Si hay un grupo cómico en español que cuente con la aprobación casi unánime de público y crítica, ese es, sin duda, Les Luthiers, ese conjunto de humoristas instrumentistas (o instrumentistas humoristas) argentinos que conjugan el sketch con la interpretación musical en sus espectáculos. Este pasado 27 de febrero, Valencia vivió el estreno de Lutherapia, «el mejor espectáculo de Les Luthiers», según rezan los carteles. Aunque claro, qué van a decir, ¿no? «Un espectáculo regular», «un espectáculo que no está mal», «no su mejor espectáculo, pero tampoco el peor»… 

INES Y MORA

La propuesta consiste en una sucesión de viñetas hiladas por la conversación terapéutica de Daniel Rabinovich (el paciente) con Marcos Mundstock (el psiquiatra). Hay que destacar la vis cómica de estos dos, pero especialmente la de Rabinovich, un hombre capaz de hacer reír con solo una mirada.

Entre los sketches que la componen se encuentra una canción sobre la (supuesta) paz del campo, la llegada del Anticristo, las Cruzadas o el muy notable Handball Blues. El ritmo del espectáculo es bastante ajustado, y salvo el Vals geriátrico, ninguna de las piezas se hace larga, algo difícil de conseguir.

Por otro lado, siempre me ha sorprendido que se considere a Les Luthiers como adalides del humor inteligente, ya que la hilaridad de sus obras se fundamenta, principalmente, sobre los pilares de los juegos de palabras chuscos y predecibles. No les miento cuando les digo que en Lutherapia escuché algún chiste que me hubiera costado más de un unfollow de haberlo hecho yo. Quizá el grupo argentino padezca lo que yo llamo «síndrome de Origen», que consiste en que la gente ensalza algo como más complicado de lo que realmente es para sentirse mejor con ellos mismos por haberlo entendido.

No me malinterpreten: tampoco digo que el humor de estos tipos sea chabacano o soez, rasgos cuya ausencia se agradecen enormemente, pero la carencia de gags sobre funciones corporales no basta para adjudicar la etiqueta de «humor inteligente». En todo caso, «humor inteligible».

Lutherapia es un espectáculo normalito. Los juegos de palabras se suceden a alta velocidad, pero son tan fáciles que el espectador mínimamente avispado podrá predecir el punchline antes de que tenga lugar. Las canciones, salvo alguna honrosa excepción como la Cumbia epistemológica, son bastante regulares.

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No es que la función sea mala, tampoco. No se hace larga, y es imposible salir sin que haya alguna que otra sonrisa, pero claro, cuando uno paga un mínimo de sesenta euros, sesenta tracastracas, sesenta morlacos, en fin, sesenta machacantes; uno espera algo más que alguna sonrisa esporádica. Con decirles que lo que más gracia me hizo fue un comentario de mi acompañante, el ínclito director de La Cabina, Carlos Madrid…

Y es que no se puede negar que el coste de la función es un factor relevante en el juicio de valor. Lutherapia, por diez, quince euros, tiene un buen ratio calidad/precio. Pero claro, con unas entradas que oscilan entre los sesenta y los noventa y cinco euros… uno espera algo más, sobre todo teniendo en cuenta que su fama les precede.

Lutherapia es un espectáculo para los incondicionales del grupo argentino, que disfrutarán con cada retruécano facilón. Para los que, como servidor, consideramos que Les Luthiers no son para tanto, siempre nos quedará Mastropiero.

Javi Bóinez, Reflexiones de un tipo con boina