Hago memoria en el tren y cuento más de una década desde mi último Salón del Cómic. Estas ferias cubrieron un buen pedazo de mi (pre)adolescencia, cuando me aventuraba con Jaime y otros amigos bajo las goteras de la Estación de Francia. Ha llovido desde entonces y ahora el Salón se ha ido a la Fira de Barcelona, donde no hace falta colocar palanganas.

Vamos Raúl y el menda un poco de espontáneo, a ver qué. En el trayecto le hablo del Salón del Manga, que relevó al otro en mis hábitos anuales y acabó alienándome con su celebración de lo obsesivo y sectario. También es que me hice mayor, vale. De todos modos, a este reencuentro (primera visita en caso de Raúl) se le carga la responsabilidad de reavivar la llama y acabar con el prejuicio.

Es jueves, día de inauguración, y apenas hay asistentes. Vemos algún gorro de gato o alguna espada de cartón, pero no rebasan el lindar de lo brasas; al contrario, enriquecen y dan aire festivo. Dentro, el escaso público magnifica el espacio y nos sorprende el despliegue. El Salón que yo recordaba ha crecido. Lo primero que nos recibe es una exposición sobre el relanzamiento del universo DC (los «New 52«, no me interesa demasiado el asunto) y otra sobre cómic chino que nos engancha e intriga.

Paseamos tranquilamente entre puestos comerciales y exposiciones. Agradecemos la variedad de ambos, con una atención cuidada por lo underground, los géneros y estilos arriesgados, las nacionalidades más inesperadas. O será que no tenemos ni puta idea de cómic y todo nos parece nuevo. Pasarse por los stands de las editoriales Astiberri o Ponent Món es asomarse a un mundo entero. La amplitud de miras abruma y dan ganas de sacar una libreta y tomar apuntes. «Ser crítico de cómic», le digo a Raúl, «tiene que ser lo más exigente e inacabable del mundo».

Las exposiciones (19 en total, leo) muestran originales de Paco Roca, Moebius o ‘Little Nemo’. Nos permiten recordar el trabajazo manual que implica cada página, la dedicación y detalle que exige el medio. Vemos muestras de Spider-man o Batman con sólo el entintado; el trazo desnudo se muestra vigoroso y humano, sin el coloreado aburrido y maquinal que suelen usar los americanos.

En una expo dedicada a los robots (como objeto y tema) nos entretenemos viendo a Tibi y Dabo, dos trastos del Instituto de Robótica diseñados para ayudar a los viandantes (vamos, turistas) de Barcelona. Luego echamos un vistazo al sector Star Wars, tan predecible como trabajado. Obligo a Raúl a sacarse una foto junto a un Jar Jar Binks tamaño real y vemos al actor Paul Blake, que apareció un par de minutos en la primera cinta cubierto con el disfraz de Greedo, firmando fotos. Luce una chapa que reza así: ‘Greedo shot first’.

Emprendemos con ilusión el recorrido por el apartado de fanzines, que huele desde lejos a birra y porros. El circuito no parece haber cambiado mucho en todos estos años: proyectos muy artísticos, experimentales y modernísimos (o sea, nada pensado para funcionar) o burradas cafres, anárquicas y anarquistas imbatibles ante modas. Aún con todo, cuentan con nuestras simpatías y hasta fantaseamos con esta web convertida en fanzine fotocopiado.

Tras juguetear un rato con la 3DS, echamos un vistazo al programa de charlas y conciertos (muy currado, pero no veremos ni uno; putos perros) y damos la vuelta comercial de rigor. No pensaba comprar nada pero la amplia oferta y los precios me seducen: acabo volviendo a casa con una atiborrada bolsa que incluye lecturas para rato. A saber:

El desconcertante ‘Abulio’ (la portada es pura bajona y nos da mucha risa; llevaba tiempo detrás de él y lo consigo por 3€), las dos nuevas películas de ‘Evangelion’, un póster de ‘Totoro’, tres cómics del chino Benjamin (arte digital llamativo, buenos colores, pero narrativa confusa y excesivamente emo), ‘El sueño de Meteor Slim’ (tebeo francés sobre un aspirante a estrella del blues; sale mucho Robert Johnson), ‘El amor duele’ (minimalista conjunto de relatos de la japonesa Kiriko Nananan; funciona bien cuando es apático y menos cuando se pone abiertamente sensible), la descatalogada ‘La tumba de las luciérnagas’ y un álbum del genial Milo Manara sobre las mujeres de ‘X-Men’ (el guión es una chorrada por mucho que lo firme Claremont, lo importante es que sirve de excusa para ver a Pícara o Tormenta dibujadas por el maestro). Raúl, mucho más comedido, aprovecha para agenciarse ‘Españistán’.

Abandonamos el Salón satisfechos y con la sensación de haber visto sólo una pincelada de lo que tiene que ofrecer. Didáctico, variado, con el toque justo de museo, sin limitarse a las consabidas tiendas de novedades y merchandising y lucimiento de disfraces. Nos ha hecho recordar que en las viñetas cabe todo un mundo. No, mejor dicho: todos los mundos. Un medio tan amplio merece un salón igual de amplio. Así, la mejor crítica que podemos hacer es esa frase con la que Raúl puntúa lugares o actos poniéndose serio y ceremonioso: «Esto es pa volver».

V the Wanderer