Queridos lectores, idolatradas lectoras: sed vosotros mismos. Perseguid vuestros sueños. Que el bosque no os impide ver los árboles. Recordad que la vida es eso que pasa mientras haces otros planes. Vivid como habéis pensado, no penséis como habéis vivido. O también. No sé, es un poco confuso todo, pero ya captan la idea: autoayúdense, sean felices y eso. Y, si todo lo demás falla, lean esta bonita web, llena de alegrías y canciones.

La elección de V the Wanderer

THE SWELL SEASON – I HAVE LOVED YOU WRONG

En un tejado de Pembridge Road, en Londres, podía leerse en letras azules sobre fondo negro “I loved you”. No sé si hoy seguirá allí o se habrá convertido en una capa más de arqueología urbana. «Te quise». Aquella “d” extra añadía un halo evocador y melancólico a la aburrida frase. ¿Quién había querido tanto a quién? ¿Por qué inmortalizarlo precisamente cuando ya había acabado? ¿Despecho? ¿Rabia? No, no era eso; intuí algo más. Algo que me ha acompañado desde entonces. Un misterio por desentrañar o, tal vez, irresoluble.

Lo que queda más allá del final, cuando el odio y los reproches se arrinconan para siempre, es la soledad de haber sido olvidado. El abandono. «I loved you». Lo que todos buscamos en nuestra derrota es un premio de consolación, una llamada años después que nos diga «perdóname, no te he olvidado, has estado cada dos por tres en mi mente». Esta respuesta no aclara nada, por supuesto, pero tampoco creo que encuentre una mejor. Nada se arreglará, nada se curará, no encontraremos más paz de la que merecemos, pero es el único anhelo que nos queda. Y, mal que nos pese, siempre lo preferiremos al vacío.

La elección de Withor

ELLIOTT SMITH – ANGELES

Hay personas que están destinadas a morir tristes. Elliott Smith fue una de ellas. Su historia no es tan diferente a la de tantas otras: persona solitaria, con tendencia a la depresión. Súmenle drogas y alcohol en cantidades industriales (‘aquarium drinker’) y el cóctel es incendiario.

La diferencia de Smith con tantos otros fue que él supo sobreponerse a todo. Al alcohol, a las drogas. A la depresión, a su afán estar siempre solo. Pero hubo una batalla que nunca pudo superar. No pudo cambiar su destino, que le obligaba a morir triste. Quizás consciente de su ingrato futuro, Elliott Smith, después de superar sus adicciones, se apuñaló el pecho dos veces con un cuchillo de cocina. Y murió triste.

Casualidades de la vida, la mayoría conocemos a Elliott Smitth por poner música a un intento de suicidio, el del hermano tenista enamorado de su hermanasta en los Tenenbaums. Así, todo es tristeza en la vida de Smith. Incluso su música, y el uso que se hace de ella. Nadie puede negar que su destino estaba marcado desde el mismo día en que nació… y ya estaba triste por haberlo hecho.

La elección de Raúl

INTOXICADOS – FUEGO

Ahora me costaría volver a él, pero hubo un tiempo en el que el rock argentino adjuntó algún efecto deslumbrante: era popular, masivo pero con discurso marginal, comercial, pero tenía desparpajo y cierto músculo y nervio que, si nos ponemos patrios y paletos, era difícil encontrar en península. La letra, enunciada y fraseada de esa manera, parecía mejor, por banal que, léxica y sintácticamente, fuera; creo que siempre me pasó, venga prejuicio, eso de que el castellano, en verbo sudamericano, se me antojara más elevado, más rico, más culto, mejor.

Intoxicados fue una banda de rock en Buenos Aires de 2000 a 2009. La lideró un tal ‘Pity’ Álvarez, con su habitual (no tan) leyenda desfasada de adicción a las drogas y vidas tensadas al límite, un poco también por literatura, porque la religión era copiar a los Stones en todo, también en el modo de vida. En esta canción se ponen melódicos y me gusta mucho la situación terminal y absurda que describe: la trama responde a un fuego que quema por dentro de las entrañas y que durante el principio parece metáfora de una desazón, un desvelo trascendental que consume por dentro; luego, como en un giro, el incendio interior figurado se torna bien palpable y cotidianamente asible, y llega al pelo, al piano, a los discos, a la ropa y al perro.

Todo ello arde, chamuscándose en hoguera doméstica sin remedio, en una escena un poco de psiquiátrico donde hay que ir corriendo para encontrar un teléfono con el que llamar a los bomberos. El cantante y un Andrés Calamaro que hace segunda voz y coros acaban reconociéndose enfermos y pidiendo perdón por el delirio congénito. Al final, el fuego ni purga ni purifica ni nada. No hay solución. Suenan livianos, con humor, hasta con retranca, como riéndose de ellos mismos, con esa cosa muy del rock argentino que es la vana celebración del desquicio.