Dice Eva que a este blog le falta rock. Quizá. Aquí va una entrada que hará bajar aún más la media: hoy toca hablar de villancicos. ¿Qué pasa? También son música, ¿no? Pues eso.

Suelto una reflexión barata: el villancico es el género más comunista de la música. Todos los conocemos, nos sabemos sus letras, los tarareamos. El villancico no tiene derechos de autor. El villancico no sabe de canto. No exige complicadísimos riffs de guitarra: vale una botella de anís y un tenedor para acompañarlo. Define una época del año y nos anima a querernos todos mucho. La Iglesia dirá lo que quiera, pero el villancico es la voz del pueblo. Todos somos villancico.

Los puristas no tienen cabida entre los villancicófilos: vale lo mismo una sofisticada versión de filarmónica que las tonterías esas rock que usaba antes CocaCola para ir de moderna. Yo llegué a tener, en mi preadolescencia, un cassette titulado «Navidad Total 2»: una colección de adaptaciones techno mal sintetizadas, machaconas, puro MIDI con sonido enlatadísimo y un fotomontaje de Bill Clinton disfrazado de Papá Noel pinchando en la portada. Las modas van y vienen, el villancico perdura.

En este país tenemos el villancico hecho carne y verbo en la figura de Raphael. Raphael, Eva, es puro rock: rebeldía, estilo, desproporción. Un tío que lleva sin cansarse de su desmesurado sentido de la épica cincuenta años, y que cada navidad nos lo casca otra vez con sus especiales de Nochebuena. Benditos sean. El del año pasado tenía unos grafismos integrados en el escenario a lo David Fincher: esto es superproducción, ostias. ¿A qué otro género musical se le dedican tantos minutos y euros?

La alternativa serena a todo esto (de los clásicos cedés con coros de niños no queremos ni oír hablar) serían las grabaciones de Sinatra y su Rat Pack. Por ejemplo, «Christmas with Friends«, un álbum que es pura elegancia, chispa y celebración. De esa música que suena en las pelis para ubicarnos en las navidades de los años cincuenta o que ponen todo el rato en Nueva York.

Hay gente a la que no le gusta la navidad, o a la que le trae un regusto amargo. Para ellos existen algunas pequeñas joyas, como la tristísima versión alternativa de Silent Night de Lisa Hannigan (recordemos: cuando estaba con Damien Rice) y su dolida letra o, sobretodo, la Amarga Navidad del maestro José Alfredo Jiménez, un puto himno de los corazones rotos. ¿Ven? Sin darnos cuenta hemos dado la vuelta completa: estamos de nuevo en la cumbre de la música del pueblo.

Pues nada. Feliz navidad.

V the Wanderer