Si se mete uno en foros, Facebook, Twitter o cualquier antro virtual de modernidad, encontrará el consenso de que toda serie existente es buena y de que cualquier cosa que se pueda numerar por temporada y capítulo es ambrosía de la pura. Esto, amado lector, deseada lectora, no es así. Hay muchas series de mierda: a ojo de buen cubero, el 80% de las que se hacen. Por suerte, aquí está La Inercia para hablarles del otro 20*. (* Mentira. No tenemos criterio, damos por buena mucha basura y a veces lo hacemos de forma consciente).

La elección de V the Wanderer

‘GARTH MARENGHI’S DARKPLACE’

(RICHARD AYOADE, MATTHEW HOLNESS, CHANNEL 4, 2004)

Joan Pons, que sería mi gurú de tele si no odiase los gurús, me dice: «mírate esta serie; no se la recomendaría a casi nadie, pero a ti te va a molar». Enseguida entiendo los motivos: ‘Darkplace’ recupera 6 capítulos de una chabacana serie inédita de los 80, creada por el megalómano escritor de terror Garth Marenghi y su editor (y brillante hombre de negocios) Dean Learner. Sólo que ni Marenghi ni Learner existen y la serie, la ‘Darkplace’ original, tampoco lo hizo nunca. El verdadero meollo está en los ficticios tejemanejes tras las cámaras y en los hinchados egos de los culpables de esta inexistente bazofia. Ficción dentro de la ficción y alrededor de ella: se podría escribir algo súper cultureta ahora mismo, pero esta serie apila capas de narrativa para el descojono y derribo.

Zombies, extraterrestres, fantasmas escoceses, homínidos… El Darkplace es el hospital más saturado de la historia, y eso era antes de los recortes. Menos mal que Rick Dagless (o sea, Garth Marenghi, o sea, Matthew Holness), doctor, experto en ocultismo y total action hero, está ahí para salvar el día. La jugada, además, se remata con un último piso en la torre de metaficción (ríanse del rollo grindhouse) que enamorará a los morros infraculturales más finos: todo el DVD forma parte de la mascarada, con comentarios de los (falsos) creadores, entrevistas extendidas, ¡hasta el videoclip del galán del show metido a cantante ligero!

El mundo no estaba preparado para ‘Darkplace’ en los 80, no lo está ahora y no lo estará jamás. Joan Pons, por el bien de su cordura, no les recomendaría ‘Darkplace’. Nosotros sí lo hacemos: su salud mental no nos importa tanto, tenemos buenos abogados y estamos seguros de que disfrutarán de este repaso al género, el medio y la época, de su refinadísima y cuidada reconstrucción de la basura más descuidada.

La elección de Withor

‘FAWLTY TOWERS’

(JOHN CLEESE, CONNIE BOOTH, BBC, 1975)

Mi primer contacto con ‘Fawlty Towers’ fue a través de ‘El Chino’. Durante dos meses de mi vida, ‘El Chino’ fue mi jefe, mientras yo me dejaba la vida lavando platos en un restaurante pijo en la primera terminal de Heathrow Airport. Al cabo de dos o tres días, ‘El Chino’ empezó a llamarme Manuel. Yo le insistía que me llamaba Adrián. Y él me preguntaba: What do yo say, Manuel?

Parece ser que el personaje que yo ejercía en aquel pasaje de mi vida en Londres (camarero, nivel de inglés bajo, catalán) le recordó, vaya usted a saber por qué, al personaje conocido como Manuel en Fawlty Towers (camarero, nivel de inglés ínfimo, catalán -aunque con cara de inglés-). Y aunque ‘El Chino’ era un poco cabrón, incluso bastante cabrón, siempre le agradeceré que gracias a sus ganas de reírse de mí unos años después me picara la curiosidad y empezase a ver ‘Fawlty Towers’.

Si han visto usted ‘Monty Phyton Flying Circus’, sabrán que tipo de humor pueden esperar de Fawlty Towers. ¿Lo mejor? Sólo son doce capítulos, sin ningún altibajo y de un nivel supremo, y con John Cleese como protagonista de la función. No hará falta, pues, que me ponga a escribir el típico discurso sobre el humor absurdo que acaba siendo superdotado de los Monty Phyton. Y doy por hecho que se podrán imaginar que es uno de los productos audiovisuales con los que más me he reído jamás. Y supondrán ustedes que en mi cabeza hay gags míticos que jamás se olvidarán, como el del ratón que se cuela en la cocina o la metralla de la guerra de Corea que siempre aparece en el momento oportuno. Sólo me queda, pues, recomendársela fervientemente. Y para disfrutarla, por supuesto, no hace falta que hayan trabajado en un restaurante de Londres ni que hayan tenido algún jefe cabroncete que les haya llamado Manuel.

La elección de CanoGarfunkel

‘BOSS’

(FARHAD SAFINIA, STARZ, 2011)

Me produce excesiva pereza la realización de listas con las mejores series del año, básicamente, porque no tienes tiempo ni ganas de verlas todas y casi siempre te olvidas de alguna importante. No me sorprende que los centenares de blogs y páginas dedicadas a series destacaran del pasado 2011 la cuarta temporada de ‘Breaking Bad’ –pendiente la tengo-, el debut magistral de ‘Juego de tronos’, el melodrama de ‘Dowton Abbey’ o la última entrega de ‘Sons of Anarchy’ –otro día hablaré de ella largo y tendido-.  En cambio, me choca que muchos no hayan nombrado a  ‘Boss’ (canal Starz). Pero lo más grave es el olvido completo de la crítica y los premios televisivos hacia una serie que narra con astucia las miserias morales del sistema político estadounidense, con momentos de auténtica angustia, en el sentido positivo de la palabra, y la portentosa actuación de Kelsey Grammer, reinventado en la figura del alcalde Tom Kane (nunca he sido un adicto a ‘Frasier’, así que me acostumbré rápidamente al cambio de registro de Grammer, sin embargo, muchos de sus fans también le siguen alabando).

Un punto positivo de la serie es la duración de la primera temporada, sin alargamientos excesivos por motivos comerciales. Ocho capítulos son suficientes para desarrollar una trama política que pretende derrocar a Kane de su trono y que nos enseña la bajeza moral y social de unos personajes situados en una escala de poder muy bien definida. Ninguno de ellos es capaz de redimirse de sus pecados y cuando tiene la oportunidad de huir, de dejarlo todo, de nuevo, el halo del poder político les corroe. Ni siquiera el propio Grammer esconde una pizca de misericordia hacia su familia, a pesar de tener una hija ex-drogadicta que dedica su servicio a los más desfavorecidos y ser diagnosticado con una enfermedad degenerativa que le provocará la paralización de sus músculos. Es la crueldad de los personajes la que impacta. Es la frialdad de la mujer del alcalde (espléndida contención actoral de Connie Nielsen). Es el poderío sensual y persuasivo de la asesora Kitty O’Neil. Pero sobretodo, es la grandeza de Ezra Stone, el único personaje que entiende las miserias del sistema político y las acata hasta las últimas consecuencias.

En la dirección y estética de los capítulos se nota la mano del productor Gus Van Sant, especialmente en esos primerísimos planos de los ojos, las manos, las orejas o la nariz de los personajes. A veces, pueden resultar cargantes, pero enfatizan con agudeza la situación dramática de cada capítulo. Por último, cabe reseñar la coherencia narrativa de las tramas, sin la creación de ‘cliffhangers’ solo porque hay que pasar a publicidad o debemos enganchar al telespectador para la semana siguiente. De hecho, uno no queda con ganas de ver más, sino impactado por lo sucedido. Además, los giros narrativos son lógicos, algo de agradecer en el panorama televisivo actual.