Nunca se me han dado bien las etiquetas y los géneros; aún no sé exactamente qué es «rock», qué es «pop» o qué significa «nuevo folk post-industrial». El programa del Palmfest avisa de que ayer fue la sesión «PalmPop» y hoy toca la «PalmRock», que abrimos con The New Raemon, a quienes la wikipedia anuncia como «una banda de pop-rock indie» pero que a nosotros nos suena a cantautor. Y, por encima de todas, la etiqueta madre: «indie». Que no hace referencia a estilos ni tendencias, sino a modos de producción. Basta con cruzar la línea del mercado para perder tan prestigioso epíteto, con firmar un contrato para dejar de ser admirado por la élite de lo moderno.

Recogemos a Ignacio en la estación de tren y enfilamos de nuevo hacia Hospitalet. Lo primero es lo primero, y le bombardeamos a preguntas sobre su nuevo trabajo. El maldito afortunado ha conseguido un puesto de profesor en la universidad privada de Mallorca, lugar inmejorable para acabar su tesis doctoral. Envidiable. Llegamos al aparcamiento; hoy vengo dispuesto a grabar un poco de video para la web. Descargamos y Enrique y yo proferimos simultáneas maldiciones: ambos hemos olvidado las tarjetas de nuestras cámaras. Pues nada, no habrá ni video ni fotos.

Hoy ha venido menos gente, o eso parece. Reviso el atuendo del personal: Raúl y yo comentamos que es mucho más normal de lo que esperábamos. No faltan toques de modernez, pero en general la cosa está moderada. No me disgusta el ambiente. En el escenario tocan ya The New Raemon, a quienes Ignacio sigue la pista; nos habla de su excelente primer disco y de su prolífica producción. El sonido es limpio y muy pulido; entendemos a la perfección unas letras que hacen de sólidos cimientos a una música dignísima.

La zona de showcases no motiva demasiado, y nos sentamos a charlar por ahí: de música, de tele, de la crisis de ideas de Hollywood, de docencia. Mientras, le llega el turno a Stay, formación que suena competente, correcta, pero que no destaca por nada en especial. Si acaso, unos buenos teclados, que aspiran a Manzarek. Hablamos del gran problema de la veneración indie: como en estos circuitos está bien visto no tener éxito (casi un agravio del malvadísimo mercado), las ruedas de la independencia se apresuran en incorporar bandas a medio cocer a sus filas. O tal vez no.

Uno más y llegan Los Punsetes, a consumir su hora a piñón fijo. Los esperábamos con algo de ganas y al cabo de tres temas ya se nos caen los bostezos. Entiendo la pose, que su cantante, Ari, sea capaz de pasar todo el vivo sin moverse un pelo (pero incapaz de modular su voz), o que no hablen entre tema y tema. Vale, bien, pero no funciona. Mejor confiar en la calidad como reclamo, ¿no?

No es una foto, es un video de una hora de su último concierto.

Me hace gracia ‘Hospital Alchemilla’, una descripción literal de ‘Silent Hill’ (aunque como canción-homenaje funcionaba mejor el ‘Perdido en Silent Hill’ de César Strawberry),  pero poco más. La banda funciona de maravilla (ese final instrumental de la misma ‘Hospital Alchemilla’), pero la monotonía pesa. Me aburro, quiero que esto se acabe, que alguien empuje a la tipa rancia. Se despide con un «bona nit, gràcies», se van, gracias.

Salen Mujeres, un grupo de tipos luciendo rock movido y algo surfero. Ahora mismo no es suficiente. El bajón me está atrapando y el efecto del último redbull hace rato que se pasó. Natalia se acerca de un brinco y me dice: «ey, ¡que te duermes!», y luego hablamos de The New Raemon, que le encantan, y me promete que los últimos de la noche, Naïve New Beaters, me despertarán del todo.

Volvemos a sentarnos en la mesa de antes y reemprendemos la charla, mientras nos llega de fondo algún punteo interesante. Vemos a Ari, de Los Punsetes, en el puesto de bocatas. Me pregunto si la ranciedad será sólo pose. Acaba el concierto y, sin darnos cuenta, llega el siguiente: un zumbado grita en un castellano esforzado y el ruido estalla; botones y palancas se someten a un frenético dj y un guitarrista solitario defiende la música hecha con instrumentos de verdad; en medio, el cantante, un tipo con un gorrazo de pelo: los Naïve New Beaters.

Nos conquistan los comentarios del frontman, «se puede abrasar al compañero de al lado, esta es cansión de la amistad», «se mueve el dedo así»; nos miramos y vamos a la pista. Los tres componentes del grupo improvisan coreografías, saltan y hacen el ganso. Así se anima al público. Bailoteamos un poco, y nos descojonamos con los nombres de los integrantes: el cantante, David Boring (como el personaje de Daniel Clowes, autor de ‘Ghost Town’, aunque mola imaginarlo como perversión de David Bowie), el guitarra, Martin Luther BB King y el dj, Eurobelix.

A Eurobelix le cuesta estarse quieto en su sitio, Naïve New Beaters nos contagian su ánimo y para cuando la fiesta acaba todo el adormilamiento de antes ha desaparecido. Como cierre, salen Rinôçérôse y el dj Bozig; al cabo del rato descubrimos que el único interés de la actuación es descubrir si la tipa tiene las tetas tan grandes como parece de lejos (Enrique se acerca y dice que no), así que decidimos irnos. Así va a acabar la noche, y ya nos vale.

Nuestra expedición al Palmfest ha sido mucho más satisfactoria de lo que esperaba, y los indies no me han arrancado la cabellera. A ver si os veo allí el año que viene, hombre.