En 1996 empecé a ir al cine con frecuencia. He aquí una selección de las películas más cutres que vi ese año

A petición de los compañeros Muñoz y Canovaca, mi segunda colaboración en La Inercia es una recopilación de lo peor que vi en una sala de cine durante mis años mozos. Se trata de una empresa algo complicada, pues mi memoria es corta y la porquería visual consumida inmensa. Además, debo admitir que siempre he tenido cierta predilección por lo cutre y casposo, con lo que durante los últimos 20 años debo de haber visto centenares de filmes apestosos y la elección de cinco es delicada. En consecuencia, para empezar, repasaremos algunos títulos de 1996, el año en que empecé a ir al cine con regularidad. Si la cosa funciona, habrá más artículos de tiempos posteriores. Mierda la hubo a montones, después de todo.

Tengo que decir, por otra parte, que la mayoría de los títulos que voy a rescatar de mis recuerdos los descubrí en un cine que, por desgracia, desapareció recientemente: el Palace de Reus, el templo de lo cochambroso. Una vez derribado, se prevé la construcción de un gigante geriátrico. Irónico.

Todo empezó durante la primavera. Me sentía un malote, aunque de vez en cuando y a escondidas escuchara baladas de los Scorpions. También me gustaba saltarme las clases de matemáticas, especialmente si se hablaba de trigonometría. En verano, el Palace se convirtió en una especie de refugio. Aire acondicionado, palomitas baratas y aparcamiento para motos justo en la entrada. El sueño de un imberbe.

.

‘Tren nocturno a Venecia’ (Carlo U. Quintero, 1993)

El primer truño de mi lista lo vi una tarde de julio, en una sala casi vacía. No era para menos. Fue una pesadilla, estrenada tres años más tarde de que se perpetrara. Hugh Grant es una de mis debilidades. Es un mal actor, lo sé, y precisamente por eso me gusta. Bueno, por su nulo talento ante la cámara y por su mítico episodio con la meretriz de ébano en un coche. Nunca logré entender que una de las caras bonitas de los 90, estrella de la comedia romántica, aceptara participar en semejante hez, la que nos ocupa. Se supone que es una historia de misterio y suspense, en la que nuestro héroe viaja en el tren del título ocultando unos papeles acerca del resurgimiento del movimiento nazi en Europa. No tiene ningún sentido, el montaje es caótico, sin continuidad alguna, y los diálogos son ridículos aunque pretendidamente profundos. Por cierto, por ahí haciendo de villano está Malcolm McDowell, uno de los intérpretes que peor ha enfocado su carrera. Tiene momentos de calidad cercana a las escenas entre coitos de las pelis porno.

.

‘La familia Stupid’ (John Landis, 1996)

Landis es un tipo al que debemos un respeto por haber firmado un buen filme de terror como ‘Un hombre lobo americano en Londres’ (1981). Sin embargo, ha sido capaz de perpetrar productos infectos. ‘La familia Stupid’ es, en conjunto, uno de ellos. Eso sí, es tan mala que llega a ser buena. Hilarante, sin sentido y torpe, hasta cuenta con la participación de un autoparódico Christopher Lee antes de su resurrección artística como Saruman. La crítica la castigó con dureza (su protagonista, Tom Arnold, se llevó un Razzie) y aunque nunca he tenido los huevos para volverla a ver creo recordar que tenía sus momentos que de tan estúpidos alguna que otra sonrisa me provocaron. Sigue almacenada en mi disco duro, por otra parte, porque fui a verla con una chica que en esa época me traía loco. Visto desde la distancia, creo que no fue mi mejor elección para seducirla, lo de llevarla a ver semejante cosa.

.

‘El sustituto’ (Robert Mandel, 1996)

Me acuerdo de ésta por su tono facha. Es un subproducto de acción mamporrera a mayor gloria del siempre cutre Tom Berenger. Atención al argumento. El tipo es un marine retirado que visita a una amiga suya, profesora de instituto. La pobre trabaja en un centro controlado por una banda que trafica con armas, con lo que el tito Tom llega para reinstaurar la paz… a base de ostias. Los chavales quinquis son de risa, a pesar de que lo mejor es que Berenger (cicatriz en la jeta incluida) termina haciéndose pasar por docente para ajusticiar a los malvados. Atención a un joven Marc Anthony en el reparto, con un desastroso chándal de atuendo. Igual merece la pena verla solamente por las leches que se lleva el ex de JLo. Nunca podré olvidar lo que un chico le dijo a su novia al salir. “Tá tó guapa, la peli”, afirmó. Quién sabe, igual ha llegado a concejal.

..

‘Tú asesina que nosotras limpiamos la sangre’ (Red Braddock, 1996)

 

Acudí a verla con ganas, dado que era un filme con el supuesto sello de Tarantino. Y me timaron. Cuesta tragarse que Quentin aprobara que su nombre se enlazara a este telefilme estúpido, zafio y sin ritmo. Cuenta la leyenda que el director vio un corto y que la historia le gustó tanto que se propuso convertirla en un largo. Puede que por esa misma razón se haga larga, larguísima, a pesar de que no llegue a la hora y media. Angela Jones (la Esmeralda Villalobos de ‘Pulp Fiction’) es una chica un pelín rarita a la que le pone la sangre, mira tú. En uno de sus trabajos va a coincidir con un guaperas que resulta ser un psicópata al que da vida William Baldwin, el único que yo sepa que no ha acabado siendo un gordo. Los dos andan perdidos por todo el metraje, soltando diálogos picarones sin gracia. Y bravo, bravísimo para el pájaro que tradujo el ‘Curdled’ original al título con el que el filme se estrenó aquí. La palma, eso sí, es para el lumbreras que tradujo ‘Cops and Robbersons’ (Michael Ritchie, 1994) por ‘Ese poli es un panoli’. Cárcel ya para él. ¿Lo mejor? El comentario de un espectador a una acomodadora al salir. “Para que me devuelvan el dinero voy directamente a taquilla?”.

.

‘La isla del doctor Moreau’ (John Frankenheimer, 1996)

Ver hoy esta película (por llamarla de algún modo) puede ser una experiencia dolorosa, especialmente si se es mitómano. Fue uno de los últimos papeles del gran Marlo Brando, totalmente desmotivado y pasadísimo de peso. Se pasea por la pantalla con túnicas a lo Homer Simpson cuando engorda para trabajar desde casa y el rostro pintarrajeado de blanco. Lo mejor, sin lugar a dudas, es el papamóvil que usa Brando para hacer sus excursiones por la isla del título, dispuesta como una especie de parque de atracciones del horror. A propósito, se dice que más de una toma se tuvo que repetir porque al bueno de Brandon se le veían las pelotas bajo las túnicas que lucía. Qué triste final para una leyenda.

.

Sí, sé que en esta lista habría podido estar ‘Striptease’, o la versión que Gerardo Vera filmó de ‘La Celestina’, por citar solamente un par de propuestas fallidas. Terminaré desvelando qué método se usaba en mi pandilla para escoger la película con la que íbamos a llenar una hora y media de nuestro tiempo. Cara o cruz. Podía caer una de Van Damme o una de Woody Allen. Tan simple como idiota, supongo. Me pudiese haber ahorrado dinero, tiempo y algunas comedias de la odiosa Sandra Bullock si me hubiera documentado antes de elegir, pero bueno, nadie más que yo sepa puede presumir de haber estado solito en una oscura sala del Palace para gozar de un peliculón como el de las Spice Girls. La taquillera me lo preguntó un par de veces. “¿Una entrada? ¿Sólo una? ¿Vienes solo?”. Pues sí, porque nadie se atrevió a acompañarme.