Luego se nos va la boquita con que si la ciudad agoniza culturalmente, con que no hay teatros, ni salas, ni ciclos, ni conciertos suficientes que rellenen nuestro gaznate sibarita. Nos engulle el tedio, el bloqueo, el apalanque de urbe pequeña, pero sin percatarnos de aquel nuestro inframundo: la música oculta que circula por las cloacas, lo puto peor, desde el Cono Sur hasta nuestros garitos.

Antes de criticar, primero observe, camine, cósquese, vea carteles anunciadores en el comercio más inesperado y familiar, y sorpréndase de que recitales, haberlos, existen. Están ahí. Están, por ejemplo, en los restos del Port Esportiu, un cementerio de locales entre los que conviven kebabs de pakistaníes y carteles de ‘en venta’ o ‘se alquila’, en fin, despojos de la enjundia ociosa de otras épocas. Sólo en esas ruinas se sostienen ahora mismo estas pseudoestrellas de la decadencia.

Pastor López en ‘sus domingos de viejoteca’

Vean a Pastor López mirándonos tras el cristal de lo que fue un antiguo karaoke de farras universitarias. Cantará el amigo en un sitio llamado ‘El rancho’, y ojo que la amenaza va a ser periódica: “Toda la tarde en sus domingos de viejoteca”. Y tiene galones el bicho, a caballo entre las pintas de narco colombiano y telepredicador evangélico: “Estará en tarima en la tarde”. Después, lo que un concierto al uso, con sus reservas, su venta anticipada, su zona VIP y, siempre, un móvil de contacto.

Cerca de allí, en un agujero negro llamado ‘El séptimo cielo’, hace poco fue el turno de Mariano Cívico, que anunció su show en los rincones más insólitos de la ciudad. Pensó que sería bueno, por lo del tirón, presentarse como ‘ex vocalista de Costa Brava’, como si tal etiqueta le arañara unos cuantos asistentes a su interpretación de temitas como ‘Amor que mata’ o ‘Esa mujer’. A él ahí lo tienen en el cartel (¿o habría que decir en el cártel?) como el hombre del traje gris, con su bigotillo y su barba de tres días, como esperando un casting, unos minutos de gloria para lucir su ademán despechado.

Mariano, cívico y dandy de sugerente desaliño

Serán mis prejuicios pero recelo de anuncios así de latinos; me perturban, pienso mal, frunzo el ceño, los veo turbios, me imagino que esconden algo, que son una tapadera. Me da igual que al final, sin yo enterarme, mis 15 euros de entrada contribuyan a que Omarcito pueda viajar desde La Paz hasta Houston dos veces al año para tratarse la leucemia terminal; podría existir tan benéfico objetivo, o una maratón para llevar víveres a Belice, pero yo antes pienso en chamusquina, en trapicheos, en matrimonios por conveniencia, en redadas, en mercadeo, en deportaciones, en que si estos conciertos invisibles no se anuncian en las previas de las páginas de cultura de los periódicos es porque mejor quedarán, al día siguiente, rescatados desde la sección de sucesos. Seré yo, sí, pero también fuera deseable que estos shows hicieran como la mujer del César, que además de ser honrada, debía parecerlo.

No ayuda que estos eventos (he aquí, snobs modernos, el verdadero y puro underground) se celebren en un polígono industrial al lado de una carretera. A Edwar Jose, el ‘varón’ (textual) de la bachata, no le importó tan periférico y desarraigado oscurantismo para impartir lección de folclore sudamericano en lo que su cartel vendió como “el concierto más esperado” del “artista revelación del año”. Al bueno de Fausto de América no le inquietó, eso son tablas, verse desterrado al kilómetro 2 de la N-240 en dirección Lleida para actuar, con peluquín y pajarita, en La Finca, que vaya usted a desentrañar el tipo de francachela que se dispensará en un lugar de nombre tan feudal y telenovelesco.

Edwar, el ‘varón’ de la bachata. ¿Será también un ‘barón’?

Hasta aquí, música de subterfugio, de reivindicación, de orgullo patrio; infumable para muchos, integradoras para otros;  bailongas sesiones que no aparecen en los diarios ni computan para un dossier de balance de la capitalidad de la cultura, que traslucen todo un entramado de marcas, radios y bares que actúan casi como lobbys. En estos organigramas de tan siniestro politburó, sustentan el holding la emisora La Súper Estación Latina y antros como La Negra Kandela, en Torrenova.

V encontró este anuncio: Fausto actúa en el kilómetro 2 de la N-240. No tiene pérdida

Este último bareto acogió, muy más allá de la música, el recital más esperpéntico y desconcertante de todos, una especie de pelea de barro bajo el título ‘Lucha de diosas en el lodo’, con un póster tan recargado como entusiasta y, al final, inefable: dos señoras ligeras de telas retozando en la tierra y lemas como “lo nunca antes visto”, “el espectáculo más exótico y sexy del planeta” o ese eslogan indescifrable que dice “homenaje al día del padre”, todo pretendidamente caliente pero con una gruesa capa de sordidez, caspa y bizarrismo. Y, encima, la cosa es en el extrarradio: sólo con ver el documento dan ganas de movilizar, en plan preventivo, a varios cuerpos policiales.

Una pelea (por una vez, sólo de barro) en Torrenova

V y yo barajamos los días previos la opción de pasarnos por allí e incluso, cual autoridades del orden, merodeamos por la puerta unas horas antes, sin atisbar nada raro. Desistimos, al final, de aparecer por el espectáculo: imaginarnos allí desubicados acabó derrotando a la curiosidad por el enigma, que rizaba el rizo de lo visto hasta ahora en esa suerte de cantores melódicos, de crooners de karaoke, todo cultura trasegada por alcantarillas en bajos fondos de nuestra ciudad, a pocos metros de castells, sardanas, habaneras, rock de plaza de toros y pop de sala moderna. Está pasando.

raúl