Últimamente se me respeta entre poco y nada cuando berrea mi móvil; y ya está bien, oye. Empieza a cantar Rita Pavone, entonando encantadora ella ‘Il ballo del mattone’, y gobierna el cachondeo, con el personal circundante choteándose de la canción ligera italiana. Me lo dijo mi padre ya, que aquello no era tonada seria; tampoco yo lo soy, ni mis círculos, oye.

Cambié de terminal y, por tanto, de tono. Dejé uno instrumentalmente cachondo, pegadizo, predefinido por la compañía; y en el vasto surtido de mis archivos de audio, enrevesada elección, aposté por la Pavone, sin saber yo. Aún confío, sin embargo, en que alguien, más allá de mi entorno, identifique el temita cuando el teléfono me suene en el bus y diga: -‘¡Hombre! ¡La canción de ‘Nueve Reinas!’.

Qué más quisiera yo que dignificar las telecomunicaciones de nuestro plúmbeo día a día dejando sonar varios minutos de ‘Paranoid android’ y un conductor de la Empresa Municipal de Transports suspire: ‘Ay…, que los ‘Reidiohead’ no han vuelto hacer nada como el ‘OK Computer’. Ya tendríamos debate en la calle. Qué más quisiera yo que dejar fluir ‘La caja del diablo’, de Los Planetas, y descolgar únicamente allá por el minuto 7. O, puestos a evangelizar, incluir a Ravel y su bolero en mi Vodafone y, hala, que sus 13 minutazos de música clásica aleccionen al vulgo. Pero no, no es cuestión, oye.

‘¿Ustedes se acuerdan, por casualidad, de una canción de Rita Pavone?

Elegir sintonía de móvil no es cuestión baladí. Debe tener gancho a la primera; un, dos y en tres segundos te la juegas: la gloria o el fracaso, el elogio o el desprecio, el oro o el fango. Pensé primero en ‘Judy is a punk’, de Los Ramones: guitarras sucias y sonido reconocible, pero plana y capaz de reducirnos a una tribu urbana. No queremos eso, ¿verdad?. Así que seguí buscando.

Hubo más finalistas, fruto de un garbeo descuidado y aleatorio por el disco duro: ‘Smile’, de New Limit, demasiado fiestera, ‘Tatuados’, de Loquillo, demasiado country, ‘Gran Angular’ y ‘¡Fuerte!’, de Chucho y Surfin’ Bichos, con poderosos redobles de batería iniciales, pero demasiado, todas ellas, faltas de carisma. Fueron días de dudas atormentadas, de vagabundeo espiritual, de buscarme a mí mismo. Un día pensaba en ‘Light my fire’, de The Doors, y el otro en ‘It’s getting better’, de Mama Cass Elliot, y al otro en ‘Anybody seen my baby’, de los Stones. La picha un lío, vamos.

Pero ahí estaba la Pavone, efervescente y clásica, informal y no comprometedora con nada. Le sigo dando una oportunidad, pese a todo, porque cuando suena aún puedo ver a Ricardo Darín (o Marcos) y Gastón Pauls (o Juan, o Sebastián) liándola por Buenos Aires, estafando a porteños.

Decir que el tono del móvil nos define es decir bien poco. A mí, que difícilmente me delaten la ropa o el pelo (no de forma consciente, al menos), se me hace necesario pincelar mi personalidad, dignificarme a través del politono de marras cual prepúber agilipollao en la edad del pavo. Sé que no suena como debiera en términos de calidad y que la música se mercantiliza a través de operadoras, esos demonios capitalistas que comen niños, haciendo caja al compás de las descargas, pero, oye, mejor eso que la ranciedad del Beyond Samsung o la asepsia enlatada del señor Nokia.

Ni me obsesiona, ni le doy más importancia al tema que a un corte de pelo, pero lo tengo en cuenta, y me fijo en las melodías de los que comparten conmigo secuencias del espacio-tiempo. A grandes rasgos: sí a las intros de dibujos animados, no a los himnos futboleros y no (y cuando digo no quiero decir que no) al 7777 de Telecinco y sucedáneos. Barajé también la ‘Canción del Mariachi’, de Antonio Banderas. Recuerdo que a V le sonó muchos años y me hacía gracia la parodia de la ranchera y el tipo rudo, mujeriego y macho alfa que desayuna tequila.

Antonio Banderas y Los Lobos en ‘Canción del mariachi’

Finalmente, me la asigné como sintonía del despertador. Mis madrugones a las diez de la mañana comienzan con esa letra de ‘Soy un hombre muy honrado, que me gusta lo mejor. Las mujeres no me faltan ni el dinero ni el amor, jineteando en mi caballo, por la sierra yo me voy’, y oye, uno ve el día de otra manera. O puede que pase lo contrario, que por el pavloviano y perruno condicionamiento, me ocurra como al drugo Alex Delarge y mi cabecita acabe asociando la canción con el malestar consustancial a todo despertar. Uno corre el peligro de acabar odiándola.

Algo así me pasó con ‘Losing my religion’, que en 2004 nos amenizaba las mañanas desde el teléfono de V en el Camino de Santiago. Era escuchar a Michael Stipe a las seis de la mañana y pensar en cómo estaban esas ampollas, en si llovía, en si la cochina tendinitis remitía o en el kilometral a pata que nos deparaba el día castellano. Ermitaño de mí, yo no tenía móvil entonces y aún buscaba cabinas por los recodos del camino para llamar a casa. Así que hay tonos que ya forman parte de mi educación músico-telefónica y que pueden activarme cualquier resorte si los escucho hoy en día.

Cito sólo a dos: la Zarzamora, de Lola Flores, sodomizada en la voz de Carmen de Mairena, que alimentó el teléfono de Withor algún tiempo; y el piano de ‘Dry Martini S. A.’, de Nacho Vegas, ocupando el móvil de V. Las dos habitan corteza cerebral, recordándome porciones de pasado. Supongo que uno es también la música que lleva en su móvil; o le marca de algún modo, acotando épocas, de la manera en que lo hace la vida útil de unas zapatillas o unos tejanos; o colocando puntos y apartes, del modo en que actúa un cambio de look. Ahora busco melodía para los mensajes recibidos. Entre el ‘Chronologie’ de Jean Michel Jarre y el track 4 del Metal Machine Music va a estar la cosa. Mientras, pido de nuevo el apoyo de las instituciones, los lobbys de poder y los demócratas en general a Rita Pavone, oye.

raúl