Tres canciones, 251. La elección de V

PINO DONAGGIO – TELESCOPE

Ahora que parece que por fin ha pasado el revival de los ochenta (sin saber si fue irónico, honesto o si ambas cosas eran compatibles) y que la nostalgia ha pasado a manos de los brasas de la EGB (ey, yo también fui a la EGB y no lo exploto comercialmente, ¡hola!), podemos intentar responder la pregunta que realmente importa: ¿fue toda la década una broma?

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Por mucho que cueste creer que esto no fuera en serio.

Y es que con lo del revival (que duró más que la etapa que revivía: cosas de la postmodernidad) fuimos bastante selectivos. Sí, todos somos culpables. Cindy Lauper sí, por ejemplo, pero nada de Mötley Crüe. Calentadores a lo ‘Fama’ sí, pero nada de hombreras ni cortes de pelo en cubo. ‘Los Goonies’ sí, pero ni hablar de lo más delirante de Brian DePalma.

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Así se viste Brian DePalma para ir a dormir.

Pues miren, no. Diré más: señores, no. Pongámonos serios. Hablemos desde nuestro púlpito de pontificar. En esta micronación somos telita de puristas y muy partidarios de aquello de la puta al río. O nos comemos toda la década, con su estética, sus trasnoches y sus excesos, o no vamos de modernetes vintage por la vida. O decimos que lo que nos molaba era el cine de la esfera Amblin, cierto pop chicloso y algún dibujo animado (que no fue exclusivo de la época), o nos atrevemos a alabar un remake mal velado de ‘La ventana indiscreta’ con malosos de cómic, crímenes ridículos, caretazas, maquillaje para proteger del ébola, actrices porno, polvos non sequitur, melodrama muy en serio y banda sonora de Pino Donaggio. Es decir, reconocemos el mérito en una horterada del calibre de ‘Doble cuerpo’ (‘Body Double‘, tomen traducción torcida), una cosa loca que firmaron a medias DePalma y la cocaína en 1984.

La escena recurrente de la película, por la que vive o muere, es un bailecito erótico de una pibón visto a través de un telescopio. Baile que, por supuesto, está vinculado a una trama de engaños, manipulación y crímenes perpretrados por indios monstruosos, pero eso el espectador aún no lo sabe. Ni falta que le hace. Sólo necesita quedarse con la tipa, sus movimientos sinuosos y el lascivo plano subjetivo desde el telescopio. He ahí lo que el revival no quería que viéramos.

Si la escena funciona (y ya se lo digo: funciona) es por la estupenda banda sonora que compuso Pino Donaggio, violinista precoz (con catorce años ya andaba dando conciertos), autor de la inigualable ‘Io che non vivo‘ y cómplice de Brian DePalma en su locura. Los ochenta de verdad, los que todos hemos estado esquivando durante años, se condensan en esos tres minutos y pico: horteras, kitsch, sí, pero también sensuales, eléctricos, maravillosamente libres.

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Una casa tipo de la década.

¿Era todo esto una jugada autoconsciente? ¿Un «anda yo caliente» de primera, un vomitón de libertad creativa como no se ha vuelta a ver? ¿Sabían DePalma y Donaggio que hoy su peli funcionaría (también) como comedia involuntaria? ¿Se estaban riendo de algo? ¿De qué?

El caso es que ahí están los cincuenta, con su peso clásico incuestionable, los sesenta, con su aire romántico y libre, los setenta, peligrosos y salvajes, y luego los noventa, que ahora molan pese a que nos dieron ‘El príncipe de Bel-Air’. De ninguna de esas décadas nos choteamos, pero en cuanto  nos enchufamos a DePalma nos reímos como si fuera imperativo legal.

Del mismo modo que las fans de Bon Jovi ignoran su etapa hair metal, los revivalistas olvidaron las camas redondas giratorias y a Pino Donaggio. Así, perdimos la gran oportunidad de entender el auténtico origen del exceso, del culto al yo, al poder, a la ambición, el verdadero renacer del miedo al vacío. Puede que gente como DePalma, Nikki Sixx y Donaggio participaran activamente de la broma, creando sus propias autoparodias, que nos estuvieran guiñando un ojo con complicidad, diciendo «menudos tiempos, ¿no?». Que estuvieran enviando una advertencia al futuro, avisando de los peligros del liberalismo salvaje, que en el corte de pelo de Melanie Griffith se deletrease ya la caída de Lehman Brothers.

Es la única explicación que se me ocurre: nunca ha habido tanta cocaína en el mundo para hacer una película así.

(Con agradecimientos a los Cines Bort-García por darnos acceso a esta obra magna en condiciones inmejorables y a Ignacio Bergillos por plantear la importantísima pregunta.)