Me atrae el concepto de un ser que no está viviendo su vida, sino la de otro (ya sea real o inventada). Me refiero a personas –o personajes- cuyas mañanas, tardes y noches son falsas. Entes cuya existencia es una mentira. Se me ocurren algunos ejemplos. Uno de mis favoritos aparece en ‘The Simpsons’. Es el de Armin Tamzarian haciéndose pasar por Seymour Skinner –madre incluida- durante décadas. También existen infinidad de casos reales. Uno de los reyes de la falacia es Frédéric Bourdin, un francés que llegó a suplantar varias identidades, llegando a hacer creer a unos padres que él era su hijo que había desaparecido pese a tener diez años más y los ojos de diferente color. Si quieren saber más sobre Bourdin, no deben perderse el documental ‘El impostor’. Otra vida para no dormir fue la de Juan Pujol o ‘Garbo’, el espía y agente doble que tanto trabajó durante la Segunda Guerra Mundial (y ya que estamos con recomendaciones, no puedo obviar el excelente retrato ‘Garbo, el espía’).

Una de las historias más fascinantes es la protagonizada por el japonés Mamoru Samuragochi, también conocido como el ‘Beethoven japonés’. Durante más de dos décadas, Samuragochi ganó fama –y bastante dinero- como compositor. Su vida era de película. Nació en Hiroshima en 1963, y era hijo de hibakushas (personas que sufrieron la radiación de la bomba atómica de 1945). De joven sufrió severas migrañas, tenía frecuentes problemas de salud, utilizaba un bastón para caminar pese a su juventud y de adolescente empezó a sufrir problemas de audición, quedándose totalmente sordo a partir de los treinta años (de ahí el sobrenombre de Beethoven). Pero Samuragochi, como en las películas que triunfan en los Oscars, supo sobreponerse a todo ello, encarnando en cierto modo el ideal americano: pese a todas las dificultades pudo cumplir su sueño, que no era otro que ser compositor de música.

La obra maestra de nuestro protagonista fue la ‘Sinfonía nº 1 de Hiroshima’, un homenaje a las víctimas de las bombas de la Segunda Guerra Mundial en su ciudad de la cual llegó a vender casi 200.000 copias. Lo cierto es que Samuragochi no fue especialmente prolífico. Su otro gran éxito es ‘Sonatina for Violin’. Más allá de eso, su currículum lo completan algunas obras menores y poco reconocidas, una banda sonora para el film ‘Cosmos’ y otras dos composiciones para videojuegos, ‘Onimusha: Warlords’ y ‘Resident Evil: Dual Shock‘ (que, como ya explicamos aquí, está considerada como una de las peores bandas sonoras de la historia de los videojuegos).

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Samuragochi, pidiendo perdón, en una clásica estampa japonesa

La crónica de los hechos es asombrosa, pero lo mejor estaba por llegar. En febrero de 2014 apareció en escena Takashi Niigaki, compositor y profesor de escuela, quien aseguró en una rueda de prensa que él había escrito todas las obras de Samuragochi. Sin pudor, reconoció que había ejercido durante dos décadas de ‘negro’ (o como dicen los ingleses, de ghostwriter) y que había decidido revelar la verdad por dos motivos: consideraba que Samuragochi no le pagaba el dinero que se merecía por su anónimo trabajo y le parecía una vergüenza para la nación que el ídolo y estrella de patinaje Daisuke Takahashi fuera a participar en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi de 2014 bajo los acordes de ‘Sonatina for Violin’, agrandando la mentira que ya cargaba a cuestas la susodicha obra.

Y llegamos al summum de la farsa. Niigaki también aseguró que Samuragochi no era sordo, que había recuperado una parte de la audición y que habían mantenido conversaciones orales sin ningún tipo de complicación. Y, por si todo esto no fuera demasiado, acusó a Samuragochi de no tener ni idea de composición musical y de no saber colocar ni una corchea en un pentagrama. No era la primera vez que Samuragochi despertaba sospechas. De hecho, un periodista ya escribió un reportaje (vetado en algunos medios) en el que aseguró que después de entrevistar a Samuragochi le dio la sensación de que éste no sufría de sordera (ojo a la situación cómica y a la capacidad actoral de Samuragochi, ya que según explicó el reportero, durante la conversación entre ambos llamaron al timbre y el impostor se levantó a abrir la puerta con total normalidad).

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Takashi Niigaki, anteriormente conocido como ‘el negro de Samuragochi’

Un mes después de las acusaciones y ante la presión popular, Samuragochi concedió una multitudinaria rueda de prensa en la que reconoció la mayor parte de sus acusaciones (de hecho, devolvió el certificado de discapacidad, ya que su sordera no era suficiente para acreditar la posesión de dicho documento) y exponerse ante todo el país como lo que era: un farsante de los pies a la cabeza que se había beneficiado del trabajo de un pobre desdichado. El castigo estuvo a la altura de las circunstancias: su discográfica eliminó todos sus discos del mercado y la ciudad de Hiroshima le retiró el reconocimiento como Ciudadano de Honor que había obtenido en 2008. Y por encima de todo, Samuragochi vivirá siempre con la vergüenza por bandera, señalado de por vida, amarrado a una mentira de la que ya jamás podrá liberarse.

Existe un tercer personaje en este sainete digno de ser mencionado: Miku Obuko. Se trata de una violinista adolescente con mucho talento pese a tocar con una prótesis de brazo. Samuragochi decidió dedicarle ‘su’ obra ‘Sonatina for Violin’ ya que ella también era un ejemplo de superación, una muestra de que el amor por la música podía derribar cualquier muro. Cuando Obuko descubrió la verdadera historia del impostor cogió tal depresión que juró que no volvería a tocar nunca más su violín. Y así fue, hasta que unos meses después apareció en un programa de televisión tocando un dueto. Su acompañante era, ni más ni menos, que Takashi ‘el negro’ Niigaki. Ambos parecían felices bajo el sonido de sus violines, viviendo unas vidas que, mejores o peores, eran las que les correspondían.

Tres canciones, 280. La elección de Withor

MAMORU SAMURAGOCHI (EN REALIDAD, TAKASHI NIIGAKI) – ‘REQUIEM HIROSHIMA’

@adriwithor