Qué poético es a veces el autocompletar de Google: me pongo a buscar a Ray Scully y el motor añade «the voice of Ireland«. A mí, que me abruma lo de representar a alguien que no sea yo mismo (y muchas veces ni a eso me atrevo), me parece una exageración cargar a este cantautor con todo un país en las espaldas. Aunque también es bonito y encaja en la narrativa de una Irlanda que ha sabido integrar el folk en su sonido sin necesidad de ser folklorista, que no necesita reivindicar patria alguna para seguir sonando como ella misma y que no tiene miedos puristas a dejar que las músicas evolucionen. No es que Ray Scully tenga que ser la mejor Voz de Irlanda sino que vale como estupendo representante de lo que hace grande a (la música de) ese país, de sus buskers dejándose las emociones en las calles y de sus pubs con una guitarra siempre en el centro. Oye, pues sí, Google, Scully me vale como la Voz de Irlanda.

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Luego cometo la estupidez de seguir algún enlace, en esos afanes enciclopedistas que nos ha traído la sociedad del conocimiento universal y accesible, y veo que no era un título meritorio: es que el amigo Scully compitió en nosequé edición de ese concurso que ha plagado las teles de medio planeta, haciendo daño en los países que podían ser dañados. Ray Scully compitió en La Voz, sí, llamado The Voice of Ireland en las tierras de Thin Lizzy, y tuvo la buena suerte de no ganar. Llegados aquí hay que recurrir al trillado lamento de que qué suerte tienen allí, que la música de talent show prime time es de acústica, voz y sentimiento, mientras que aquí tal y cual, pero no le vayamos a dar demasiada coba. Jamás he visto La Voz ni nadie me ha obligado a verla; a lo mejor en ella está sonando el nuevo Nacho Vegas o Robe Iniesta, vete tú a saber. El caso es que Scully concursó allí, debutando con una poderosísima versión de James Brown y destacando con otra muy emocional de Massive Attack (toma ya), y aunque no ganó fue finalista y parece que gustó mucho entre sus compatriotas.

La parte que da envidia de verdad es la cotidiana, la del otro lado de las teles. La de que Scully, lejos de hacer las rondas de triunfito, toca modestos bolos gratuitos en pubs del Temple Bar de Dublín, esa especie de oasis musical donde cualquier músico callejero suena a intérprete de sesión (y seguramente sea intérprete de sesión). El paraíso de los buskers, una figura que de tan romántica me hace recurrir a esos tópicos de «auténtico», «amor al arte», «artista de verdad» y nosecuántas mierdas más. Los buskers (especialmente los anglosajones, especialmente los irlandeses) son la sangre de la música, el último bastión del folk-rock de emoción sin adulterar, cruda y desgarrada. Yo no soy músico frustrado, soy busker frustrado.

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En uno de esos bolos descubrí esta semana a Scully, en el Auld Dub, tocando viejos éxitos de Johnny Cash o Bob Marley, agradeciendo con gesto tímido cada vez que alguien cogía una de sus tarjetas de presentación y agarrándose a su guitarra como única salvación en el naufragio de la perra vida. Eso es lo que da envidia: poder salir a dar una vuelta, calzarse un par de pintas de Guinness y escuchar música de primera, con proyección pero sin ínfulas, con pasión y sin pose. Lo que da envidia de Irlanda no es su tele, no es su Voz, sino sus calles y sus voces, de las que Ray Scully es un perfecto (e involuntario) representante. Cheers, Ray.

Tres canciones, 269. La elección de V

RAY SCULLY – COMING HOME

Confieso que uno de mis objetivos al visitar Irlanda era no sólo conocer su escena musical cotidiana sino descubrir un autor cuya música me acompañara al volver a casa. Qué alegría, entonces, haber coincidido con Scully y que entre versión y versión se tocara una de las suyas, esta estupenda ‘Coming Home’ que prueba que además de buen intérprete es buen compositor. Qué alegría también ver en su tarjeta que anda estrenando disco, ‘Let’s Blow This Town Tonight’, y que lo tiene en Spotify enterito, para que no nos haga falta viajar al Temple Bar ni ver la tele irlandesa para descubrir voces de bien.

@VtheWanderer