Tres canciones, 252: La elección de Raúl

MIQUEL VILELLA – TOTS ELS SERMONS

Miquel Vilella ha grabado su disco encerrado en su casa, con vistas majestuosas a la Prioral de Reus. Allí ha tocado, ha arreglado y ha producido, casi solo, las canciones compuestas durante un verano pegajoso en el barrio de Williamsburg, en Nueva York, donde fue a escribir una novela (ahora ya por fin la ha terminado) pero acabó, dominado por sus nuevos personajes, componiendo un disco bilingüe, necesario, duro y complejo, con el que no quería tocar en directo (ahora ya está dando algunos conciertos). Él dice que apenas se traspira ese viaje transoceánico en las canciones. Da igual Estados Unidos, Castellvell del Camp, Madrid, Londres, el barrio de Gràcia o La Mussara, lugares de su mapa vital.

El resultado es ‘Després del món / Farewell, Dear Towermen’, un álbum por partida doble: 14 canciones en catalán con sus respectivas adaptaciones al inglés (la crítica se ha rendido al artefacto, pero eso es otra historia). Echarle un tiento no es fácil. La cosa es densa, barroca, sangrante, tumultuosa y lejana por momentos. Ni entra a la primera ni se consume a sorbos. Incluso a ratos, entre juegos de voces, coros y arreglos, se puede escuchar el rastro de su formación musical: tocó salmos y aleluyas de los 10 a los 18 años en la iglesia de la Puríssima Sang, en Reus.

¿Qué le queda de aquellas sesiones de chaval tocando el armónium?, le pregunto. Contesta: «Forma parte de mi bagaje. El ofertorio tiene la función de dignificar la ofrenda. La gente se levanta, es el enaltecimiento. La liturgia tiene un arco narrativo que pretende exponer a los fieles a un recorrido interior de quiénes son ellos, y ponerlos en perspectiva. Eso me apasiona. La relación contigo mismo, desnudo. Eso lo aprendí allí». Y sigue: «Lo que me importaba era ver cómo cree la gente mayor, que se ha quedado sola, sin prejuicios. Su individualidad se diluye».

Pese a esa espiritualidad del disco, ni el folk ni el pop ni el rock andan lejos. Le vi el otro día en el pub Pilée con un formato contundente: viene arropado con maneras clásicas (guitarras, bajo y batería) por la banda Göttemberg (efervescentes e hiperactivos, se apuntan a un bombardeo) y toda su rugosidad, que quizás descarga de solemnidad ese pop de altos vuelos, ornamental a veces. Aquí, en este vídeo, se les puede ver ensayando esos conciertos en La Cocina de Zarppa. Allí los temas de Vilella, nacidos en Brooklyn (y viajando, viva el contraste y la globalización, a la parte de atrás del barrio de La Floresta), se vuelven sólo un poco más terrenales pero no pierden el misterio, los aires a letanías, los dejes bíblicos filtrándose.