Alguna vez me jacté de saber dónde estaba Antananarivo y de qué era capital. Hasta ubicaba en el mapa a Azerbaiyán y Georgia, o en el trivial de la geografía conocía que Maputo era la capital de Mozambique. Fui ducho en esas lides, pero un síntoma de que el tiempo pasa es flojear ahora por las nuevas fronteras, porque a veces no hay nostalgia más certera que la que traen los cambios sociopolíticos que a uno le descolocan. Es como seguir llamando a la Rambla Nova de Tarragona Conde de Vallellano o continuar creyendo que Murcia está unida con Albacete formando una región biprovincial. En un extremo de la melancolía, uno podía llegar a pensar eso de que ‘todo esto antes era Pangea’ y acabar renegando del progreso, las autopistas, los nacionalismos y los tratados de anexión o división que nos desordenan nuestro pasado académico. Ya no recuerdo con precisión tantos datos, generalmente por el festival en la parte occidental de Asia y algún jaleo en África que ha acabado con el nacimiento de nuevos países.

Cada modificación de estas es un torpedo en la línea de flotación de la culturilla general, aunque ninguna tan dramática como aquella que nos dijo que Plutón dejaba de ser planeta (y el Sistema Solar se quedó en inferioridad numérica, de nueve a ocho). Lo que muchos no saben es que ahora Plutón sigue peleando por volver a la División de Honor: en octubre de 2014 superó un primer ‘round’ (un debate y una votación) para ser considerado planeta de nuevo (y para colmo, estados como Nuevo México siguieron manteniéndole el status de toda la vida porque se oponían a considerarlo ‘enano’). Así que estos vaivenes de la ciencia (ya no digamos los de la lengua, que eso es otro tema) acaban por desestabilizar un sistema educativo ya ahogado entre la Logse, la Lopeg, la Loce, la Loe o la Lomce.

pangea

La geopolítica internacional, en su ánimo de ir troceando, viene de vivir un nuevo hito que amenaza con intoxicar los libros de texto: acaba de nacer el Moianès, la comarca número 42 de Catalunya, una congregación de diez municipios que hasta ahora pertenecían a Bages, Osona y Vallès Oriental, fructificando así los anhelos para darle rango administrativo a un rincón geográfico delimitado por un altiplano. En tiempos en los que hasta Cartagena tiene ínfulas secesionistas, este sentimiento comarcal en el centro de Catalunya se nos ha pasado desapercibido (referéndum incluido) hasta que el Parlament aprobó hace unos días la formación de esta región.

Yo nunca me aprendí las comarcas catalanas ni sus capitales, un proceso que sólo se puede hacer de niño, en el colegio. Más tarde es imposible e inútil, así que no tiene sentido que ahora aprendamos que la capital del Moianès es Moià ni que Yuba es la de Sudán del Sur, estado nacido en 2011. Cosas así, inservibles en el día a día, tienen que quedarse grabadas de chaval, forjándose una sabiduría accesoria de la que luego se puede uno, darwinianamente, ir despojando con tranquilidad para dar cabida a aptitudes prácticas, de supervivencia. Por eso, la geografía (que no es más que un juego de mesa o un concurso de televisión) es igual que la inteligencia emocional: la que no se aprende de pequeño se pierde, y si luego el mapamundi y el follón político nos someten a demasiado trasiego la involución sin retorno está asegurada y acabaremos perdidos de conservadurismo, fuera de órbita, desubicados, con morriña del Imperio Austrohúngaro.

Tres canciones, 270. La elección de Raúl

LA BUENA VIDA – VIAJE POR PAÍSES PEQUEÑOS