Descubrí la Alcarria, don Camilo, en sus libros, pero una vez en ella me ha tocado escribir mi propio periplo. R. y yo hemos admirado el castillo de Torija y las ruinas de Zorita de los Canes. Hemos charlado con los lugareños, como Pepe, que musita con melancolía que también hay malo en los pueblos, o aquel paisano que se presenta así: “Tengo dos nombres. Uno es Serafín, pero ése no vale”. Hemos subido las Tetas de Viana soportando el calor en el cogote y dado buena cuenta de unos torreznos en Cifuentes. Hemos descubierto una naturaleza fuerte, llena de vegetación dura, de tierra seca y polvorienta, de gentes amables. Su viaje se ha ido convirtiendo en el nuestro, el uno un palimpsesto del otro, diferentes tiempos superpuestos en el mismo espacio.

No sé si nos hubiéramos llevado bien, don Camilo. Sospecho que nos uniría el aprecio por el humor y las letras. Sí que habría hecho migas, sin duda, con su viajero, ese personaje literario que se arrancó de usted mismo y que camina y escucha y disfruta con sobriedad lo que le es dado. Él es la mejor imagen posible del viaje, el proceso que nos permite vaciarnos un poco a nosotros mismos para dejar que el mundo y los demás nos llenen. No hubo mejor espacio para ese viajero que la Alcarria, lugar modesto, recóndito pese a la cercanía, rebosante de placeres sencillos.

Le doy la razón a Solnit y también a Bernadette Flynn, investigadora que defiende el videojuego como lenguaje espacial y del movimiento: según ella, en el camino “la imaginación es moldeada por los espacios que cruza y puede, a la vez, moldear estos espacios”. Viajar es partir de las historias de otros para crear la nuestra propia. Viajar es leer el mundo y escribirnos a nosotros mismos. Con un poco de suerte, hasta podemos dejar un par de frases para los que vienen detrás. Yo he rondado un poco por aquí y allá y espero seguir haciéndolo con el mismo ánimo que usted, y que la aventura sea siempre esa: descubrimientos, amigos, risas, conversaciones, lecturas. Y acabar siempre diciendo: “yo anduve por el mundo unos días, y me gustó”.

V the Wanderer

(Esto se publicó en el Diari de Tarragona el 5 de septiembre de 2011, en Tribuna.)