Tres canciones, 266. La elección de Raúl:

LOS BERZAS – LETRA B

Esto no lo he contado nunca, pero de pequeño estaba dibujando con tiza la representación de unos átomos en el suelo y los niños de alrededor me acusaron de estar pintando florecitas. Algo así tiene que dejar un trauma bien enraizado porque ahora, en ocasiones, me veo en grupos de Whatsapp rebajando y sometiendo la ortografía por pudor. Racaneo los acentos de forma consciente, hago abreviaturas obligado, para quedar bien, para amoldarme a las maneras. También me suena horrible estar escribiendo esto con poco más de 30 años, pero qué le vamos a hacer. Hasta me meten bronca por la repelencia de poner la tilde en su sitio, como si uno debiera pedir perdón por aplicar la normativa de la RAE (pensándolo mejor, a veces es necesario clamar disculpas por ello, sí).

Me obsesiona cómo escribe la gente en el móvil o en internet, hasta el punto de querer abalanzarme sobre el mensaje para desentrañarlo en plan grafólogo loco. A veces, en cuestiones laborales, si no conozco al interlocutor mido el respeto profesional que le debo dedicar a alguien en función de cómo de correcto, a nivel gramatical, me haya escrito. Me atormenta la oralidad de Whatsapp pero cómo también en función del medio (ese McLuhan trillado bueno) cambio y hago mi mensaje más o menos atolondrado. Entonces, en esa gradación, las tildes van cogiendo una importancia cuestionable, vaga, que se va difuminando, hasta ser totalmente accesorias. Sin llegar a eso, el colmo del ejercicio absurdo, en el periodismo, es escribir para internet la misma crónica que para el papel pero menos bonita, más deslucida, por lo inmediato. En definitiva, escribir peor de una manera consciente.

accion quitoPintada corregida por Acción Ortográfica Quito, en Ecuador, otra brigada callejera ortográfica

Quizás lo mío sea grave, porque bien es verdad que dibujar electrones y protones en el suelo de crío es para meterme dos hostias, y tiendo a hacer cosas raras. Por ponerme sentencioso y aforístico, hay dos tipos de personas, las que en un diálogo informal por escrito colocan el interrogante al principio de la pregunta y las que no, manteniendo solo el del final. Ahí hay un buen termómetro de la cosa. Yo soy del primer grupo (no siempre), aunque los del segundo son los verdaderos vanguardistas, los que ya saben que en darwiniana tendencia, como las muelas del juicio o el bazo, ese signo un poco anacrónico que acabará desapareciendo del castellano, que se mantiene quijotesco y resistente en luchas así.

Ponerse cabezón con estas cosas es como estudiar FP por la rama de electrónica, que le pueden acusar a uno de demasiado estupendo y que a la que falle se me echará a los perros. No digo eso, que en un día malo se nos puede ir algún acento. Yo sólo me alineo con ciertas defensas de la buena ortografía, más por higiene que por militancia. Hasta puedo mirar con ojitos a la Fundéu (cuidado, que se le pueden hacer consultas por teléfono, por si quieren un pasatiempo para una tarde tonta), pero mejor abrazar iniciativas más punkis como las de Acción Ortográfica Madrid o Acentos Perdidos, brigadas callejeras con su versión ‘on line’ que no se quedan en el tuit de denuncia. Si hace falta, agarran rotulador gordote y toman la calle para solucionar el error. Estampan una tilde donde no había nada, una coma allá, un punto acá; arremeten contra los rótulos públicos, hasta institucionales. A mí me gustaría tomar parte en batidas así, aunque aprovecharía el viaje: con la mano izquierda corregir acentos y con la derecha señalar, de paso, los letreros en Comic Sans de mi ciudad (ahí sí que habría deshonra). No lo haré, pero vuelvo a esos anhelos cuando vienen las dudas y me descubro pensando en la relatividad de un acento.