Es media tarde y un abuelo más bien orondo contempla el paisaje con calma, las manos en los bolsillos y la mirada impertérrita. Lo de siempre, parece. Pero esta vez el paisaje no son obras y currantes, sino un tipo grande, calvo, vestido de negro hasta el cuello, fustigando a una esclava entrada en carnes. Saco un par de fotos y enfilo hacia el escenario más cercano, atraído por los gemidos del espectáculo: estoy en el Salón Erótico de Barcelona (SEB).

He recogido la acreditación hace un momento y sigo asombrado con el buen trato que dan a la prensa. ¡Ojalá fuera siempre así! Cruzo las puertas y lo primero que encuentro es a una modelo con unos llamativos atavios fetichistas; más tarde investigaré y descubriré que es la italiana Bizarre Violet. Me dispongo a sacar las cámaras (un evento así merece una cuidada cobertura visual) cuando casi me atropella una marabunta: Nacho Vidal pasa junto a mí, con los ojos inyectados de furia y arrastrando a varias mujeres, y tras él, una multitud eufórica. ¡Llego justo para el cabeza de cartel!

Entran mis acompañantes y vamos al escenario principal, el de ActricesDelPorno.com, donde Vidal se prepara para rendir batalla antes cinco (o eso cuento) mujeres hambrientas. El star system patrio se me escapa bastante, pero creo reconocer a Dunia Montenegro, Melody Star y Anastasia Mayo. Por ahí, cerca de las tablas, andan Sophie Evans y Max Cortés. Delante de todos ellos, un ejército de fans armados con cámaras de vídeo, iPhones y demás: sólo veo brazos y pantallas.

En la foto: el otro Nacho V. Somos más fans del asturiano.

El show es, desde luego, antológico, aunque enseguida me canso un poco (soy de los que ven el porno pasándolo hacia adelante) y aprovecho para visitar el resto de stands, ahora desiertos. Veo una actuación con un chavalote y una visitante bailando ‘Salomé’ de Chayanne (habrá que volver a ponerla en la radio), un striptease con tintes de femdom en otro escenario y bastantes paradas de sex shops. Ofrecen dildos de todos los colores y tamaños (uno anuncia su «última polla XL») pero ningún juguete que me sorprenda.

Hago mi habitual repaso del público y compruebo que Max Cortés no mentía en su entrevista: hay muchas mujeres, parejas, gentes de todas las edades. Abuelos, maduritas arregladas como cougars devorahombres, chavalada joven. La naturalidad es pasmosa. Veo un matrimonio observando una muñeca hinchable, con su consabida eterna expresión de sorpresa, a la que alguien ha colocado un notable strap-on. ¿Estarán tomando nota?

En la foto: juguetes para todos y todas.

Vuelvo al hervidero y compruebo que Nacho Vidal sigue a lo suyo, aunque no sé si ya le habrán pedido bises. Damos una vuelta y nos cruzamos una actuación gay (uno de los dos muchachos le da amor a un zapato, no pregunten por qué), dos mujeres bailándole a un espontáneo que intenta escaparse y alguna que otra danza con barra. Hay exposiciones de sexo tántrico, una fantástica pastelería erótica llamada ‘Això és la polla’, lucidos bodypaintings y una ruleta para conseguir masajes.

Pego una ojeada a una serie de fotos de la sala Bagdad y a una exposición de arte erótico, que me gustan pero se me antojan insuficientes. El espacio, reconozcámoslo, es limitado, y algún apartado está completamente vacío. Me arrimo con curiosidad al area BDSM, pero no hay nada. No sé si es una forma de tortura existencialista o qué. Otra vuelta.

Veo el stand de Cam4 (ya saben que soy fan: allí puede encontrar usted el cielo o el infierno, el placer o las risas, a merced del más cruel azar online). Ése parece ser el modelo dominante, el de las webcams. Aquí y allá anuncian páginas especializadas y regalan minutos; el porno lucha por seguir siendo industria en los tiempos de equis hamster. (Me informan de que Nacho Vidal se ha corrido, oigo los vítores y aplausos.)

En la foto: cómo ir tapada hasta el cuello y enseñarlo todo.

Curioseo en la instalación de Conrad Son, el director catalán, donde se anuncia Conrad Son & the PornoBand: «porno, rock i sexe en català». La propuesta me cae simpática pero intuyo un rollo reivindicativo que da algo de pereza (aunque puede que los discursos entren mejor con según qué escenas). Leo sobre su cine porno para mujeres, con títulos como ‘La mar no és blava’. Me cuesta imaginarme a las féminas que conozco excitándose con un nombre así. De todos modos, apunto en mis deberes el informarme mejor sobre esa PornoBand que parece pura paramusicalidad.

Tomamos un café (nos estamos aplatanando) y volvemos al ruedo. Ha caído el sol y el asunto se anima, con más espectáculos, más ruido, más música machacona. Mucho grito de speaker de feria, mucho techno taladrante, algo de Shakira (‘Rabiosa’, argh). Pero funciona, oiga: el ambiente está vivo. Vemos más bailes, más masturbaciones, más sexo oral. Folleteo, etcétera. Creo que ya estoy insensibilizado, porque me pongo en plan analítico pesado. O será la edad.

En un puesto de masajes han sacado a un par de mozos del público y los tienen ahí, desnudos, expuestos, mientras un par de muchachas embadurnadas de aceite se frotan contra ellos. El corrillo arde de morbo. Los chavales están de espaldas pero pronto les hacen girarse y la cosa sube de voltaje: me sorprende la habilidad de las masajistas para masturbarles con diferentes partes de sus cuerpos. Uno de ellos está encantado pero el otro no trempa. Normal, para qué engañarnos. Al final la cosa llega a las manos y tiene final feliz.

En la foto: sesión de rehabilitación por lesión de ligamentos.

Asistimos a otro show en el que una moza joven (de BrunoyMaria.com, no escucho bien el nombre) deja que el público la masturbe con un dildo, ahora aquí y ahora allá, de esquina a esquina de las tablas y todos los aficionados moviéndose con ella. Veo que alguien le da con alegría e incluso le acerca un dedo para que lo chupe. Al retirarse la chica y la muchedumbre, descubro a un abuelo respetable, de los de chaleco y boina, sonriendo con alegría. ¿Será posible? ¡Eso sí que es cagarse dentro del convento!

Son las nueve y llevamos ya un buen rato dando vueltas por el recinto. Nos acercamos a por una de esas bebidas energéticas afrodisíacas, pero las muestras gratuitas sólo se dan mientras hay show. Pues nada, ya está vendido todo el pescado. Recogemos bártulos (es un decir) y enfilamos a casa, contentos con lo visto pero no impactados, con la sensación de que podría dar más de sí. Es la primera edición tras el reenfoque y seguro que crecerá rápido, pero por ahora faltan metros, didáctica, muestras de aire más museístico, variedad: en fin, que uno pueda ir allí no sólo a ver, sino a descubrir.

En la foto: nombre arrolladoramente descriptivo u opinión sobre el evento.

Epílogo: llego a casa y compruebo las grabaciones de mi cámara de vídeo. Me invade una sensación rara: como si lo que había visto en persona no estuviera acabado hasta quedar capturado en imágenes, «anda, ¡si era porno!» Pienso en esas masas levantando sus cámaras con anhelo, viendo los eventos a través de sus pantallas. Casi los entiendo. Qué mundo más audiovisual y raro, dice el hombre de comunicación en mí. No sé yo de qué lado del ADSL vivimos.

V the Wanderer