Ha publicado más libros y artículos académicos de los que podríamos nombrar aquí. Es uno de los historiadores de cine y medios de comunicación de más renombre. Fue investigador en el MIT y profesor el University of Southern California. Ha escrito un buen puñado de guiones, llevados a la pantalla por firmas como Vicente Aranda o Antonio Mercero. Es uno de los pioneros en España en investigación sobre cómic o pornografía. Aprovechamos la presencia de Roman Gubern, este inigualable sabio, en el congreso ‘Comunicación y Riesgo’ de la Asociación Española de Investigación en Comunicación, en la URV, para hablar de peligros, fantasmas, miedos, vampiros, sexualidades, el cosmos y lo digital.

¿Qué relación hay entre riesgo y cine?

Parafraseando a Roland Barthes: hay dos niveles de riesgo, uno argumental y otro empresarial. El riesgo, como elemento narrativo, viene del teatro y está relacionado con el suspense, la intriga, la emoción, el peligro… Todo el cine de aventuras y policial lo ha usado como tema narrativo privilegiado desde el principio de la historia del medio. Hay una segunda acepción muy diferente y se refiere al riesgo financiero de hacer una película: toda una aventura también.

El cine también sirve como contenedor o comunicador de riesgos sociales.

André Breton y Louis Aragon tienen un texto precioso en el que afirman que es en ‘Les vampires’ (un serial de 1915), en los misterios de Nueva York que presenta, donde se encuentra la autentica realidad del siglo XX, más allá de la moda y del gusto. Y el siglo XX les dio la razón.

¿Cómo ha sido el siglo XX en la narrativa audiovisual?

Los apocalipsis han sido, y son, un tema recurrente. En 1930 Abel Gance ya hace ‘La fin du monde’, basada en un libro profético de un astrónomo famoso, Camille Flammarion: una de las primeras películas de este tipo realizadas por un director de prestigio cultural. Antes, hubo ‘La guerra de los mundos’ de Orwell. Todo el imaginario del siglo XX está frecuentado por ovnis, el espacio exterior y la ciencia. Y sigue: hace poco vimos ‘Melancholia’, de Lars Von Trier.

¿Qué le pareció?

André Breton dice que la cinefilia es cosa de jóvenes y es verdad… Ahora ya no soy tan cinéfilo como antes, pero Von Trier es uno de los pocos directores que me conmueve y me hace temblar por dentro. Salí perturbado de ‘Antichrist’. Trata un tema fundamental de nuestra identidad humana, la relación con la naturaleza. La forma inquietante en que trata el tema me conmovió. También salí impactado con ‘Melancholia’, que habla de un tema cósmico que nos afecta de verdad: no son los muñecos de Hollywood, marcianos.

La relación con el cosmos.

Las antiguas mitologías ya nos decían que las estrellas de la noche era ojos que nos miraban. El personaje de Argos estaba lleno de ojos que, según la leyenda, nunca cerraba a la vez. Era la vigilancia, que también está en el inicio del Génesis: Adán y Eva se saben observados. Los griegos, y antes los fenicios e incluso los homínidos que los precedieron, seguro que se preguntaban que había más allá del cielo nocturno.

¿Y qué respuestas inventa el cine?

Hay todo un filón de la ciencia ficción que trata sobre el castigo a la ambición expansionista del ser humano, que quiere invadir el cosmos… Películas como ‘La amenaza de Andrómeda’, ‘Alien’… La venganza de la naturaleza, típica de la revolución post-industrial. Cuando Verne hizo ‘Viaje a la Luna’, eso no se imaginaba.

Invadir el cosmos en lugar de comunicarnos con él.

Gombrich tiene un trabajo muy interesante: la NASA le encargó, en los 50, desarrollar un sistema de pictogramas para poder comunicarse con eventuales civilizaciones extraterrestres. Como se suponía que la comunicación lingüística fracasaría, se dio por hecho que la imagen sería más realista, menos convencional que la palabra. Él lo criticó: en la NASA le decían que una flecha, por ejemplo, marcaba la dirección, pero eso es fruto de un invento del Neolítico. Arco y flecha servían para cazar… y si los marcianos no los han tenido ya tenemos un colapso comunicativo. Toda imagen es convencional; una convención, no un duplicado.

¿Hasta qué punto las narrativas audiovisuales se utilizan como herramienta de control social?

La Guerra Fría es un caso modélico. ‘El enigma de otro mundo’, por ejemplo, acaba con un plano impagable de un reportero transmitiendo «¡vigilad el cielo, el enemigo nos acecha!». Tiene otro mensaje: los que son de fiar son los militares y no los científicos. En esta época es cuando cae en desgracia Robert J. Oppenheimer, físico atómico condenado por sospechoso de ser de izquierdas.

Era el cine de la paranoia.

Por mi edad, he mamado todo el cine de la Guerra Fría. Hay una película titulada ‘Red Mars’, ¡más directo no se puede ser! ‘Forbidden Planet’ es otra joya, inspirada en ‘The Tempest’ de Shakespeare. Otra obra maestra es ‘La invasión de los ultracuerpos’, que tiene dos lecturas: algunos críticos la vinculan con la invasión de los soviéticos, con esos personajes sin emociones, robots humanos, pero también hay un crítico italiano que la señala como antimccarthista: lo diferente es peligroso. Veo más pertinente la lectura paranoica de la Guerra Fría, admitiendo que la otra es posible.

El peligro dictado a través del cine.

El pánico político ha sido una cosa incentivada por el cine de Hollywood pero no únicamente por él: también el cine alemán nazi tenía sus fantasmas, del mismo modo que el fascista italiano o el franquista español. Por cierto, en Harvard presenté una ponencia sobre el peligro judío en el cine español: el judío era el otro, el malo. Nadie se había fijado en esta tendencia antisemita en el cine español de posguerra, hasta que Franco es reconocido por la ONU y se acaba.

¿Más miedos?

Al otro, al extraño… Están los serial killers, que te pueden esperar detrás de la puerta con un cuchillo… También está el subtexto del contagio y la epidemia, especialmente con los vampiros o como en una película espléndida, ‘Aullidos’, que hacía énfasis en la cadena, la secta de hombres lobos. Uno muerde a otro y se crea una tribu expansiva que amenaza a la sociedad desde dentro. La amenaza ya no viene de las estrellas, como decíamos antes. Un enemigo interno crea más angustia que uno externo.

El peligro retratado en la ficción, ¿y en la no-ficción?

El cine ha sido un fabricante de fantasmas desde su nacimiento, no únicamente el de ficción: los Lumière, que hacían principalmente documental, ya rodaron un fumadero de opio en China de forma muy angustiosa. La idea del opio está ligada al crimen, la guerra secreta, por lo tanto incluso aquellos documentales muestran el miedo a lo ajeno, a lo que está lejos.

Imágenes que asustan…

El tipo de reacción fisiológica del miedo, la piel, la construcción cardiaca, está emparentada con la reacción fisiológica sexual. Se ha llegado a decir que el interés del público adolescente femenino por el cine de terror es sucedáneo de una estimulación sexual. Con el terror coges la mano del chico que está al lado para protegerte: algo de erotismo hay. Hay muchas películas de terror o eróticas donde ambos elementos intervienen, se mezclan. Como ‘Drácula’. Bram Stoker murió de sífilis: el mordisco que da placer también mata.

En su libro ‘La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas’ habla de ‘Hellraiser’ y otras películas que han hecho salir a la superficie sexualidades que antes estaban ocultas.

Pronto saldrá un libro que he escrito con Luís Gasca, estudioso y coleccionista de cómic de San Sebastián que tiene la colección mas amplia de Europa, titulado ‘Diccionario de erotismo en los cómics’. Él se encarga de las imágenes y yo de los textos. Hay una taxonomía muy extensa: acusticofilia, ecuterismo… no es únicamente el que espía a través de la pared a los vecinos, sino que hay músicas erotómanas, como el Bolero de Ravel… El libro acaba con la zoofilia y entre medio hay 250 capítulos. La sexualidad es muy polimórfica, como decía Freud.

Y la narrativa la representa de algún modo.

Es evidente que hay un vínculo. Como he dicho, ‘Drácula’ es ejemplar: cuando Drácula muerde, penetra con sus caninos fálicos el cuello de la chica, sale la sangre de la desfloración y la chica se vuelve adicta. Cuando el vampiro marcha, retira las cruces y abre las ventanas para que vuelva. Le gusta, le estimula. ‘Drácula’ es una novela criptoerótica, muy ligada a la novela gótica.

¿Y las vampiresas?

En la novela aparecen tres mujeres vampiro y Drácula las espanta. Pero la figura no la inventa Bram Stoker: antes ya estaban Lilith, Eva, Pandora, Elena de Troya… La obra se publica en 1898 y el mismo año un pintor no demasiado conocido, Philip Burne-Jones, pinta un cuadro titulado ‘The Vampire’ en el que se veía a una mujer sentada en una cama junto a un hombre estirado, sangrando. Hollywood ha reelaborado esta figura con la ‘femme fatale’ y el ‘glamour’.

¿Glamour?

La etimología de la palabra es destacable. ‘Glamour’ es una corrupción del inglés ‘grammar’, en el sentido de un saber oculto para poder seducir y embrujar. El primero que usa esta acepción es Sir Walter Scott, en el siglo XIX. Cuando la palabra llega a Hollywood, se ignora su origen. Las raíces de la cultura popular son muy sofisticadas.

El placer tiene un lado oscuro.

El placer no es únicamente ‘eros’ sino también ‘thanatos’. Sufrir en una película es una forma de placer. Un autor francés dice sobre el cine de terror que el público se identifica con los dos personajes, la víctima que es como yo y el monstruo sobre el que se proyectan las pulsiones sádicas. Si éste no actúa, el público se siente estafado.

El terror nos atrae.

Podríamos nombrar, de la actualidad, una película mala pero muy eficaz, que recaudó mucho dinero, ‘The Blair Witch Project’. El film creó una alarma real a través de internet, fingiendo la desaparición de unos estudiantes de cine. La campaña funcionó muy bien.

Es una característica de la ficción del siglo XXI, lo «transmediático».

En las redes sociales es como una luz que se propaga. Un tamtam digital. Cuando uno ve la historia de los medios observa esta tendencia. Leni Riefenstahl rodó ‘El triunfo de la voluntad’, una alabanza a los nazis, porque no había televisión. Si no, la hubiesen hecho ahí. Fue muy criticada pero instauró algo muy común en todas las democracias: filmar los mítines de los partidos políticos. Las democracias lo han hecho suyo y ahora se graban los mítines de Rajoy, ZP y demás, con la perversión de que entran en directo y ya tienen la frase afortunada preparada.

¿Y ahora?

Vamos recuperando formas de comunicación y ahora, en la era de internet, tenemos la comunicación instantánea y horizontal. Para bien o para mal, una mentira y una verdad se propagan a la velocidad de la luz, sin diferencia entre una y otra. Es el árbol del bien y del mal.

¿Acabará el cine online sustituyendo a las salas?

Hace pocos días me llamaron de una empresa que hace estudios de mercado sobre estos temas y me preguntaron por el futuro del cine. Les dije que el cierre de las salas tradicionales es una tendencia inevitable, a un ritmo progresivo, aunque es cierto que las multisalas se defienden con un equilibrio de riesgos. Una cinta taquillera compensa una independiente. Las multisalas son un invento de origen económico. Además, en países como Perú o Méjico es obligatorio que haya permanentemente una película nacional en salas.

¿Qué opina de estos cambios?

Pertenezco a la generación que nació con las salas de cortina de felpa, mármol y espejos. No sé si han cerrado el Grauman’s Chinese Theater, pero creo que aún existe porque es una liturgia. En el cine Coliseum, que es el último que existía de este tipo en Barcelona, ahora hacen teatro. Yo voy a multisalas y a minicines: una pantalla del tamaño de un minicine está bien para ver Eric Rohmer o Woody Allen, pero no para ‘2001’ o ‘Gladiator’.

¿Qué pasará con el negocio?

Lo más importante es la política de las majors, que están nutriendo el consumo de cine doméstico: hace un año firmaron un convenio con Apple y venden las películas, tres meses después de su estreno, más baratas que compradas en el mercado porque no hay soporte físico ni distribución. Las majors mantienen las salas públicas pero alimentan el mercado que las corroe. Hay ingenieros de Hollywood que exploran otras formas de entretenimiento. Muchos de estos experimentos fracasaron, como el odorama: en la primera fila percibían el olor, pero en la fila 20 no. Era incongruente.

¿Y con el 3D?

‘Avatar’ ha sido un éxito extraordinario, pero es una moda como la que tuvimos en los años 50. Comenzó con ‘El diario de la selva’ y se hicieron algunas más en tres dimensiones, con gafas más imperfectas que las de ahora, evidentemente. La película más importante rodada en 3D, ‘Crimen perfecto’ de Hitchcock, se exhibió en 2D. También hay que destacar un agravante: en muchas de las películas actuales el 3D se añade en postproducción, es un 3D falso. La percepción tridimensional, además, está basada en dos factores fisiológicos: uno es la visión binocular, como en este cine, pero otro es el enfoque y éste no se respeta en estas proyecciones. El holograma sí lo hace, pero es mucho más difícil de domesticar.

¿Puede recomendarnos tres bandas sonoras que le gusten?

La de ‘Cantando bajo la lluvia’, ‘Doctor Zhivago’ y ‘Vertigo’.

¿Y tres películas que, en su opinión, definan la última década?

Antes he hablado de Lars Von Trier. ‘Melancholia’ y ‘Antichrist’ son de las películas que más me han conmocionado. Estamos viendo grandes películas iraníes. Hay dos que me han conmovido profundamente: ‘El círculo’ y ‘El espejo’, de Jafar Panahi. Son espléndidas. ‘Deseando amar’, de Wong Kar Wai, también está entre mis favoritas. La he visto muchas veces. Otra que me fascina y veo a menudo es ‘Mulholland Drive’, de David Lynch. Me parece un prodigio de guión, mejor que ‘Inland Empire’, que es más imperfecta técnicamente, o la anterior, ‘Carretera perdida’.

CanoGarfunkel y V the Wanderer

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