La ecuación es muy simple. Si todos aceptamos que los árbitros son jugadores de fútbol fracasados, y que los críticos de cine, por ejemplo, son directores de cine frustrados, no nos debe temblar la voz al asegurar que un alto porcentaje de los que escribimos en un blog musical no somos sino músicos frustrados. Es lo que hay. Y lo mejor es aceptarlo, cuanto antes mejor. Recordad: la verdad nos hará libres.

Yo, personalmente, no tengo problemas en reconocerlo. Me hubiera gustado ya no ser una estrella, ni siquiera ganarme la vida con ello. Aceptaría, simplemente, tener unas mínimas nociones musicales, saber distinguir un acorde de otro. Incluso aceptaría ser un pusilánime productor. Por eso, he decidido que ha llegado el momento de dar un giro al asunto. La cosa va a cambiar. Lo tengo todo programado, y va a empezar ya mismo. He leído mucho sobre música, he escuchado muchos discos. Eso me hace capaz de avanzarme a los acontecimientos. Ya sé lo que va a pasar, palmo a palmo. Nada me va a sorprender. Por eso, queridos amigos, ya os la puedo avanzar, antes de que suceda. Esta es mi historia:

Me junto con mis colegas: Raúl –guitarra solista y coros-, V-teclados con bajo incluido, a lo Manzarek-, Kano –batería- y yo –voz y guitarra-. Los compinches fieles de siempre. Elegimos un nombre, propuesta mía: ‘Los perros de Pavlov’. Siempre quise que mi grupo se llamase así. Ellos lo aceptan. Empezamos a tocar, en los garitos de por aquí. Tenemos suerte, alguien del ‘mundillo’ nos ve y le gustamos. Y así, gracias a la diosa Fortuna, grabamos nuestro primer disco, del mismo nombre que el grupo.

Uno de los miembros del grupo

‘Los perros de Pavlov’ es la sorpresa del año. Gusta al público independiente, como en un principio estaba previsto, pero también funciona comercialmente. Pronto, nos convertimos en un grupo seguido a nivel nacional. Un poco, más o menos, a lo Vetusta Morla. Hablan de nosotros. Hablan de nuestras canciones. ‘Los perros de Pavlov’ se apoyan en una estructura musical simple que puede acabar desembocando en rock, pop, pero también en un bolero o electro-rock. ‘Inclasificables’ es la etiqueta que nos cuelgan. Algunos nos califican de reinventar la música popular. Nos comparan con los Strokes. Estamos triunfando. Somos portada de la Rock de Luxe. Somos, en definitiva, cuatro chicos felices.

Un año más tarde, y después de una gira de conciertos que se calificó como ‘la gira del año’, Los Perros de Pavlov sacamos el segundo disco: ‘Los containers olvidados’. En esta ocasión, la crítica no es tan favorable. Nos acusan de repetirnos. No les ha gustado el giro popero –y, definitivamente, más comercial, aunque es algo impuesto por el productor- que hemos dado. Nos acusan de no innovar. El público, en cambio, adora el disco. Ya no somos un grupo indie. Ahora somos uno de los grandes grupos. Y lo celebramos.

Y lo celebramos… a lo grande. Raúl empina el codo. Cada vez más. A Kano le da por la coca. Frecuenta gente extraña. V no se desfasa, pero empieza a salir con una fotógrafa asiática. A los demás, no nos gusta. Yo alimento mi ego y empiezo a despreciar a los demás. ‘Yo soy el perro guardián’ les grito en nuestra primera discusión. Hay amagos de dejar la banda, pero cada vez viene más gente a nuestros conciertos. Hacemos mucha pasta. Follamos mucho. Lo demás no nos importa.

Nuestro tercer disco, ‘Aullidos de perro’ es un sonoro fracaso. La crítica lo destroza, el público le da la espalda. El giro electrónico que impuse al productor del disco no ha sentado bien a la banda. Tampoco las letras, inspiradas cada vez más en la filosofía (canciones como ‘Pavlov y los presocráticos de viaje por Berlín’ o ‘Campana que suena, colmillos que asoman, saliva se segrega’) tampoco convencieron a nadie. Nos habíamos vuelto repetitivos y naïfs. Nos habíamos dado un ostión, del cual, según la prensa, iba a ser imposible que nos recuperásemos. La portada de Rock de Luxe, con nuestras caras y la frase ‘¿Quién le pone el bozal a estos perros?’ tampoco ayudó. Nos seguían comparando, esta vez en otro sentido, con los Strokes.

Kano empezó a darle a la coca más de lo debido. V ya no nos llamaba para nada que no fuera discutir por la pasta. A Raúl le temblaba cada día más el pulso y tenía problemas para recordar sus partes de guitarra. Yo, por mi parte, cada vez estaba menos interesado por la música. Hago un escrito. Lo cuelgo en Facebook: dejo el grupo.

La banda se intenta recomponer, pero sin mi presencia no consiguen nada destacable. Además, los demandó por utilizar las letras de las canciones en mis conciertos. Iniciamos un pleito. Nos odiamos. Yo saco un disco en solitario, pero las ventas son ínfimas. Una parte de la crítica me defiende, otros opinan que estoy acabado, soy un producto caduco, una mentira, una mierda. Una estrella estrellada. Un prototipo sin identidad. De haber muerto a los 27, sería un mito. Pero a los 30, vivito y coleando, no era más que un vestigio olvidado.

Pasan tres años. No había vuelto a ver a ninguno de mis excompañeros. Y no me importaba lo más mínimo. Un día, a las 3 de la mañana, recibo una llamada. Lo cojo. Es Raúl. Quiere que nos veamos en este momento. No sé porque, pero lo hago. Voy a su casa. Allí están también los demás. Hablamos. Bebemos whisky. Nos reímos, como antes. Cuando éramos felices. Cuando éramos como los (buenos) Strokes. No hay marcha atrás: decidimos volver.

El regreso es triunfal. Sacamos un nuevo disco, en el que, como no podía ser de otra forma, ‘volvemos a nuestras raíces’. Nos convertimos en un grupo legendario. Sacamos dos discos más, en los años siguientes. Nuestros conciertos se llenan de gente. Tenemos más de 40, pero estamos en forma. Los Perros de Pavlov son grandes. Y siempre serán recordados.

El ritmo del grupo baja. Dejamos de editar discos. En nuestros conciertos, las últimas canciones no suenan, ya sólo hay espacio para los grandes éxitos. La edad de nuestros fans empieza a crecer preocupantemente. No nos importa. Lo dejamos y volvemos con giras mundiales varias veces. Pasamos de ser los Strokes españoles a los Rolling españoles. Vivimos de la música. Pero somos felices tocando. Y así lo es, hasta el final, cuando un buen día, decidimos dejarlo, por las buenas, sin ningún motivo especial. Es el fin del camino.

Y esta, amigos, es la historia que me depara a partir de ya mismo, porque cuando acabe de escribir estas líneas, pienso llamar a mis amigos, y vamos a ir buscando un local para ensayar. Lo demás, pues ya lo sabéis, os lo acabo de contar. Empieza la marcha atrás. El destino está escrito. De aquí a unos años, ya podré decirlo sin ningún miedo: Soy leyenda.

withor