Prefiero disfrutar mis gustos en la intimidad y no dejarme llevar por el fan apologeta que todos llevamos dentro, pero a veces me siento responsable de defender esos hallazgos que me sorprende y que nadie parece querer mirar. Hay causas fan, con su bandera de «mírate esto», en las que me acabo dejando enredar. Es el caso de The Grey, cinta tan fácil de menospreciar como de nombrar la mejor de su año.

La vi un poco por echar el rato, en esas sesiones de aterrizaje mental que nos cascamos aquí lo mismo a base de tortas de Statham que de delirios de Jodorowsky. No esperábamos más que una buena cinta de acción, intensa, con un Liam Neeson vigoroso, clínico, implacable. Un Taken contra lobos, que era lo que anunciaban el normalito trailer y el genérico título en castellano, Infierno blanco. Ojo, que tampoco hubiera sido una nadería.

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Pero va The Grey y arranca con una especie de poema visual, una pieza de tono que te pilla por sorpresa y te sumerge en el vacío existencialista de un guerrero, un protector, que ya no quiere seguir viviendo, guerreando, protegiendo. El luchador que cuelga las armas; o mejor, que se las lleva a la boca en medio de la nieve, la noche, la soledad. Y cae tempranero un poema que Neeson recita con contundencia: «once more into the fray, into the last good fight I’ll ever know, live and die on this day… live and die on this day…«. Me da por pensar que estamos ante un Terrence Malick malvado, oscuro, que vuelve del corazón de las tinieblas para ponerse a hablar de la desazón convertida en paisaje físico. Y, para colmo, menos pedante y moroso que el Malick de ahora. Pero no puede ser. Esto es «Taken vs. lobos, la película», así que debe de tratarse de un error.

Llega la primera víctima de una película que presumo con un body count generoso, pero su muerte no es una concesión al género sino un momento de terrible y descarnada verdad. Neeson acompaña a un tipo en sus últimos estertores, sin heroicidades, sin intentos de salvación, sin falsos frenesís que aceleren el ritmo. Le ayuda a morir. Es un momento honesto, con un conjunto de tipos duros (ex-presidiarios, borrachos, lo peor de cada casa) ateridos de frío y de miedo.

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El relato entra en faena y dedica un buen tiempo a seguir el sota-caballo-rey del género, con el grupo mermándose víctima a víctima, con tensiones internas (no falta el rebelde) y unos lobos acechantes que cada vez tienen más de monstruo. Está resuelto de forma gozosa, sí, pero me digo que ya está, que aquí está «Lobos asesinos», que se acabó el intimismo. Es, a todas luces, una película adscrita a sus géneros (terror, supervivencia, acción).

Pero entonces pasa algo. El rebelde baja humos con un buen susto y reconoce su miedo. Se acaba la tensión en el grupo, se acabó el «homo homini lupus» facilón que sobrevolaba el relato desde sus primeros compases. Los presuntos tipos duros se unen, poco a poco, con una amistad como no veía desde Rome. Las dos películas que venían cruzándose (el drama intimista y la cinta de acción) se suman y forman una sola: la historia de un grupo de hombres descubiertos por el peligro, unidos, protegiéndose unos a otros ante la amenaza terrible de lo salvaje. Y, para colmo, guiados por un impasible suicida.

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The Grey hace muchas cosas bien tanto en un registro como en otro y, sobre todo, en la suma de ambos. Es una película de acción bien filmada, con una cámara que acompaña a los personajes y nos obliga a caminar con ellos, sin grandes trucos. Rica en texturas, bien fotografiada, casi un «travelogue» de un infierno al que nadie querría ir. Es intensa pero de ritmo reposado, se detiene a mirar el paisaje, a encerrarnos y atraparnos en él, a agotar cada estertor de muerte. Utiliza a los lobos para elevarlos a figura mítica, para hacer de ellos una representación de esa Naturaleza terrible, poderosa, dolorosamente bella que vemos en gran parte de la tradición literaria americana. No es hostil, no es bucólica: es indiferente. No le importamos, ni vivos ni muertos.

La cinta carga de autenticidad cada muerte, no en su cómo sino en el espacio que abre a la reflexión. Lo inmediato de su final enfrenta a cada hombre a las grandes preguntas, a sus creencias, al nihilismo, al existencialismo más práctico. Se cuestiona la idea de lo viril desde la madurez y la sinceridad: cuando la muerte está en cada cosa que te rodea, no hay sitio para máscaras. Cada uno tiene que aceptar quién es y reconocer su lucha, agarrarse a algo. Podríamos citar aquello de Mallory («porque la montaña está ahí») y llevarlo a la batalla por vivir de Neeson y sus compañeros («porque la vida está ahí»), pero no hace falta, porque la película construye sus propias citas.

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The Grey podría haberse decantado por uno de sus dos carriles. Ser una cinta pedestre, ruda, sin atisbo de mundo interior, sobre un grupo de machos pegándose con lobos. U optar por un ejercicio de intimismo y poesía sobre el hombre puesto de frente contra la naturaleza (uno puede imaginar la película que hubiera salido de dejar a Neeson como único superviviente del accidente). Pero al sumar ambos carriles se arriesga más: usa los géneros como molde para ir más allá, para construir otra cosa.

Las buenas cintas de género mantienen un diálogo con estos, con sus obligaciones y derechos, sus tópicos, con las posibilidades que abren. Los revitalizan y reivindican; renuevan sus votos. Aquí, el cine de supervivencia se convierte en un marco para hablar de la supervivencia, lo salvaje, la vida como lucha. Del único problema filosófico que veía Camus. Se desmonta con humildad a ese suicida obligado a sobrevivir, obligado a luchar para conquistar su propia vida o, más importante, conquistar su muerte.

El gran público la ignoró por ambigua y exigente. Los amantes de la acción y el terror la aborrecerán por pedante y callada (más de uno quiso quemar la sala por culpa de su atípico, pero redondo, final). Los más sibaritas y culturetas la mirarán con desprecio por su fiereza, por su falta de complejos a la hora de seguir estructuras de un cine que no merece su atención.

Por eso, por una vez, toca ponerse la camiseta de fan y reivindicar. Estoy seguro de que The Grey acabará encontrando a su público. A muchos ya nos ha encontrado. El recientemente fallecido Roger Ebert dijo que le dejó tal marca que no pudo ver la película siguiente en un festival. El NY Times la colocó entre las 10 mejores obras de su año y no fueron los únicos. En AintItCool.com pasó por casi todas las listas, y así sigue colándose.

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Será interesante ver cómo va evolucionando el discurso de la crítica en los próximos años, ver dónde acaba ubicándose la cinta si no cae en el olvido. En esta santa casa, si vale de algo, ya la miramos con respeto y hacemos apología brasas a la primera de cambio. Porque The Grey necesita que la saquen de ese infierno gris, esa tierra de nadie donde todos los públicos-modelo escapan a sus virtudes por puro complejo. Necesita encontrar su propio público, y si no lo hay, crearlo. Músculo, poética y resistencia no le faltan. Y si no, ahí estaremos sus fans, una vez más hacia la contienda, hacia la última buena pelea que conoceremos…

V the Wanderer