Atención, terreno peligroso. Entrar bajo propia responsabilidad. Aquí se suceden las apoteosis y las caídas, todo lo que gusta hoy es la sublimación absoluta del arte y mañana Saturno devorará a sus hijos con especial crueldad; aquí no basta con disfrutar, hay que analizar, hacer apostolado (o proselitismo) y medir conocimientos; aquí es necesario lucir barba, gafas de pasta (ya no tanto), camisas a cuadros y despeinado exacto para tener derecho a voto. Aún así, aquí nos hemos plantado. Voy a las taquillas, «Víctor Navarro, La Inercia», y me adentro, no sin algo de miedo, en la selva indie.

Ya estamos en el Palmfest, consolidado festival de música independiente que se celebra junto a la playa en Hospitalet de l’Infant. Previamente nos hemos cruzando con los chicos de Febrero, que tocaron hace un rato y a quienes ya hemos visto en un par de directos. Suenan Manos de Topo, pero ya están acabando. Mejor, el vaivén de su cantante me pone algo nervioso.

Vamos a saludar a Gonzo, dj de Neonized, y nos agenciamos birras y redbulls. No tardan en salir a escena La Habitación Roja, el primer grupo de nuestro plan para esta noche de viernes, con una calidad formal y un estilo definido que les ha ganado un público fiel. Me gusta oírlos, pero no estoy entre ese público.  «Nunca ganaremos el mundial» suena ahora irónica, y temas como «Días de vino y rosas» o «Van a por nosotros» forman una buena selección. Me fijo en el pipa, doble del otro pipa que interpretaba Jack Black en el juego ‘Brütal Legend’, y Raúl me cuenta que un integrante de la banda vive en mi querida Noruega. Anécdotas.

Nos vamos a la zona de los showcases, donde Gonzo y compañía están ya botando tras los platos y han conseguido reunir a una buena multitud. Mezclan con acierto electrónica refinada, trallazos cluberos y algún asomo de pop y de noventerismo que, intuyo, está ahí para dar la nota irónica. Veo buen rollo entre los de arriba y su audiencia, amén de mucha gente en la tarima (¿hacen falta tantos para pinchar?). Enrique se cuela a sacar fotos y me encuentro al amigo Jacob: está en la organización y le ha tocado encargarse de que el volumen no se exceda. Inútil empresa.

En el escenario principal tocan Odio París, cuyo nombre ya había oído y me encanta. La banda funciona, tienen buenos teclados y, así en general, no molestan. Tampoco me dicen nada nuevo. Vamos y venimos de una zona a otra y pienso que estos chavales irán a más, así con un deje paternal. Cierran con una versión fortona del ‘Electricity’ de OMD y se ganan un poquito mi corazón.

Reviso el programa: ahora tocan Lacrosse, suecos. Nadie tiene ni idea sobre ellos, así que nos asomamos a echar un ojo. Saltan a las tablas unos zumbados en plena euforia cotillonera y tardan un par de temas en ganarse nuestra admiración. Monos de trabajo, cintas de deportista en el pelo y un bigotazo postizo y tiara para la cantante: así se viste uno para un vivo.

Lacrosse suenan ilusionados, luminosos, festivos y con un rock potente pero dulce. El teclista despega una mano y la dedica a una trompeta, el dueto vocal funciona de maravilla (¡quiero más grupos con un cantante de cada sexo!) y los temas son trotones. Participamos y nos miramos con gesto de aprobación. Lacrosse molan, van bien para saltar en concierto y se adivinan pegadizos en casa. Tienen algo de Arcade Fire con bastante menos épica, tenebrismo y más aire lúdico. Se hace corto, y al acabar salen a vender cedés junto a la puerta del backstage. Aranda y yo nos hacemos con nuestra copia, hablamos con ellos y nos la firman. Majísimos.

Viene ya el plato fuerte de la noche, el grupo que, anticipamos, mejor va a funcionar en directo: Mendetz. La formación barcelonesa llena el escenario de sintetizadores y dispara un par de calambrazos para caldear. Las masas, nosotros incluídos, se desmelenan. Esto es un no parar de botar, el synth-rock convierte la zona en una piscina de olas, y yo no dejo de pensar en lo mucho que me recuerdan a las melodías de los ‘Sonic the Hedgehog’ antiguos. No se les escucha demasiado al cantar, pero qué más da. Enloquecemos con ‘Futuresex’ y ‘Maximo Truffato’, echamos de menos ‘Flashback’ y culminamos la noche con la electrocutada versión de ‘Freed from desiree’.

Como para alargar la alegría un poco más, pasamos un rato al backstage. Me encuentro al amigo David, maestro organizador y miembro de Superpandas, y me alegra más que cualquier otro músico. Gonzo está apalancado en la playa comiendo algo de una bandeja para llevar, y Enrique compra, eufórico, una camiseta de Mendetz. Le contamos a Gonzo que sus compañeros de platos han subido en calzoncillos al escenario en el cierre de Mendetz y le reprochamos no haberse apuntado.

Hemos sobrevivido a la furia indie, volvemos a casa hasta mañana y damos gracias por que, por una vez, la peregrinación es corta.