Tres canciones, 243: La elección de V

THE SEATBELTS – ‘SPACE LION’

Últimamente vuelvo a correr y lo hago como acostumbraba antes de la maratón, como se ha de correr si uno quiere liberarse, sin estar pendiente de relojes, ritmos, sin llevar la cuenta de si lo que se trotan son ocho, nueve o diez dos kilómetros, y así me permito de nuevo acompañarme de música y correr no con ella sino sobre ella, deslizarme sobre las vías que construyen los temas y dejar que arrastren mis pies, uno, dos, uno, dos, y que dejen escapar a mi mente.

Como siempre, mis elecciones son atípicas porque para correr, del mismo modo que para casi todo, mi sesera prefiere alimentarse de sensaciones y estados de ánimo que de bepeemes, de paisajes imaginados que de bajos constantes, y acabo por entregarme en bucle a lugares imposibles como el que señala ‘Space Lion’, un magnífico corte compuesto por Yoko Kanno para la banda sonora de ‘Cowboy Bebop’, un mapa a las estrellas que es a la vez un viaje en elevación constante hacia ellas.

Los coros de Kanno suenan especialmente bien de noche, entre oscuridad y luces reflejadas, y mejor todavía en lugares como los que me permite descubrir mi nuevo ritmo despreocupado de carrera, al que no le importa que me pare aquí y allá para contemplar lo que me rodea, como el mirador elevado junto al puerto de Palma al que llego por azar y en el que me siento a ver el atardecer, con las luces de barcos y hoteles duplicadas sobre la superficie del mar, una estampa bellísima, un regalo inesperado de la luz, un momento para disiparse antes de seguir con la carrera y la vida.

Desde mi asiento pienso en esto y en aquello, y de mis tareas mundanas paso a ideas más elevadas, como aquello que decía Unamuno de que el sufrimiento nos une y nos hace humanos porque entendemos que en él todos somos iguales y asumimos la necesidad de la compasión, y me digo que ojalá fuera verdad, y que ojalá también nos uniera la belleza como la que tengo delante, que comparto con algún turista perdido y alguna muchacha haciéndose fotos, pero me sigo sintiendo solo y pequeño entre luces y reflejos.

Luego echo a correr de nuevo, persiguiendo la luna que su hunde en el mar, y la canción suena ya por quinta o sexta vez, y me digo que la casualidad me está tentando con tópicos de escritor barato, y no me molesto en esquivarlos y me siento feliz pese a ellos, no por las endorfinas del trote sino por la convicción de que es una suerte estar vivo, de que Richard Dawkins acertaba cuando dijo que somos los afortunados que vivimos, de que estas conjunciones improbables, como esta suma de carrera, música, atardecer y mar, son toda la prueba que necesito.