La historia de la música, como la de las demás artes, está repleta de plagios y copias más o menos descaradas (o quizás son homenajes). No debería extrañarnos, ya que los músicos comparten desde hace siglos las mismas herramientas (instrumentos), técnicas (acordes) y principios básicos (el lenguaje musical). Desde un punto de vista estadístico, que existan canciones muy parecidas entre sí es lógico y natural. Y no hay que olvidar que existen infinidad de grupos que han desarrollado carreras enteras con una decena de acordes. Por lo tanto, puede suceder que escuchemos una canción y pensemos que es una versión cuando en realidad es un plagio (o, quién sabe, quizás es un homenaje).

El universo de los hurtos musicales, como el nuestro propio, es infinito y se expande día a día. Cada año se denuncian cientos de apropiaciones indebidas, aunque es probable que la mayoría pasen inadvertidas (por suerte existen páginas como Similar Rock que las recopilan). Técnicamente, plagiar es inherente a la propia creación musical; comercialmente, es una máquina de generar dinero; éticamente, la acción será más o menos reprobable dependiendo de la intención del que la cometa y de quién la juzgue. Respecto a la dualidad copia/homenaje, es un debate que nunca morirá mientras sigan existiendo obras que inspirándose en otras sean manifiestamente superiores (pienso en el caso paradigmático de ‘Reservoir Dogs’ y ‘City on Fire’).

¿Qué sucede si lo que parecía una versión acaba siendo un plagio? Estas son las cinco posibilidades más frecuentes:

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1. El autor reconoce el plagio (y se inventa alguna excusa)


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El problema no es copiar, sino que te atrapen haciéndolo. Llegado el caso, lo más digno es levantar la mano, reconocer el error y buscar una justificación que suene creíble. Se puede alegar que la intención real era homenajear la obra original (excusa muy gastada pero siempre elegante), que la canción profanada estaba en el insconsciente y surgió de manera natural, puro desconocimiento o un simple olvido. Un ejemplo legendario:

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The Doors – ‘Hello, I love you’ (1968)

The Kinks – ‘All day and all of the night’ (1965)

Las similitudes son tan evidentes que la banda de Jim Morrison y Ray Manzarek acabó reconociendo (tras negarlo en primera instancia) que su ‘Hello, I love you’ era excesivamente parecido al clásico de The Kinks. Aunque el caso estuvo a punto de acabar en los tribunales, se solucionó porque según explica Ray Davies, «Jim Morrison lo admitió, y eso para mí es lo más importante». Bellas palabras, si bien imaginamos que el dinero que The Doors pagó a The Kinks por copiarles también tuvo algo que ver para que la sangre no llegara al río.

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2. El plagio pasa desapercibido (y aquí no ha pasado nada)


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El sueño húmedo de cualquier plagiador y sin duda el best case scenario: copiar y que no suceda absolutamente nada. El número de expolios musicales nunca expiados es inmenso. De entre todos ellos, este es mi favorito:

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Hombres G – ‘Marta tiene un marcapasos’ (1986)

Simon & Garfunkel – ‘At the zoo’ (1968)

Una de las copias más descaradas que jamás se han perpetrado. Siendo así, ¿por qué el plagio no ha sido denunciado? Quiero pensar que Simon & Garfunkel jamás han escuchado ‘Marta tiene un marcapasos’ (aunque imaginarme esa situación me provoca una risa tonta), o que llegaron a un acuerdo de compensación económica que jamás se ha hecho público. En todo caso, esta profanación no se puede justificar de ninguna manera. Ni siquiera la excusa del homenaje parece aquí aceptable.

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3. El autor no reconoce el plagio (y todos acaban ante el juez)


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Es la situación más incómoda para el plagiador: que no acepten las excusas y además ser denunciado por usurpación indebida. Cuando la creación musical cede el protagonismo a las togas, aducir que «era un homenaje» no es la coartada más apropiada. En esta coyuntura, que el plagio sea real o no pasa a un segundo plano: lo verdaderamente importante, como demostró Michael Jackson, es tener a tu lado a los abogados más caros.

Michael Jackson – ‘Will you be there’ (1991)

Al Bano & Romina – ‘I cigni di Balaka’ (1987)

Este episodio debe ser un clásico en las universidades de Derecho (a mí me gusta imaginar que es así). Un musicólogo estimó que entre la melodía de ‘I cigni di Balaka’ y ‘Will you be there’ existían 37 coincidencias sobre 40 posibles (y aún me parecen pocas). Es decir, Michael Jackson perpetró un plagio catedralicio. Pero los abogados del Rey del Pop eran tan buenos que encontraron una canción perdida (‘Bless you’ de The Ink Spots) y convencieron al juez de que tanto ‘Will you be there’ como ‘I cigni di Balaka’ eran copias de este viejo tema que, oh sorpresa, ya no tenía derechos de autor. Escuchad las tres y juzgad vosotros mismos. Es un salvaje atraco a mano armada del amigo Jacko, que todavía se carcajea en su tumba cuando recuerda la decisión del magistrado.

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4. La copia existe, la mala intención no (es decir, hay un plagio accidental)


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Insistimos: por pura estadística, que haya canciones similares entre sí es algo que entra dentro de la lógica de los números. La música es matemática pura y dura y se basa en relaciones numéricas, así que es probable que existan plagios nacidos de la casualidad, sin ninguna mala intención. Un ejemplo:

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Creedence Clearwater Revival – ‘Travelin’ Band’ (1970)

Little Richard – ‘Long tall Sally’ (1956)

El líder de la Creedence Clearwater Revival, el gran John Fogerty, no tuvo problemas en reconocer que ‘Travelin’ Band’ era excesivamente parecida a ‘Long tall Sally’. Pero también declaró que él nunca tuvo intención de plagiarla y que la canción, simplemente, nació así. Fogerty utilizó la que quizás sea la mejor justificación posible: el plagio accidental, es decir, copiar algo supuestamente de manera inconsciente, sin tener intención real de hacerlo, por accidente. Podemos creer o no al cantante de la Creedence, pero es innegable que este fenómeno tiene una base científica sólida, bajo el hermoso nombre de criptomnesia.

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5. Cuando la víctima del plagio niega haber sido copiado


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Es el caso menos habitual (y el más divertido). Sucede cuando alguien señala la existencia de un plagio, y el autor de la canción supuestamente usurpada lo niega rotundamente (ya sea por compañerismo, porque hay un pacto económico bajo mano, o porque considera que no existe nada punible). El siguiente ejemplo es hilarante:

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The Strokes – ‘One way trigger’ (2013)

Maná – ‘El muelle de San Blas’ (1997)

Pagaría por saber qué droga tomaron los Strokes la noche en la que decidieron copiar a Maná (Maná, ¡por Dios!, Maná) para probarla, aunque sea lo último que haga en mi vida o me cause daños psicológicos irreversibles. Los puntos, por favor, sobre las íes:  la melodía de ‘One way trigger’ es la versión pachanguera de la melancólica ‘El muelle de San Blas’, y me da igual que los mexicanos lo nieguen de manera vehemente (poned este vídeo en el 8:17). La única razón que se me ocurre para entender la reacción de Maná es que estos descubriesen que los Strokes no habían plagiado ‘El muelle de San Blas’, sino otra canción anterior y mucho más mítica.

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Y si habéis llegado hasta este punto, os felicito y os recuerdo que podéis leer los anteriores capítulos de (Per)Versiones musicales clicando aquí.