Alfonso Sánchez y Alberto López, los responsables de la genial El mundo es nuestro, están recorriendo los teatros de la geografía española con Patente de corso, una agridulce (más agri– que –dulce) y magnífica obra que pone sobre el escenario los textos de Arturo Pérez-Reverte.

Patente de corso - cartel

Cuentan los compadres Sánchez y López, más reconocidos por el gran público desde sus apariciones en Ocho apellidos vascos y Allí abajo, que quedaron con Pérez-Reverte y le propusieron que les escribiese un guion teatral, pero que él se negó rotundamente (quizá desenvainando un bastón-espada, con Pérez-Reverte nunca se sabe). Lo que sí que hizo fue darles la patente de corso para llevar sus ídem al teatro.

El resultado es una obra (con guion del propio Alfonso Sánchez y Ana Graciani) que nos cuenta la historia de Mariano (Alberto López), un tipo agobiado y puteado por la vida tras años de hacer las cosas bien que busca la ayuda de Luciano (Alfonso Sánchez), un vividor, un truhan y un cuñadazo del quince que tiene una patente de corso firmada por Fernando VII, para que le enseñe a ser un hijo de puta. No por serlo porque sí, sino para dejar de ser víctima de los hijos de puta que pueblan las calles y, sobre todo, las altas esferas.

Patente de corso - Luciano y Mariano

La estructura se divide en pequeñas escenas, conversaciones entre Mariano y Luciano en la que hablan de nada y de todo, mientras Mariano cada vez se desespera más por no obtener los resultados que espera. Entre pieza y pieza, hay representaciones de artículos de Pérez-Reverte (de sorprendente y triste vigencia aunque muchos pertenezcan a los 90). Algunas son cómicas, o más bien socarronas. Otras, como El último cartucho, son desgarradoras.

El montaje, con guiños a Pulp Fiction o El lobo de Wall Street, tiene además varios momentos de ruptura de la cuarta pared, llegando a hacerse teatro de cerca, teatro entre butacas, interpelaciones al público a escasos centímetros de su cara, lo que resulta muy refrescante. La verdad es que Patente de corso tiene algunos de los mejores momentos que he vivido en teatro, como la puesta en escena del ya citado El último cartucho, o el monólogo sobre la burla y el escarnio público, contado a ras de butaca con apenas la iluminación de un farol de mano.

Tanto Sánchez como López están fantásticos en sus papeles de vividor y de tipo corriente, y es un lujo poder disfrutar de ellos en directo. Los dos adoptan varios registros y personajes en el escenario, y verlos saltar (sobre todo a Sánchez) de uno a otro en cuestión de segundos es espléndido, y una grata sorpresa para los que estamos acostumbrados a verlos en su vertiente más cómica.

Patente de corso - Reverte

Y es que Patente de corso es una montaña rusa de emociones: uno ríe, se indigna, sonríe de medio lado con cinismo, e incluso le llega a asomar la lagrimilla en alguna ocasión. Es una joya teatral que merece todo el público que tenga y más. En serio, si tienen la oportunidad de ir a ver esta perla, no la dejen escapar, porque es fácilmente una de las mejores obras que verán sobre los escenarios.

Patente de corso está en el Teatro Olympia de Valencia hasta el domingo 19 de julio.

@untipoconboina