Lo mío con la tele es de resortes emocionales, de activaciones nerviosas. Hoy, con la abundancia de emisoras en la TDT, ha perdido fuelle el surgimiento de una nueva cadena, pero antes era una liturgia presidida por la incertidumbre y la inquietud de esos previos, ese cosquilleo ante lo desconocido cuando se leía en los créditos, rudimentarios casi siempre, eso de ‘emisión en pruebas’. El advenimiento de nuevos contenidos catódicos, más si te empantanabas en horas y horas de aburrimiento, era toda una ceremonia. En ese magma sentimental, el Plus, ubicado en España por un consenso tácito en el dial 7, era un canal sostenido, inquietante, guadianesco y obligatoriamente frustrante cuando se codificaba. Había que consumirlo en minidosis y a lo mejor por eso se disfrutaba más.

Quizás por contraste, por los aires franceses, por la sobriedad en la imagen corporativa, la cadena consiguió un status de modernidad y elegancia. Me gustaba, en suma, que fuera un lugar aposentado en unos pocos pero firmes pilares, como algunas convicciones del hombre cabal: el fútbol, el cine y los toros. Poco más hacía falta, aunque esa tríada tan española fuera un contrapeso un poco carpetovetónico a una supuesta vanguardia. Algunos universos se quedaron para siempre. El ‘abónense’, casi como soflama política, fue algo genuino de ese canal. Las previas de fútbol (la música de ‘Desafío total’ se convirtió, a nivel popular, en la música del Plus) también me marcaron: hasta hace poco era escuchar el silbato inicial del árbitro en cualquier retransmisión y prepararme ya para la bajona de la codificación, aunque estuviera viendo un partido tranquilamente en abierto.

escanear0034El día después, uno de los programas clásicos de Canal Plus

El socio de Canal Plus, el plusero con su decodificador y su llave, tenía un rango, una distinción, una exclusividad (era casi tan respetado como disponer de un Sofres, el cacharro que medía la audiencia). Si nos ponemos académicos, habrá que considerar que buena parte de los informativos y programas deportivos actuales beben de aquella realización futbolera y de espacios como ‘El día después’. Si nos ponemos anecdóticos, habrá que recordar aquella época en la que en casa de mis tíos, que no eran abonados, se veía el Plus en abierto y nadie decía nada, como en una suerte de misterioso pirateo involuntario. Si nos ponemos nostálgicos, convendremos en que algo se perdió con aquel ‘semiapagón’ que fue la reconversión a Cuatro, allá por 2005.

No sabía yo que Manolo Sanlúcar, célebre músico de flamenco, había creado la sintonía de Canal Plus, que siempre aparecía acompañada de aquella elipse de colores en movimiento sobre fondo negro. Aquel pellizco de guitarra y su reverb apuntalaron mi construcción de consumidor televisivo. Los ecos y los punteos, estilemas, le daban a la tele un gusto algo elitista o quizás, en el fondo, lo que pasaba era que la privación que venía después nos ponía los dientes largos. Aquellos eran segundos decisivos e ingenuos, momentos azules a los que aguardaba medio país, imbuido de la esperanza de que, por una vez, no aparecieran las rayas y ese cuchicheo como distorsionado que se nos colaba, al fin y al cabo, como historia de la televisión en España.

Tres canciones, 274. La elección de Raúl

MANOLO SANLÚCAR – SINTONÍA CANAL PLUS ESPAÑA