Con lo que desata Raphael sobre el escenario se podría iluminar una ciudad entera. Con la pasión que pone, decenas de cantantes de medio pelo tendrían para carreras enteras. Con lo que le adora su público, se podría fundar una nueva religión. ¿Quién soy yo para negar semejante poderío? ¡Raphael nuestro que estás en las tablas, hágase en mí tu show!

No es mi primer intento de ver al Divo de Linares, pero el precio de sus megaeventos deja fuera a investigadores ceroeuristas. Esta vez llevo flamante acreditación a nombre de esta santa casa (una de las ventajas, junto al yate y las grupis). Se reúne La Inercia al completo: Raúl y yo entregados de antemano, Adrián expectante con reservas, Cano el Cuarto y Laura contentos con lo que venga.

El Camp de Mart está muy lleno, aunque no completo. Me encuentro a Carme, consejera de cultura, no sé si asustada ante las dimensiones de lo que está por venir. Raphael es, a muchos niveles, la gran apuesta de esta Santa Tecla. Se apagan las luces, el Niño sale sonriente y fulgurante, el público estalla. Ovación en pie de nosecuántos minutos, ¡sólo por salir! ¿Podía haber apuesta más segura?

Superen este arranque: ‘Ahora’ (declaración de principios que le compuso su amigo Bunbury tras la recuperación), ‘La noche’, ‘Mi gran noche’ y ‘Digan lo que digan’. Me he dejado la cámara (pereza) pero Adri trae una compacta con la que me acerco al escenario y hago un apaño. A pocos metros del maestro, la electricidad estática desmonta el peinado de las señoronas de primera fila.

A Raphael le gusta lo que hace, le gusta la Música, su música (se deshace en alabanzas a Manuel Alejandro) y se gusta a sí mismo. Es una bestia escénica, una presencia hipnótica, volcánica como pocas (Bunbury, el Loco y casi ya). Podría ser una parodia de sí mismo y sí, gesticula, baila y no para, pero el campo de fuerza a su alrededor convence y excusa cualquier exceso.

No tarda en perder americana y corbata y lucir pecho heróico, aunque más tarde pasa por el ropero a por sombreros y nuevas chaquetas (de acuerdo con los tres géneros de su ‘Te llevo en el corazón’: tango, bolero y rancheras). Le acompaña un ejército de ocho músicos de todo el mundo y un atrezzo escaso. No hace falta más: el escenario es él.

Le mete mano a varios tangos de gran reserva (‘La cumparsita’, ‘A media luz’, ‘Cuesta abajo’, ‘Nostalgias’) y saca una vieja radio para cascarse ‘Volver’ en dueto con Gardel. Va y viene, detiene la canción y rearranca aún con más épica. ¿Les he dicho ya lo entregado que está el público? Cada tema acaba con una ovación en pie que en otro concierto sería punto y final.

Tras tantas décadas sobre las tablas, el jienense no tiene que convencer a nadie y el que está abajo viene a recibir su epifanía. Cada canción es un regalo, cada aplauso son años acompañados de temones como ‘Estar enamorado’ o ‘No puedo arrancarte de mí’. Arriba del todo, sección prensa, los inercios tenemos un par de momentos de puro escalofrío con ‘Hablemos del amor’ y ‘Desde aquel día’.

Raúl y yo aprovechamos el tramo de boleros (va una hora y pico de espectáculo) para agenciarnos sendas birras en el bar. Mientras nos las sirven, veo un tipo con una camiseta de Black Sabbath. ¿Será currante o espectador? Más tarde, Raphael se arranca con los primeros versos de ‘Maldito duende’ y nos hace entrar en éxtasis. Falsa alarma, era un guiño a su amigo Enrique: lo que viene es ‘Volveré a nacer’, tema que aprovecha para separarse del micrófono y llenar el inmenso auditorio con su prodigioso vozarrón. Ver para creer, señores.

La explosión sigue (lleva dos horas y no ha bajado el ritmo) y nos pone los pelos como escarpias por enésima vez con ‘En carne viva’. Nuestro sector es una fiesta: aplaudimos, gritamos, reímos, alucinamos. Adri está arrebatado como pocas veces lo he visto en un directo (¿Muse, quizá?). Llega ‘Escándalo’, nos levantamos y bailoteamos como reyes. Alguna señora nos echa una mirada que intuyo de desaprobación. ¡Qué escandalo!

Tras unas cuantas rancheras descubrimos que estamos más cansados nosotros que el propio Raphael. ¿Cómo aguanta? El muy vitalista, además, no deja de sonreír ni mientras canta. Le entregan alguna rosa o algún ramo entero y varias fans se acercan al escenario con frenesí.

Tras ‘Que sabe nadie’ parece que el asunto se va acabando. Alguien nos ha chivado que el maestro cierra el show con ‘Yo soy aquel’ y ‘Como yo te amo’, así que decidimos bajar a terminar de darlo todo. Suena el primero de los temas, saltamos, gritamos, perdemos los papeles. Creo que a estas alturas ya nos han quitado el carné de indies o rockeros de por vida, pero y qué. Raphael nos da tiempo a aplaudirle brevemente y se va, parece que a preparar los bises, pero no: se va del todo. Nos quedamos sin ‘Como yo te amo’, único punto negro de la noche.

Salimos agotados y sorprendidos tras un clímax de dos horas y media. Hemos saldado la deuda con la leyenda y, lo mejor de todo, ha sobrepasado todas nuestras expectativas. Aún queda fiesta (Baixada de l’Àliga y esas desaforadas tradiciones), pero a mí el subidón raphaeliano me dura hasta bien entrada la madrugada: no negaré que entré en casa desenroscando bombillas.

V the Wanderer

PS: Esta crónica se iba a titular ‘La Pasión según Raphael’, pero veo que Alsedo ya lo hizo antes. Coincido, además, con casi todo lo que dice, que es tan verdad ahora como cuando fue escrito.