El 16 de diciembre de 1960, dos aviones colisionaron en el cielo de la ciudad de Nueva York. Uno de los aparatos se estrelló en Staten Island; el otro lo hizo en Brooklyn. 134 personas murieron en el accidente: los 128 pasajeros más seis transeúntes que se llevó por delante el avión que cayó en Brooklyn. Del impacto sobrevivió un pasajero: un niño de 11 años que viajaba solo para reunirse con su madre y su hermana, y que salió despedido del aeroplano y dio a parar contra un banco de nieve. Se acercaba el invierno y toda la ciudad estaba nevada.

Syracuse-crash

Barbara Stull era una enfermera de 22 años que se encontraba en ese momento trabajando en el Hospital Metodista de Brooklyn, a 13 bloques al sur del accidente. También fue ella la persona que cuidó del único superviviente, Stephen Baltz, mientras los doctores no daban ni un duro por su vida. Después de examinar al superviviente, los diferentes especialistas abandonaron poco a poco la habitación. Alrededor de las 12.30 de la noche, sólo quedaban Stull y dos enfermeras de prácticas velando por el niño. A medida que avanzaba la madrugada, Baltz empezaba a reaccionar y balbucía cosas como «dónde estoy», «quiero una tele». Luego se dormía y volvía a despertar. Y así varias veces durante toda la noche. Stull era la única enfermera que seguía despierta; mantenía la esperanza de que ese niño sobreviviría.

Por la mañana temprano regresaron los doctores, y la habitación se llenó de una muchedumbre de expertos, administrativos y estudiantes de medicina. Sobre las 7 ó así Stull fue relevada y se marchó tranquila a casa. Era un día soleado. Todo iba a salir bien.

A las 10 de la mañana Baltz fallecía. Stull se enteraría más tarde por la radio, al poco de levantarse. Nadie del hospital se dignó llamarla para comunicarle la muerte de la joven víctima. Stull no se explicaba ese desenlace: ni la muerte del niño ni la poca delicadeza del hospital al no anunciarle el fallecimiento de la persona que había estado cuidando toda la noche.

Cuarenta años después, el 16 de diciembre de 2000, halló la respuesta: un grupo de personas se reunió en la zona del siniestro, entre Sterling Place y la Séptima Avenida de Brooklyn, para rememorar ese día fatídico (una de las mayores tragedias aéreas en Estados Unidos). Stull ya no era Stull, sino la Sra. Lewnes, y estaba jubilada. Los organizadores del acto la invitaron a hablar sobre lo sucedido. La Sra. Lewnes recordó aquella noche como la más larga del año. Tal vez de su vida. Iba narrando toda la emoción y esperanza que sentía por la vida de ese niño. Luego habló la que fuera la enfermera supervisora, la Sra. Bonner. Ésta recordó algo que todo el mundo sabía aquella noche: «El joven Stephen sufría quemaduras demasiado graves para sobrevivir».

En efecto, todo el mundo lo sabía. Salvo la enfermera Stull y ese muchacho de 11 años que se despertaba varias veces y mascullaba «dónde estoy», «quiero una tele».