V: Yo con la infracultura controlo por prescripción médica. Si me soltase, estaría todo el día dándoles la lata con explotations, cine de chinos y refritos turcos. Les metería en non-stop mi carpeta de Tesoros Caspa, que incluye la filmografía completa de Uwe Boll y chusma similar, y les gastaría las 10 horas de Spotify con listas de Lo Puto Peor. Pero como toda adicción contenida, de vez en cuando hay que pegarse el gustazo: en mi caso, me intoxico para todo el año con el Festival de Sitges y la Noche Bizarra.

Raúl: Más te valdría aplicar esa prescripción médica también con tus semejantes para no habernos convertido en lo que somos. En años de universidad, V tenía el doble click muy fácil y aquella carpeta de Tesoros Caspa, un puñetero aleph de trasnochada cloaca audiovisual, hervía a cada visita a su casa. Las tardes de bombardeo, siempre consentido, claro, procastinaban hasta última hora nuestros trabajos de grupo en la carrera. No era difícil enredarse en la insufrible versión del Señor de los Anillos en dibujos animados o la película otomana de Bola de Drac. Ahí ya estaba el germen.

V: Precisamente por esas sesiones nos convalidaron la mili, amigo. Endurecían el espíritu y, con el tiempo, sirven para ir de erudito estrambótico. Llámenlo subcultura, infracultura, trash, serie Z o caspa: estamos hablando de esos productos de videoclub de los 80, de esos musicassettes de gasolinera, de esos videojuegos piratas de otros tiempos con más descaro. Llámenlos como quieran, pero no nieguen su importancia: son una pieza clave de nuestra cultura, marcan los límites de lo aceptable y dicen mucho de sus industrias. Copias de copias, imitaciones italianas o turcas, refritos patrios, explotación de modas. Usted, Raúl y yo nos criamos con eso, en el momento en que la cultura tomaba forma física y los nuevos canales de distribución creaban monstruos a su paso.

Raúl: Películas, canciones o series mucho más allá de la barrera de la infumabilidad. Tan más allá, que la dosis debía calcularse al detalle. En su justa medida, ver ‘Karate a Muerte en Torremolinos’, admirar las melodías del coro de laringectomizados o escuchar al Payo Juan Manuel cantar cómo le zurra a su mujer era la risa, pero pasarse de minutaje podía suponer entrar en una espiral insoportable. Controla tú al mundo bizarro pero que no controle él a ti. Entiendo a V, últimamente aplicado en prodigiosa contención para no excederse en la adquisición de vinilos casposos. Las tiendas de segunda mano y los Cash Converters son la tentación, pero yo he visto a este hombre renunciar a comprar una joya como el disco que grabó el entrenador Lobo Diarte. Bien.

V: La maldita basura se ha llevado a los mejores. Porque no somos los únicos que la adoramos: ahí tienen a Viruete, clásico y referencia siempre en busca de lo estrafalario, de lo «bizarro» (sí, bizarro es sinónimo de valiente, pero aquí se trata de una mala traducción del «bizarre» inglés). Ahí tienen CineCutre o Cinediondo, haciendo apostolado de lo peor que haya parido género alguno. Ahí tienen al Angry Video Game Nerd, repasando los infrajuegos que hundieron su infancia. Ahí tienen las torturas grupales de Trash entre amigos. Es la fascinación inversa, el asombro sincero ante los pozos en los que puede caer la creación.

Raúl: Con estos antecedentes, dejarnos patidifusos es ardua labor. Los años pasan y el palmarés de nuestras Noches Bizarras se jalona de hitos: la Terremoto de Alcorcón, el electro-pop cochino de Putilátex (que para más inri son de Albacete) o haber conocido el año pasado a Julián Lara, el irresponsable de películas como ‘Sevillian Zombies’, que venía a presentar su corto donde Rafael Amargo hace de cazavampiros. Nos hemos inyectado trash en vena con el engendro fílmico ‘Morbus’, un ochentero desfile de chochos y barbas frondosas con guión de ¡Isabel Coixet!. Hace un año no hubo huevos de acabar su visionado en la Sala El Cau. Por si fuera poco, nos hemos curtido algunas noches en el karaoke freak de la Sala Zero.

V: La Noche Bizarra empezó como anécdota, como fiesta informal y desmelenada dentro del Festival Rec de Tarragona, pero ya es mucho más que eso. Viendo la edición de este año, se diría que ha cobrado tal entidad que sobrepasa a su propio festival. Tras más de una década, el estilo y los objetivos están más que definidos, el público sabe lo que quiere y la organización sabe cómo dárselo. Los brillantes montajes que hicieron las veces de introducción e intermedios de esta Noche incluían un narrador con Loquendo, saludos alterados de David Bisbal y una selección de cortes capaces de sorprendernos a nosotros mismos, expertos en vertederos. Los maestros del kung fu tullidos de ‘Crippled Masters’ nos pillaron por sorpresa y ya se han convertido en icono en esta santa casa.

Raúl: Y mira que aquí V también fue el culpable de perpetrar el año pasado una inefable intro con retazos de la peli porno del Potro de Vallecas (con banda sonora de Leonardo Dantés) o Papa Piquillo (la tercera película que protagonizó Chiquito de la Calzada). El listón, que estaba alto, se mantiene. Los responsables le dan la vuelta con gracia a la ausencia de presentador (este año no está Tai-San, el ‘chino’ del karaoke freak) y el público responde con carcajadas y aplausos (pero, ojo, que el aplaudímetro que va a hacer de jurado está cachondamente manipuladísimo). La idea funciona. Empieza a desfilar el material. De Sitges me impactó el jolgorio que se sucede cuando una cabeza sale volando. Un espíritu similar se recrea aquí.

V: Noches bizarras, maratones interminables de zombies en Sitges, reuniones de amigos para tragarse ‘La monja’, ‘Bloodrayne’ y ‘Badi’ del tirón: que cuenten conmigo para todo lo que quieran. A veces me asusto a mí mismo y me deprimo pensando que dedico más tiempo y energías a esta basura que a obras maestras inmortales. Pero luego recuerdo las risas y el entusiasmo de las charlas con Jess, Jose o Andrés, las sesiones pre-Inercia universitarias o estas Noches Bizarras y vuelvo a ser un converso. Y si encima están aderezadas con la actuación de un grupo tan solvente e hipnótico como los Messer Chups, miel sobre hojuelas.

Raúl: El menú es el habitual: sangre, monstruos asesinos, provincianos encuentros cántabros con extraterrestres, en situaciones a caballo entre una visita a Carlos Jesús y un répor flipado de Cuarto Milenio. Gana un corto en el que un hombre con problemas mentales se carga a una legión de bichejos humanoides que surgen del agua. Esa bacanal de destrucción en una playa idílica, el delirio entre el público, da paso a la banda rusa: un batería soviético que habla español, un guitarra salido de American Graffiti y una bajista ‘pin up’ que desboca los más perrunos instintos.

V: Messer Chups llegan con el camino allanado por gore, fantástico, horror barato, comedia involuntaria y algo de desopilante splatstick. Ése es su terreno, su lodazal, en él viven y respiran sus retorcidos ritmos de surf zeta. Una cosa es producir bazofia por ineptitud o falta de medios y la otra es recrearla cuando se tiene talento. Ese homenaje, reivindicación y reconstrucción digna de la infracultura me fascina, y pienso en Robert Rodriguez y su ‘Planet Terror’ o en esta misma banda rusa. Hay que amar mucho la basura para usarla de cimientos, y eso hacen Messer Chups con su festival de gritos, guitarras socarronas, aires canallas, influencias de la cripta y mucha personalidad. Hasta ellos mismos, como ZombieGirl con su extrañísimo atractivo vampírico, parecen moldeados por algún loco director italiano de los 70.

Raúl: Entra la madrugada y sigue sonando la Familia Monster y Twin Peaks, o música de superhéroes y monstruos radioactivos surgidos de pantanos, proyectándose de fondo en la Sala Zero un cajón de sastre con alienígenas, zombies y pechos. Messer Chups, un trío vástago del theremín y la Rusia post-Gorbachov, epatan por la estética retro y una eficiencia impecable. La seriedad y la frialdad siberiana, sólo en apariencia, se contrapesan con el fantástico swing, bailable hasta para una noche de miércoles, bizarro, muy bizarro, nuestro inaplazable abrazo anual a la serie Z. “Ya he perdido la esperanza de hacer cine digno”, dijo el ganador del certamen de cortos, un habitual del evento. Pues nosotros igual: hay basuras a las que no vamos renunciar.

V: Amén.