Si un homicidio es matar a un hombre, ¿un suicidio es matar a un suizo?. ¿Cómo se llaman los habitantes de Belén? Figuritas. ¿Cómo se dice divorcio en árabe? Se aleja la almeja. ¿Qué le dice un pez a otro? Nada. ¿Cómo se dice suegra en ruso? Storba. ¿Cuál es el colmo de un constructor? Que se llame Armando Paredes Icasa. ¿Por qué en Lepe el equipo de fútbol pierde todos los partidos? Porque pusieron un portero electrónico. Comed el bocadillo de tortilla de patata. Y patata se murió de hambre.

La elección de V the Wanderer

JASON WADE – YOU BELONG TO ME

De eso que te apetece una canción y la carta la tiene de todos los sabores: la fragilidad evocadora de Jo Stafford, el porte y la elegancia de Dean Martin, la suciedad punki de The Misfits, la banalidad de Vonda Shepard, la ligereza de Carla Bruni (muy de anuncio de café), la sensualidad de Rose McGowan, la falta de carisma de Ringo Starr o el regusto a coca hasta el paladar de Bob Dylan. Tantas versiones y perversiones que mi hoarder interior se pone loco. El sentimiento de fondo, no obstante, es siempre el mismo: la fantasía romántica e ingenua de esperar a la amada que viaja, o de viajar y ser esperado. El amor que no se deja enmohecer por la distancia, que pide ser susurrado al oído como una despedida y una promesa. Mentiras, ay, irrealizables que nos hacen emocionarnos de verdad.

Dato paramusical uno: la compuso la esposa de un soldado de la 2ª Guerra Mundial como un ruego: ‘Hurry Home To Me’. La reescritura le dio un toque más universal (y un poco posesivo, si lo ven con cinismo). Dato paramusical dos: es un tema vinculado, por no sé qué hados, al cine: la versión de Dylan (que tiene el magnético atractivo de los mejores desastres) es un descarte rescatado para ‘Natural Born Killers’, Rose McGowan la cantó para ‘Planet Terror’ y Tori Amos hizo lo mismo para ‘Mona Lisa Smile’. La interpretación con la que me quedo hoy sale también de una peli: la muy comercial, pop y cansina ‘Shrek’. Corre a cuenta de Jason Wade, voz rasposa y post-grunge de Lifehouse, y tiene una tristeza lo-fi que le cae muy bien a estos días de anhelo y lluvias.

La elección de Withor

THE TURTLES – OUTSIDE CHANCE

Mi relación con el grupo The Turtles -uno de los grandes clásicos del rock americano de los años 60, aunque probablemente algo infravalorados- no es tanto musical como cinematográfica. No se trata simplemente de haberlos descubierto en una película. Va más allá. Poco a poco, me los he ido encontrando, como aquel peregrino al que conocías en el Camino de Santiago y sabías que tarde o temprano te volverías a topar con él. Con cuentagotas, pero en momentos oportunos, The Turtles han ido apareciendo cuando no los esperaba para dejarme claro que lo suyo no es cuestión de un temazo.

El primer contacto tuvo lugar mientras veía ‘Adaptation’ y la inmortal ‘Happy together’ ponía banda sonora a la paranoia-spoiler de Kaufman, con las flores creciendo a todo trapo y la vida evolucionando a ritmo de Ferrari. No volví a saber de ellos hasta hace un par de años, cuando hice caso a algún foro y me descargué el capítulo especial que Tarantino dirigió para CSI. Impagable la cara de Grisom escuchando ‘Outside Chance’ a todo trapo cuando él esperaba que en la cinta apareciera la confesión del secuestrador. Y mi último encuentro fue hace solo unas semanas. Nuestra cita tuvo lugar durante la proyección de ‘The boat that rocked’, una pequeña joya, injustamente desconocida, que se transforma en una de esas películas cuyo máximo valor es la simpatía que produce. En ese terremoto de rock, The Turtles colaboraba con ‘Eleanore’, una bella balada, de estribillo irresistible.

Desconozco cuando nos volverá a juntar el destino. Ansío descubrir una nueva joya de las tortugas. Seguiré mirando películas con paciencia. Sé que algún día, como aquel peregrino, volverán a aparecer.

La elección de Raúl

FANTASMA # 3 – AGUAFIESTAS

Me vienen ahora a la cabeza tres o cuatro canciones que incluyan toses, y daría para un artículo, quizás. Ésta es una. La tos (ahí está, admiren ese carraspeo en el segundo 10 del track) como instrumento en un vals subversivo, arrastrado y marginal que habla veladamente de follar en iglesias, de fiestas que devienen más bien en funerales, de noches áridas que saben a bien poco y de entornos en los que se mira alrededor y uno piensa así, como este verso descreído y bohemio: “No conozco a nadie que no esté loco”. El envoltorio del tema, eso sí, resulta bonito, como llevar traje impoluto aunque uno está realmente acabado, se sepa un pordiosero de alma y habite una decadente elegancia.

Más que una banda, lo que se esconde aquí es un experimento, una aventura caprichosa del lado alternativo de la música. Julio de la Rosa (El Hombre Burbuja y luego en solitario), Sergio Vinadé (El Niño Gusano, Tachenko) y Pau Roca (La Habitación Roja) arrejuntaron tablas y prestigio indie y montaron un supercombo que, de momento, sólo parió un disco, de difícil gira en directo y aún más de complicada continuación. ‘Los amores ridículos’ se llamaba el álbum, y era bastante apreciable, sobre todo cuando a los rockeros les da por bajar de revoluciones y a veces les puede, incluso, salir bien la pirueta. Firmaron ese saludable ejercicio de desmarcarse del grupo de origen, encorsetado y rígido (cansino en potencia) y, simplemente, ponerle los cuernos un poco, probar a ver qué tal, con libertad, sin pretensión, atreviéndose con otras texturas, con otros géneros. De la Rosa, bien arropado, pone la temática enamoradiza, el verbo sórdido, el corazón indigente marca de la casa y el desencanto irónico y siempre relativo.